Capítulo 71: En Busca de un Susurro

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El aire estaba cargado con el olor a fuego y sal. La batalla en el Gaznate se desvanecía tras los rugidos de los dragones y el caos de los barcos en llamas. Los gritos de victoria y agonía se mezclaban con el oleaje, pero para Jacaerys y Aegon, la guerra ya no importaba.

Desde el lomo de Vermax, Jacaerys miró hacia el agua una última vez. Su mirada recorrió la superficie, esperando algún signo, algún movimiento que indicara que Lucenya o Drakar habían sobrevivido. Pero no había nada, solo las olas y los restos de madera ardiendo que flotaban.

Detrás de él, Aegon el Joven y Viserys estaban temblando, sus rostros reflejaban el terror de la batalla. Jacaerys apretó los puños con fuerza, su corazón dividido entre la necesidad de protegerlos y el deseo de buscar a Lucenya.

Finalmente, tomó una decisión. Giró a Vermax hacia el sur, volando hacia un lugar seguro lejos del Gaznate. -Perdóname, Lucenya- murmuró entre dientes, con lágrimas que el viento se llevó rápidamente.- Volveré por ti, lo prometo. Pero primero debo salvarlos.

En el aire, más cerca del agua, Aegon montaba a Sunfyre, herido y extenuado, pero completamente enfocado. Su dragón sangraba por varias heridas, y cada batida de sus alas era un esfuerzo titánico. Pero Aegon no cedía.

Volaba bajo, rastreando el mar como un halcón, buscando cualquier señal de Lucenya. La mente de Aegon era un torbellino de imágenes: su rostro, su risa, la fuerza con la que ella había enfrentado todo.

-¡Lucenya!- gritaba con la voz rota, una y otra vez. El eco de su llamado se perdía en las olas.

Día y noche, Aegon continuó su búsqueda. Apenas dormía, y cuando lo hacía, eran solo breves momentos sobre la roca de una isla desierta mientras Sunfyre descansaba. No había tiempo para sanar sus heridas ni las de su dragón. Cada momento perdido podía significar que la corriente arrastrara a Lucenya más lejos.

Aegon ignoró el dolor en su costado, donde una flecha lo había alcanzado, y las quemaduras en sus manos de las llamas de la batalla. El amor que sentía por Lucenya, el vínculo que los unía, era lo único que lo mantenía en pie.

Mientras tanto, la noticia de la caída de Lucenya llegó a ambos bandos de la guerra. En Rocadragón, Rhaenyra se encerró en su cámara, devastada por la posibilidad de haber perdido a otra de sus hijas. Jacaerys, aunque había asegurado a sus hermanos, se consumía por la culpa, pero también salió en busca de algun rastro de Lucenya.

En Desembarco del Rey, Alicent mantuvo una máscara de preocupación, pero en su interior, el conocimiento de su propia responsabilidad en el destino de Lucenya la carcomía. Aemond, quien había mantenido su silencio sobre el papel de su madre en el crimen, observaba a Alicent con una intensidad peligrosa, como si la paciencia se le estuviera agotando.

En una noche oscura, bajo la luz de la luna, Aegon aterrizó en una pequeña isla rocosa, agotado hasta los huesos. Sunfyre gimió al descender, sus heridas brillando con una mezcla de sangre y escamas doradas.

Aegon se arrodilló junto a su dragón, acariciándolo con una mano temblorosa.- Solo un poco más, viejo amigo.- susurró.- Solo un poco más. La encontraremos.

Mientras el viento soplaba sobre las olas, Aegon miró hacia el horizonte, donde el mar parecía no tener fin. Sus ojos, llenos de lágrimas que no dejaba caer, se alzaron hacia las estrellas.

-Si estás ahí, Lucenya.- murmuró.- si puedes oírme, por favor… aguanta. Estoy viniendo por ti.

El amanecer trajo consigo una nueva esperanza. Aunque agotado, Aegon montó nuevamente a Sunfyre. El dragón, con un rugido débil pero decidido, levantó vuelo. Las alas doradas brillaron con el sol naciente, mientras Aegon continuaba su búsqueda, siguiendo solo el latido de su corazón como guía.

En algún lugar, el mar guardaba su secreto, y Aegon no descansaría hasta encontrarlo.

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