Capítulo 63: Fénix de Fuego y Venganza

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La decisión de Lucenya fue como un relámpago en la oscuridad. Durante días, se había mantenido en el limbo entre el dolor y la desesperación, pero una madrugada, mientras veía a Jaehaera dormir pacíficamente en su cuna, algo dentro de ella cambió. Ya no podía ser la mujer rota que el destino había intentado moldear, volver a Rocadragón no era la mejor decisión por ahora, sabía que la tensión en la corte era palpable, y no se arriesgaría a poner en peligro a su hija.

Se levantó con una determinación feroz, sus ojos brillando como las llamas de un dragón. Se quitó la bata arrugada que había llevado después de la muerte de Baelor, y ordenó a las doncellas que le trajeran el vestido negro con bordados carmesí, los colores de los Targaryen.

Cuando se miró al espejo, vio algo más que una madre en duelo. Vio a una reina de sangre antigua, hija del fuego y la sangre.

Lucenya entró en el Gran Salón de King's Landing mientras los rayos del sol se colaban por las ventanas, dándole un aire imponente. Aegon, Aemond, y Alicent estaban presentes, junto con algunos de los consejeros más cercanos al rey. La tensión era palpable cuando ella apareció con una expresión severa y una postura erguida, más fuerte de lo que ninguno la había visto en semanas.

Aegon se levantó del trono, esperanzado.-;Lucenya, ¿qué ocurre? ¿Por qué estás así?

Ella no lo miró. En cambio, se dirigió al centro de la sala, frente a todos.

-Hoy, dejo de ser Lucenya Velaryon- anunció con una voz clara y fría.- Ese apellido me recuerda una promesa rota, un hijo perdido, y un dolor que no puedo perdonar. Desde este momento, y hasta el último de mis días, seré Lucenya Targaryen, hija del fuego, heredera de la sangre de Valyria. Mi legado no será el llanto, sino la venganza.

Las palabras resonaron como un trueno en la sala. Alicent entrecerró los ojos, midiendo cada palabra, mientras Aegon la miraba con una mezcla de orgullo y desconcierto.

-Lucenya...- intentó interrumpir Aegon, pero ella levantó una mano para silenciarlo.

-No he terminado- continuó, con la mirada fija en él.- He perdido a mi hijo, y nada en este mundo lo traerá de vuelta. Pero mientras viva, protegeré a Jaehaera, y no permitiré que ninguna amenaza, interna o externa, vuelva a tocar a mi familia. Si la guerra viene, estaré en el frente. Los Targaryen no lloran, Aegon. Se vengan.

Aemond, que había estado observando en silencio, no pudo evitar una leve sonrisa de aprobación. Alicent, sin embargo, sintió una punzada de miedo. Había creado a Lucenya como una víctima, pero ahora veía a una mujer lista para reclamar lo que era suyo con fuego y sangre.

Esa misma tarde, Lucenya fue al pozo de dragones para ver a su dragón, Drakar, que había permanecido en silencio desde la muerte de Baelor. Cuando el enorme dragón la vio, rugió, llenando el cielo con un sonido que resonó por toda la Fortaleza Roja.

-Drakar- susurró, acariciando las escamas calientes de su dragón. -Perdimos algo precioso, tú y yo. Pero ahora tenemos una nueva misión. Jaehaera nos necesita. La sangre de Targaryen no se extinguirá mientras yo viva.

Vermithor inclinó la cabeza, reconociendo la fuerza renovada de su jinete. Con cada palabra que pronunciaba, Lucenya sentía cómo su conexión con el dragón se hacía más fuerte.

Lucenya no podía ignorar las acciones de Alicent, aunque aún no tuviera pruebas. Esa noche, se encontró con ella en la sala privada que solía usar la reina viuda para sus rezos.

-Alicent- comenzó Lucenya, cerrando la puerta tras de sí.

La reina viuda levantó la mirada de su libro de oraciones, pero no se levantó.- Lucenya. Qué sorpresa verte aquí.

-Sabes por qué estoy aquí- dijo Lucenya, acercándose. Sus ojos ardían con una intensidad que hizo que Alicent se tensara.- No necesito pruebas para saber que tus manos estuvieron detrás de lo que le sucedió a Baelor.

Alicent fingió indignación.- ¿Cómo te atreves a acusarme de algo tan terrible? Yo también lloré la muerte de Baelor. Era mi nieto.

-Tu nieto- repitió Lucenya con una sonrisa cargada de amargura.- Tal vez eso te funcione en frente de los demás, pero tú y yo sabemos la verdad, Baelor era mi hijo, pero no de Aegon. Él era el único vínculo que quedaba entre Jacaerys y yo, era nuestro hijo, y el legado de nuestra casa. Puede que no pueda probarlo ahora, pero te advierto, Alicent. Si descubro la verdad, no tendrás lugar en este mundo donde esconderte.

Alicent mantuvo su compostura, pero el brillo en los ojos de Lucenya la dejó intranquila.

Lucenya convocó a Aemond en privado esa noche, su único aliado verdadero.- Voy a unirme a esta guerra, Aemond.-  le dijo.- Quiero que Jaehaera crezca en un mundo donde no tenga que temer por su vida.

Aemond la miró, asintiendo lentamente.- Entonces, lucharé contigo. Siempre estaré a tu lado.

Lucenya lo observó por un momento antes de asentir.- Lo sé. Pero si alguna vez descubres que alguien en nuestra familia estuvo detrás de lo que le pasó a Baelor... no dudes en decírmelo.

Aemond no respondió de inmediato. En su mente, las palabras de Lucenya resonaron con un peso que sabía que no podría ignorar por mucho tiempo.

Así, la Targaryen renacida se preparó para reclamar su lugar en el mundo. Donde antes había dolor, ahora había fuego. Donde antes había lágrimas, ahora había una furia implacable. Y bajo las alas de Drakar, juró que los Targaryen no se extinguirían mientras ella pudiera evitarlo.

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