Capítulo 64: El Peso de las Palabras

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La Fortaleza Roja estaba bañada por la tenue luz de la tarde cuando Lucenya se dirigió hacia los aposentos de Aegon. El sonido de sus pasos resonaba en los pasillos vacíos, marcando el peso de lo que estaba por hacer. Había sido una mujer fuerte, una mujer transformada por la tragedia y el dolor, pero eso no significaba que su corazón estuviera libre de arrepentimiento. Había herido a Aegon, y sabía que era el momento de pedir perdón.

Al llegar a la puerta de sus aposentos, Lucenya se detuvo, respirando profundamente. Cuando se paró frente al trono en su última confrontación, había sido una mujer iracunda, devastada por la muerte de Baelor. Pero ahora, lo que sentía era el vacío de una culpa que la atormentaba. Sabía que había sido injusta con Aegon. Había perdido el control de sus palabras, dejando escapar acusaciones que no podía llevar de vuelta.

Aegon estaba allí, en su sala privada, mirando por la ventana. Su postura era la misma de siempre, pero había algo en sus ojos que había cambiado desde la última vez que se vieron. No eran solo tristeza o desesperación; había un vacío, como si todo lo que había pasado lo hubiera despojado de la esperanza.

Lucenya tocó suavemente la puerta y, sin esperar respuesta, entró. Aegon la miró de reojo pero no dijo nada, como si supiera que sus palabras ahora eran inútiles.

Lucenya dio un paso adelante, sintiendo el peso de su arrepentimiento.

-Aegon- dijo en voz baja, su tono suave- quiero hablar contigo.

Él no respondió de inmediato, pero la dejó acercarse. Era evidente que lo que ella había hecho la atormentaba más de lo que cualquiera podría imaginar. Lucenya, con la cabeza en alto, avanzó lentamente hacia él.

-Aegon, lo siento.- La disculpa salió de sus labios con sinceridad, aunque las palabras parecían pequeñas frente al dolor que ambos compartían.- Sé que te herí con lo que dije. Te acusé de la muerte de Baelor cuando tú también lo perdiste. Me dejé llevar por mi dolor, y no debí haberte culpado a ti.

Aegon no la miraba, pero sus manos estaban apretadas contra el respaldo de la silla, como si estuviera tratando de mantener la compostura.

-Entiendo lo que sientes- dijo ella, acercándose aún más.-;Perder a un hijo... es algo que no puede describirse. Pero sé que mi dolor no justifica lo que te hice. Tienes derecho a tu propio duelo. No solo te culpé por la muerte de Baelor, sino que también te herí, te acusé sin razón.

Por un momento, Aegon permaneció en silencio, como si sus propios pensamientos estuvieran atrapados en algún lugar oscuro. Finalmente, levantó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de Lucenya, llenos de una tristeza profunda.

-No, Lucenya. Lo que dijiste no se olvida fácilmente- respondió con voz áspera.- ¿Cómo puedo perdonarte por eso? Acusarme de ser responsable de la muerte de nuestro hijo... cuando tú también sabes lo que significaba para mí.

Lucenya dio un paso más cerca, su rostro lleno de remordimiento.- No te estoy pidiendo que me perdones de inmediato, Aegon. Sé que mis palabras te hirieron profundamente. Solo quiero que sepas que no lo pensé. En ese momento, solo veía el dolor de la pérdida, y no vi nada más.

Aegon la miró en silencio, evaluando cada palabra, cada gesto. Finalmente, se levantó lentamente de su asiento y caminó hacia ella, una sombra de cansancio en sus ojos.

-Lo que dijiste fue cruel- dijo, su voz baja pero firme.- Y me dolió más de lo que imaginas. Pero también sé que tu dolor te llevó a actuar de esa forma. A mí también me destruyó la muerte de Baelor, y lo que más me dolió fue no haber podido protegerlo. Perdí a mi hijo, pero no solo eso... también perdí a la mujer que amaba. La culpa me consume igual que a ti.

Lucenya sintió cómo su corazón latía acelerado, el peso de su culpa aún aplastándola, pero también un rayo de esperanza al ver que Aegon no la rechazaría completamente.

-Lo siento, Aegon- repitió, esta vez con más firmeza en su voz.- No solo por las palabras que te lancé, sino por no haberte dado el espacio para llorar también. Por no haber estado allí para ti como tú estuviste allí para mí. Esta guerra, esta casa, nos ha desgarrado, pero eso no debería significar que olvidemos el amor que alguna vez tuvimos.

Aegon la observó un momento, su rostro un reflejo de las batallas internas que libraba. Finalmente, suspiró, su mirada suavizándose.

-No hay vuelta atrás, Lucenya. Pero sé que... que el dolor nos cambia a todos.- Hizo una pausa, como si estuviera buscando las palabras correctas.- Y tal vez, en este caos, en esta oscuridad, podamos encontrar un camino para sanar, a pesar de todo, yo aún te amo y es algo que ni el dolor, ni nada podrá cambiar.

Lucenya sintió una punzada en su pecho, pero no era la misma desesperación de antes.

-Mi hijo está muerto, y siempre llevaré ese peso conmigo- dijo Lucenya con voz baja- pero si me permites, Aegon, quiero luchar. Luchar por lo que me queda, por nosotros, por Jaehaera, quiero que al menos quede algo para ella.

Aegon asintió lentamente. No había perdón completo, ni reconciliación, pero en sus palabras se respiraba una aceptación silenciosa. El viaje hacia la redención sería largo, pero por primera vez, ambos sabían que la única forma de seguir adelante era aceptarse con todo el dolor y la ira que los rodeaba.

Lucenya se dio la vuelta, dispuesta a regresar a su vida, pero una parte de ella, quizás la más dura, sabía que sus palabras, aunque sinceras, no borrarían las cicatrices que ambos llevarían para siempre. La guerra por la supervivencia de su hija estaba comenzando, y la venganza de los Targaryen no tardaría en llegar.

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