Capítulo 61: La Herida Más Profunda

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Aegon había intentado contenerse durante semanas, soportando el dolor de perder a Baelor y el abismo creciente entre él y Lucenya. La frialdad de su esposa lo consumía lentamente; cada mirada esquiva, cada rechazo lo hacía sentirse más inútil. Aunque entendía que Lucenya estaba destrozada, también sentía que la distancia entre ellos era un castigo al que no sabía cómo sobrevivir.

Una noche, después de un largo consejo en el que los señores le reprocharon su falta de liderazgo, Aegon regresó a sus aposentos, solo para encontrar a Lucenya sentada junto a la cuna vacía de Baelor, con Jaehaera dormida en sus brazos. El dolor en sus ojos era tan profundo que Aegon casi se derrumbó al verla.

-Lucenya.- comenzó con voz temblorosa.- No puedo más con esto. Con esta distancia. Soy tu esposo, tu rey... pero siento que soy un extraño para ti.

Lucenya no respondió de inmediato. Siguió acariciando el cabello de Jaehaera, evitando mirarlo.

-¿Por qué me alejas de ti? ¿Por qué permites que Aemond esté siempre cerca, pero yo no? ¿Qué he hecho para merecer esto?

Las palabras de Aegon eran una súplica desesperada, pero algo en ellas encendió una chispa de ira en Lucenya. Finalmente lo miró, sus ojos brillando con lágrimas y rabia contenida.

-¿Qué has hecho?- repitió, su voz temblorosa al principio, pero luego se alzó con furia. Ese es el problema Aegon, no hiciste nada ¡Lo perdiste! ¡A nuestro hijo! ¡Baelor está muerto porque tú estabas demasiado ocupado en tus malditas reuniones, en tu trono, en tu orgullo como rey!

Aegon retrocedió como si las palabras lo hubieran golpeado físicamente. - ¿Qué estás diciendo?

Lucenya se levantó, dejando a Jaehaera en su cuna, y se acercó a Aegon, sus ojos llenos de dolor y resentimiento.- Tú lo pusiste en peligro. Tú no lo protegiste. ¡Y ahora está muerto! ¿Cómo puedo mirarte a los ojos y no culparte, cuando tú debiste estar aquí con nosotros? ¿Dónde estabas, Aegon, cuando más te necesitábamos?

Las palabras de Lucenya rompieron algo dentro de Aegon. Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro mientras negaba con la cabeza.- Yo nunca quise esto... Yo... habría dado mi vida por Baelor.

-¿Estas seguro de eso? O es otra de tus mentiras- su respiración era agitada- ¿realmente amaste a un niño que no era tuyo? Porque no importa lo que hubieras dicho Aegon, nada quitaba el hecho de que Baelor era hijo de Jacaerys ¿Pero de qué sirve eso ahora?- Lucenya lo interrumpió, su voz quebrándose.- ¡Está muerto! ¡Mi hijo está muerto! Y cada vez que te miro, veo su sangre en tus manos. No puedo evitarlo.

Aegon cayó de rodillas frente a ella, incapaz de sostener el peso de su dolor.- Lucenya, por favor... No digas eso. No me apartes más. Te necesito. Te amo. Amo a Jaehaera. Sin ustedes, no soy nada.

Pero Lucenya se apartó, abrazándose a sí misma como si intentara protegerse.- Ya no sé qué siento, Aegon. Ya no sé si puedo seguir siendo tu esposa. Cada vez que intento acercarme, todo lo que veo es la noche en que lo perdimos. Necesito... tiempo.

Esa noche, Aegon no pudo dormir. Vagó por los pasillos del Red Keep como un hombre perdido, su mente repitiendo una y otra vez las palabras de Lucenya. “Su sangre en tus manos.” Cada vez que lo recordaba, sentía un dolor insoportable en el pecho.

En la sala del trono, se desplomó frente a la imponente figura del Trono de Hierro, como si estuviera buscando respuestas en el frío metal. -Baelor era mi legado-  susurró para sí mismo.- No importa lo que digan el era mi hijo... Mi primogénito... ¿Cómo pude fallarle así?

Aegon golpeó el suelo con sus puños, su dolor transformándose en furia. Los recuerdos de Baelor, sus risas, sus primeras palabras, lo torturaban. Finalmente, se alzó con un grito desgarrador, tirando al suelo los candelabros y las estatuas que decoraban la sala.

-¡Soy el rey! ¡Debería haberlo protegido!- gritó al vacío.

Criston Cole, al escuchar el alboroto, llegó corriendo a la sala.- Mi rey, ¿está bien?

Aegon lo miró con los ojos rojos y húmedos.- No, Criston. No estoy bien. Nunca lo estaré.

Mientras tanto, Aemond, quien había estado al tanto de la discusión entre Lucenya y Aegon, se sintió dividido. Por un lado, sabía que Lucenya hablaba desde el dolor y no la razón. Pero por otro, su odio hacia la debilidad de Aegon creció aún más.

Una tarde, encontró a Lucenya en los jardines, sentada sola bajo un árbol. Sin decir nada, se sentó junto a ella.

-Lo lastimaste, Lucenya.- dijo después de un momento de silencio.

Lucenya apretó los labios, mirando al suelo.- No quería... Pero no puedo evitarlo, Aemond. Cada vez que lo miro, siento que fue su culpa. ¿Eso me convierte en una mala persona?

Aemond negó con la cabeza, colocando una mano en su hombro, el único contacto que ella aceptaba.- No eres una mala persona. Eres una madre que perdió a su hijo. Pero debes decidir si quieres que este dolor destruya lo que aún tienes. Por Jaehaera. Y por ti misma.

Lucenya no respondió, pero las palabras de Aemond quedaron grabadas en su mente.

En las sombras, Alicent observaba cómo su familia se desmoronaba. Aunque sabía que su secreto seguía a salvo, cada vez que veía a Aegon consumido por la culpa y a Lucenya rota por el dolor, sentía el peso de sus decisiones. Pero se mantenía firme.

-Todo esto fue necesario.- se repetía a sí misma cada noche.- Por el bien de la dinastía.

Sin embargo, en lo más profundo, sabía que su familia nunca volvería a ser la misma. Y que las consecuencias de sus acciones apenas estaban comenzando a manifestarse.

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