En medio de la tensión creciente en el Red Keep, Helaena, hermana de Aegon y Aemond, se convirtió en una presencia inesperada pero crucial. Desde la muerte de Baelor y los sucesos que habían destrozado a Lucenya, Helaena había permanecido en sus aposentos, sumida en su propio duelo silencioso. Pero finalmente decidió que no podía quedarse al margen.Una tarde, mientras Lucenya estaba sentada en los jardines, con Jaehaera jugando a su lado y Aemond observándolas desde una distancia prudente, Helaena apareció. Vestida con sus habituales colores suaves y con un aire melancólico, caminó lentamente hacia Lucenya, deteniéndose a pocos pasos.
-¿Puedo sentarme contigo?- preguntó con una voz calmada, casi susurrante.
Lucenya la miró con ojos vacíos, como si no estuviera segura de qué responder. Finalmente asintió, apartando la mirada. Helaena se acomodó junto a ella, observando en silencio cómo Jaehaera recogía flores del suelo.
-Perder a un hijo parece ser... un dolor que nunca desaparece.- dijo Helaena después de un rato. Su tono era neutral, pero sus palabras llevaban un peso inmenso.
Lucenya levantó la vista hacia ella, sorprendida por la franqueza de su declaración. Helaena rara vez hablaba con tanta claridad.
-Yo... No sé cómo te sientes, Lucenya- continuó.- Pero aunque el dolor nunca desaparece, puedes encontrar algo que te ayude a seguir adelante.
Lucenya frunció el ceño, confundida.
Helaena tomó la mano de Lucenya con suavidad, el único contacto que Lucenya no rechazó aparte del de Aemond.-El amor que todavía tienes por los que quedan. Por Jaehaera, por ti, incluso por mis hermanos, aunque a veces sean difíciles de amar.
Con el tiempo, Helaena se convirtió en una fuente de apoyo inesperada para Lucenya. A diferencia de Aemond, que le ofrecía protección y silencio, Helaena le brindaba palabras suaves y compañía tranquila. Hablar con ella era como intentar comprender un enigma, pero también le permitía a Lucenya distraerse de sus pensamientos oscuros.
Un día, mientras estaban en la habitación de Helaena, esta última sacó un pequeño tejido que había estado trabajando. Era un dragón pequeño y delicado, hecho de hilos dorados.
-Esto es para Jaehaera- dijo, sonriendo débilmente.- Un símbolo de esperanza. Aunque los dragones se caen, siempre encuentran la manera de levantarse.
Lucenya tomó el tejido en sus manos, sintiendo las lágrimas llenarle los ojos. Por primera vez desde aquella noche, sintió algo más allá de la desesperación: una chispa de gratitud.
-Gracias, Helaena- susurró.
Mientras Lucenya encontraba consuelo en Helaena, la relación entre Aegon y Aemond seguía deteriorándose. Aunque ninguno de los dos mencionaba a Lucenya directamente en sus discusiones, su presencia era la sombra constante entre ellos. Aegon, consumido por su furia y celos, veía en Aemond a un rival más que a un hermano.
Una noche, mientras los dos estaban en la sala del consejo, Aegon estalló nuevamente.
-¿Te crees mejor que yo, Aemond? ¿Crees que puedes quitarme a mi esposa como si fuera un premio?
Aemond, que rara vez perdía la calma, se levantó de su asiento, su mirada helada.
-No quiero quitarte nada, Aegon. Pero si sigues tratándola como un objeto en lugar de una persona, tú mismo la perderás.
Las palabras de Aemond golpearon a Aegon como un latigazo. Se quedó en silencio, mirando a su hermano con una mezcla de odio y tristeza. Finalmente, sin decir nada más, se marchó, dejando a Aemond solo en la sala.
Helaena, siempre observadora, notó la creciente tensión entre sus hermanos. Aunque amaba a ambos, sabía que la única manera de restaurar algo de paz en la familia era enfrentarlos. Una noche, los convocó a ambos en su sala, donde Lucenya también estaba presente, aunque callada y distante.
-Esto no puede continuar- dijo Helaena con firmeza, sorprendiendo a todos.- Somos familia. Y aunque el dolor nos haya destrozado, debemos encontrar una manera de sanar. Por el bien de Jaehaera, por el bien de todos.
Aegon miró a Helaena con incredulidad.- ¿Sanar? ¿Cómo puedes decir eso cuando... cuando mi esposa ni siquiera me permite tocarla? ¿Cuando mi hermano se ha convertido en el único en quien confía?
Lucenya, al escuchar sus palabras, levantó la vista. Por primera vez en semanas, habló directamente a Aegon.
-No es que no te quiera, Aegon. Es que no sé cómo volver a ser la persona que era antes. Todo me recuerda esa noche, incluso tú. Solo... necesito tiempo.
Aegon cerró los ojos, sus hombros hundiéndose por el peso de sus emociones. Aemond permaneció en silencio, mirando a Lucenya con una mezcla de comprensión y resignación.
Helaena, viendo que sus palabras comenzaban a calar en ellos, añadió: -El tiempo puede sanar, pero solo si dejamos de pelear entre nosotros. Lucenya necesita a ambos. Jaehaera necesita a ambos. Si seguimos así, nos destruiremos antes de que podamos encontrar justicia para Baelor.
Esa noche, aunque las heridas seguían abiertas, algo cambió. Aegon decidió dar espacio a Lucenya, mientras Aemond prometió no cruzar ningún límite. Helaena, por su parte, asumió el papel de mediadora, asegurándose de que la familia no se rompiera más de lo que ya estaba.
Y aunque el camino hacia la sanación era incierto, había una chispa de esperanza. Porque incluso en las noches más oscuras, el fuego de los dragones siempre encuentra la manera de volver a arder.
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Crowns Of Fire
Science FictionUna historia de dolor, redención y el futuro de la Casa Targaryen. En medio de la guerra y la traición, Lucenya debe encontrar la paz para su corazón dividido, mientras el destino de su familia y su legado penden de un hilo.