Capítulo 62: Heridas Que el Fuego No Cura

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La noticia de la muerte de Baelor llegó a Rocadragón como un veneno lento. Jacaerys Velaryon, que siempre había esperado el momento en que pudiera conocer a su hijo en un terreno más pacífico, recibió la carta con manos temblorosas. El mensajero no tuvo que decir mucho; las palabras escritas lo dejaron sin aire.

"Baelor está muerto."

La sala donde se encontraba quedó en silencio. Baela, que había estado sentada junto a él, vio cómo su expresión se quebraba en cuestión de segundos. Jacaerys apretó la carta con tanta fuerza que sus nudillos se tornaron blancos, y luego se levantó, arrojándola al suelo.

-¡NO!- rugió, su voz llenando cada rincón de la sala. Baela intentó acercarse, pero él levantó una mano para detenerla. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y furia.

-Era mi hijo- susurró, su voz rota. -Nunca lo vi... Nunca lo sostuve... y ahora está muerto.

Baela, aunque también devastada por la noticia, trató de consolarlo.- Jace, el niño era parte de nuestra familia, ninguno de nosotros lo conoció, pero eso no significa que su memoria no viva en nosotros. No estás solo en esto.

-¡No lo entiendes!- Jacaerys se giró hacia ella, su tono afilado.- Nunca tuve la oportunidad de ser su padre. Lo perdí antes de siquiera tenerlo. Todo por esta maldita guerra, por esta maldita lucha por un trono que nos está destruyendo a todos.

Rhaenyra, que había estado observando desde la entrada de la sala, sintió su corazón romperse al ver a su hijo tan destrozado. La noticia de la muerte de Baelor había llegado a ella momentos antes, junto con los detalles del ataque a Lucenya.

Se acercó lentamente a Jacaerys, colocando una mano en su hombro. -Hijo mío...

Jace se apartó al principio, pero al ver la mirada de su madre, cedió. Se derrumbó en sus brazos como si fuera un niño nuevamente. Rhaenyra lo sostuvo, sus propias lágrimas rodando por sus mejillas.

-Fallé, madre- susurró Jacaerys.- No estuve allí para protegerlo... ni a él ni a Lucenya.

-No es tu culpa, Jace- respondió Rhaenyra con voz suave.- Todos hemos fallado de una manera u otra. Yo también debí traerlos de vuelta a Rocadragón, donde estarían seguros. Pero pensé que... Lucenya había hecho su decisión por una buena razón.

Jacaerys levantó la mirada hacia su madre, con un destello de reproche en sus ojos.- ¿Por qué no los trajimos, madre? ¿Por qué dejamos que Lucenya se quedara allí? Sabías lo que Aegon era capaz de hacer, sabías que King's Landing no era seguro.

Rhaenyra apretó los labios, sin saber qué responder. La verdad era que había tenido dudas, pero siempre había creído que Lucenya, siendo la esposa de Aegon, podría ayudar a mediar entre las facciones divididas. Había subestimado el peligro, y ahora su nieto estaba muerto, y su hija estaba rota.

-Pensé que estaba haciendo lo correcto- dijo finalmente.- Pero ahora veo que me equivoqué. Lucenya nunca debió quedarse allí. Y Baelor... nunca debió morir.

Esa misma noche, Rhaenyra convocó a Daemon para discutir la situación. Su esposo, aunque siempre dispuesto a empuñar la espada, sabía que este no era el momento para ataques impulsivos.

-Si vamos por Lucenya y Jaehaera ahora- dijo Daemon, -desencadenaremos otra guerra. Aegon no permitirá que le quitemos a su hija, y Lucenya no querrá dejar a su hija con él. Además, Aemond está allí. ¿Crees que se quedará de brazos cruzados?

Rhaenyra lo miró con firmeza.- Ya no puedo quedarme sentada mientras mi hija sufre. He perdido a uno de mis nietos, y no perderé a los demás. Sea como sea, traeré a Lucenya de vuelta. Y si eso significa enfrentar a Aegon, que así sea, no volveré a fallarle a mi pequeña niña.

Daemon asintió, una chispa de aprobación en su mirada.- Entonces que los dragones se preparen. Pero esto no será una negociación, Rhaenyra. Será una batalla.

En King's Landing, Lucenya seguía sumida en su dolor, incapaz de encontrar consuelo. Aunque Aemond estaba a su lado y Jaehaera le daba un propósito para levantarse cada día, su corazón estaba dividido.

Cuando recibió en secreto una carta de Rhaenyra expresando su deseo de llevarla de vuelta a Rocadragón, no supo qué hacer. Parte de ella anhelaba estar con su familia, escapar del horror que ahora asociaba con King's Landing. Pero dejar a Jaehaera con Aegon era impensable.

Aemond la encontró con la carta en sus manos, sus ojos llenos de indecisión.

-¿Qué harás?- le preguntó, sabiendo que esta decisión podría cambiarlo todo.

Lucenya lo miró, sus ojos llenos de lágrimas.- No lo sé. Pero ya no puedo vivir así, Aemond. Este lugar... este dolor... está acabando conmigo, pero volver significa enfrentar demonios de mi pasado, y en mi estado actual no creo que lo soportaría.

Aemond asintió lentamente, sabiendo que haría todo lo posible para protegerla, sin importar cuál fuera su elección. Pero en su mente, una verdad inquietante permanecía: si Lucenya decidía regresar a Rocadragón, el frágil equilibrio que mantenía a la familia Targaryen unida finalmente se rompería.

Y las llamas del conflicto volverían a encenderse.

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