Capítulo 60: Las Sombras de la Verdad

23 6 1
                                    


Aemond había pasado días en la biblioteca del Red Keep, revisando documentos, registros y escuchando rumores. No confiaba completamente en la versión oficial de que los responsables del crimen contra Baelor habían sido enemigos externos de los Targaryen. Algo no encajaba. Los hombres habían sido eliminados rápidamente, y los detalles de su confesión parecían forzados.

Una noche, mientras inspeccionaba un registro en el despacho de la Mano, encontró una correspondencia que no había sido destruida. Una carta firmada con la rúbrica de su madre, Alicent Hightower, con instrucciones ambiguas pero inconfundibles: "Que el niño no sobreviva. La niña no debe ser tocada."

El corazón de Aemond se detuvo por un instante. El aire a su alrededor parecía más denso. ¿Cómo podía su propia madre haber hecho algo tan atroz? Aunque siempre había sabido que Alicent era capaz de tomar medidas extremas por el bien de su familia, esto superaba cualquier límite imaginable.

Aemond guardó la carta en su túnica y salió del despacho, sus pasos resonando por los pasillos oscuros. Su mente estaba un torbellino de pensamientos, pero había una claridad entre todo el caos: necesitaba confrontar a su madre.

Esa noche, Aemond encontró a Alicent en su sala privada, sentada frente al fuego con un semblante tranquilo. Apenas lo vio entrar, supo que algo había cambiado. Su hijo tenía la mirada fija, el rostro tenso y la mandíbula apretada.

-Madre.- dijo Aemond, su voz baja pero cargada de intensidad. Cerró la puerta detrás de él con un movimiento decidido.

Alicent lo miró con una mezcla de curiosidad y preocupación.- ¿Qué sucede, hijo? Pareces perturbado.

Aemond sacó la carta de su túnica y la colocó sobre la mesa frente a ella. Alicent la tomó, y al leer las palabras que ella misma había escrito, su rostro se tornó pálido.

-¿Qué significa esto?- preguntó Aemond, su tono gélido.

Alicent dejó la carta en la mesa con manos temblorosas.- Aemond... lo hice por el bien de la familia. Baelor era un obstáculo. Su existencia debilitaba la posición de Aegon y de Jaehaera. Si no hubiera tomado esa decisión, nuestra familia estaría en peligro constante.

-¿Un obstáculo?- Aemond repitió la palabra con desprecio. Dio un paso hacia su madre, inclinándose ligeramente para mirarla directamente a los ojos.- Baelor era solo un niño. Mi sobrino. El hijo de Lucenya. ¿Cómo pudiste? ¿Cómo tuviste el corazón para hacer algo tan monstruoso?

Alicent mantuvo su compostura, aunque sus ojos reflejaban el peso de sus acciones.- Lo hice porque nadie más tuvo el coraje de hacerlo. Cada decisión que he tomado ha sido para protegernos. Tú, más que nadie, deberías entender eso.

Aemond apretó los puños, su cuerpo temblando de rabia contenida. -Entiendo más de lo que crees, madre. Entiendo que estás dispuesta a destruirte incluso a ti misma por tu obsesión con el poder y el control. Pero te lo advierto: si alguna vez vuelves a poner en peligro a los míos, no me importará que seas mi madre. Me aseguraré de que sufras las consecuencias.

Alicent lo miró, sorprendida por la dureza de sus palabras. Pero antes de que pudiera responder, Aemond continuó.

-Y no te atrevas a tocar a Lucenya o a Jaehaera. Ellas están bajo mi protección ahora. No bajo la tuya.

Alicent asintió lentamente, aunque la tensión en su rostro dejaba claro que no estaba acostumbrada a ser desafiada, menos por uno de sus propios hijos.- Lo que hice no puede ser deshecho, Aemond. Pero recuerda quién soy y lo que he hecho por esta familia.

Aemond se giró hacia la puerta, listo para marcharse, pero antes de salir, se detuvo.

-Recuerda esto, madre: cada acción tiene consecuencias. Y si alguna vez vuelves a cruzar esa línea, me aseguraré de que esas consecuencias caigan sobre ti.- su mirada estaban fija en su madre- De ahora en adelante será mejor que duermas con un ojo abierto.

Aemond no dijo nada a nadie sobre lo que había descubierto. Sabía que revelar la verdad destruiría la poca estabilidad que quedaba en la familia. Aegon ya estaba al borde del abismo, y Lucenya apenas podía soportar el peso de su propia tragedia. Decirles que Alicent había sido la responsable solo añadiría más caos y dolor.

Pero su relación con su madre cambió irrevocablemente. Aunque mantenía las apariencias en público, en privado evitaba cualquier contacto innecesario con ella. Alicent lo notó, pero no dijo nada, sabiendo que cualquier intento de reconciliación sería en vano.

Por otro lado, Aemond redobló su atención hacia Lucenya y Jaehaera. Pasaba más tiempo con ellas, asegurándose de que estuvieran protegidas y a salvo. En su mente, se había convertido en el guardián silencioso de su pequeña familia fragmentada.

Alicent, por su parte, comenzó a sentir las grietas en la relación con Aemond. Aunque justificaba sus acciones como necesarias, el peso de la culpa comenzó a perseguirla en los momentos de soledad. Las palabras de Aemond resonaban en su mente: “Me aseguraré de que sufras las consecuencias.”

Pero Alicent era una mujer de voluntad férrea. Aunque sabía que había cruzado una línea peligrosa, no estaba dispuesta a ceder. Para ella, todo había sido por el bien de la dinastía. Y si algún día su hijo decidía cumplir su amenaza, estaría lista para enfrentarlo.

En el Red Keep, las tensiones seguían creciendo, las verdades ocultas eran como brasas bajo las cenizas. Tarde o temprano, el fuego volvería a arder.

Crowns Of Fire Donde viven las historias. Descúbrelo ahora