Capítulo 67: El Renacer de un Amor

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La noche había caído sobre la Fortaleza Roja, y con ella llegó una calma inusual. Lucenya estaba en su habitación, contemplando la llama de una vela que oscilaba con el viento. Los días recientes habían sido un torbellino de decisiones estratégicas, preocupaciones por su hija Jaehaera y la constante carga emocional de la guerra. Pero esa noche, algo era diferente. Su corazón, que durante tanto tiempo había estado endurecido, comenzaba a suavizarse.

Un golpe suave en la puerta interrumpió sus pensamientos. -Adelante- dijo Lucenya, su voz tranquila pero curiosa.

La puerta se abrió, y Aegon entró. Su mirada era insegura, como si dudara de si debía estar allí. Sin embargo, había algo en su expresión, algo que Lucenya no había visto en mucho tiempo: vulnerabilidad.

-¿Puedo quedarme contigo un momento?- preguntó él, quedándose de pie cerca de la puerta.

Lucenya lo miró con atención, estudiando cada línea de su rostro. Había envejecido en los últimos meses; la carga del trono, la guerra y la pérdida los habían transformado a ambos. Asintió, invitándolo a entrar.

Aegon se sentó frente a ella, en silencio. Por un momento, ninguno habló, pero no hacía falta. La habitación estaba cargada de emociones no expresadas, de recuerdos compartidos, de heridas abiertas que ninguno había sabido cómo sanar.

-Lucenya- comenzó Aegon, rompiendo el silencio- sé que... he fallado en muchas cosas. Como rey, como esposo... como padre.- Su voz se quebró al pronunciar la última palabra, y Lucenya sintió cómo un nudo se formaba en su garganta.

-No digas eso- respondió ella suavemente.- Ambos hemos sufrido, Aegon. Y ambos hemos cometido errores. Pero el peso de lo que pasó no debería recaer solo sobre tus hombros.

Aegon negó con la cabeza, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. -Baelor era mi hijo. Nuestro hijo. Y no estuve allí para protegerlo. ¿Cómo puedo vivir sabiendo que lo perdimos? Que tú... tú sufriste tanto, y yo no pude hacer nada para evitarlo.

Lucenya se levantó y se acercó a él. Por un momento, dudó, pero finalmente extendió la mano y tocó suavemente su mejilla. Era un gesto que no había hecho en meses, pero sentía que era el momento de romper las barreras que los habían mantenido alejados.

-No puedes cambiar el pasado, Aegon. Ninguno de nosotros puede. Pero podemos elegir cómo seguir adelante. Y yo... yo no quiero vivir más en este abismo de dolor. No por mí, ni por ti, sino por Jaehaera. Ella nos necesita. Necesita a sus padres.

Aegon alzó la mirada hacia ella, sus ojos llenos de esperanza y desesperación al mismo tiempo. -¿Todavía hay algo entre nosotros, Lucenya? ¿O he perdido todo contigo también?

En respuesta, Lucenya se inclinó y apoyó su frente contra la de él. Cerró los ojos, permitiéndose un momento de vulnerabilidad, algo que había evitado durante tanto tiempo. -Aegon- susurró- siempre te he amado. Pero el dolor nos ha separado, nos ha convertido en extraños. Tal vez... tal vez sea hora de encontrarnos de nuevo.

El aire entre ellos cambió. Aegon levantó una mano, dudando al principio, y luego la colocó suavemente sobre la cintura de Lucenya. Ella no retrocedió; en cambio, dejó que su cercanía rompiera las barreras que habían construido entre ellos.

El primer beso fue lento, como si ambos estuvieran redescubriéndose. No era el beso apasionado de amantes jóvenes, sino uno lleno de historia, de cicatrices y de promesas no cumplidas. Pero pronto, la intensidad aumentó, como si ambos estuvieran desesperados por recuperar lo que habían perdido.

Esa noche, dejaron que sus corazones hablaran, que sus cuerpos encontraran consuelo en el otro. No fue solo un momento de intimidad física, sino una conexión más profunda, un pacto silencioso de que, a pesar de todo, todavía se tenían el uno al otro.

Cuando el sol comenzó a asomarse por el horizonte, Lucenya se despertó con la cabeza apoyada en el pecho de Aegon. Por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz, aunque fuera por un breve momento. Aegon estaba despierto, mirándola con una expresión que mezclaba ternura y gratitud.

-Gracias- dijo él suavemente.

Lucenya sonrió levemente.- No me des las gracias, Aegon. Solo... no me falles de nuevo.

-Lo prometo- respondió él, apretando su mano con fuerza.

A partir de ese momento, ambos sabían que el camino sería difícil. La guerra seguía adelante, y los desafíos que enfrentaban no eran pocos. Pero por primera vez en mucho tiempo, sentían que podían enfrentarlos juntos. Lucenya tenía una razón para luchar: proteger a su hija. Y ahora, tenía a Aegon a su lado para compartir esa carga.

El fuego de los Targaryen, aunque herido, ardía más fuerte que nunca.

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