Capítulo 70: La Marea Roja

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El Gaznate era un infierno de fuego y acero. Los barcos enemigos disparaban flechas incendiarias y balistas hacia los cielos, tratando de derribar a los dragones que desataban su furia sobre ellos. Las aguas salpicaban con explosiones de fuego y los gritos de los hombres eran devorados por el rugido ensordecedor de los dragones.

Lucenya estaba enfocada en un solo objetivo: proteger a Jacaerys mientras rescataba a sus hermanos. Drakar surcaba los cielos como una sombra plateada, lanzando llamaradas que convertían a los barcos en hogueras flotantes. A su lado, Vermax se movía con agilidad, con Jacaerys dirigiéndolo hacia los barcos donde estaban Aegon el Joven y Viserys.

Pero los enemigos no eran tontos. Habían puesto todas sus fuerzas en este enfrentamiento, y las flechas llovían como una tormenta mortal. Una balista se disparó directamente hacia Vermax, apuntando al jinete sobre su lomo.

Lucenya vio el proyectil antes de que Jacaerys lo notara. Sin pensarlo, hizo girar a Drakar, colocándose entre la flecha y Vermax. La balista se incrustó en el costado de Drakar, arrancándole un rugido de dolor que resonó en el cielo. El impacto desequilibró a Lucenya, pero logró mantenerse firme.

-¡Lucenya!- gritó Jacaerys, horrorizado al verla herida.

-¡Sigue adelante!- le respondió ella con un grito ahogado.- Salva a nuestros hermanos. Yo me encargaré de esto.

Jacaerys, aunque desgarrado por la preocupación, obedeció. Dirigió a Vermax hacia el barco donde los niños estaban retenidos, confiando en que Lucenya sobreviviría.

Las flechas seguían cayendo, y Drakar, aunque herido, luchaba con toda su fuerza. Pero una segunda balista alcanzó su ala, haciéndolo rugir nuevamente y tambalearse en el aire. Lucenya se aferró a su montura, pero la sangre del dragón salpicaba sus manos, dificultando su agarre.

Desde lo alto, Aegon en Sunfyre observaba con horror cómo su amada luchaba por mantenerse en el aire. Sin dudarlo, descendió en picado hacia ella, lanzando llamaradas doradas para destruir las balistas enemigas.

-¡Lucenya, aguanta!- gritó mientras se acercaba, pero el fuego cruzado también alcanzó a Sunfyre. Una flecha  se clavó en el costado del dragón dorado, arrancándole un rugido de dolor. Aegon apenas logró mantener el control, pero su determinación no flaqueó.

Drakar, debilitado por sus heridas, perdió altura rápidamente. Las alas dañadas no podían sostenerlo por más tiempo, y Lucenya lo supo en el momento en que sintió el aire frío del mar acercándose.

-Drakar, aguanta un poco más- susurró, aunque sabía que era inútil.

Aegon llegó a su lado en el último momento, extendiendo una mano hacia ella. -¡Lucenya, toma mi mano!

Ella intentó alcanzarlo, pero una última flecha atravesó el hombro de Lucenya, dejándola gravemente herida y ambos cayeron en picado hacia las aguas del Gaznate. El rugido del dragón se apagó cuando se sumergieron en el mar, salpicando olas gigantes que hicieron tambalear incluso a los barcos más lejanos.

Aegon, herido pero desesperado, dirigió a Sunfyre hacia el lugar donde Lucenya había caído. -¡Lucenya!- gritó, con su voz rasgada por la desesperación.

Los momentos siguientes fueron un caos. Las olas golpeaban con furia, y el agua ardía con las llamas de los barcos en llamas. Aegon buscó entre los escombros y el fuego, pero no había rastro de Lucenya ni de Drakar.

Desde el cielo, Jacaerys logró liberar a Aegon el Joven y Viserys, quienes fueron subidos a Vermax. Sin embargo, cuando sus ojos buscaron a Lucenya, su corazón se detuvo al no verla.

El rugido de Sunfyre resonó en el aire como un lamento. Aegon seguía gritando su nombre, rehusándose a aceptar que ella había desaparecido bajo las aguas.

La batalla continuaba, pero para Aegon y Jacaerys, el mundo se había detenido. Ambos, a pesar de estar en lados opuestos de la guerra, compartían la misma angustia. La mujer que ambos amaban había desaparecido en el mar, y el destino parecía burlarse de ellos.

Mientras el sol comenzaba a salir, el mar calmó su furia, dejando solo el eco del rugido de los dragones y el humo de los barcos en llamas. Lucenya y Drakar habían desaparecido, y con ellos, una parte de los corazones de Aegon y Jacaerys.

El Gaznate había reclamado su precio, pero el destino de Lucenya aún no estaba sellado.

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