Capítulo 65: El Fuego de la Venganza

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Lucenya se encontraba de pie frente a un mapa extendido sobre una mesa en sus aposentos, la mirada fija en las líneas que dividían los reinos. La guerra no era algo nuevo para ella; había visto los estragos de la lucha por el poder desde su más temprana juventud. Pero ahora, con la muerte de Baelor y el destino de su hija Jaehaera pendiendo de un hilo, la guerra tomaba un nuevo significado. Ya no luchaba por un amor perdido o por lo que alguna vez fue una familia unida. Ahora, todo su ser estaba centrado en el futuro de su hija, en protegerla de lo que se avecinaba.

Había llegado el momento de decidir de qué lado de la guerra se posicionaría. Rhaenyra, su madre, y las promesas rotas de la familia Targaryen habían sido un dolor constante en su vida, pero ahora Lucenya entendía la cruel realidad: no podía seguir luchando por los ideales de su madre. La traición de Alicent, la muerte de Baelor, y los sacrificios que había tenido que hacer la habían despojado de cualquier ilusión de reconciliación o unidad familiar. Si bien el amor por su madre siempre sería parte de ella, ahora debía pensar en la supervivencia de Jaehaera, en asegurar un futuro para su hija lejos de las sombras de la guerra civil.

En esos momentos de reflexión, su mente no podía evitar regresar a la guerra que aún se libraba, la guerra entre los seguidores de Rhaenyra y los de Aegon. Cada movimiento, cada estrategia, estaba ahora dictada por el único principio que le quedaba: asegurar que Jaehaera creciera en un mundo donde los Targaryen no fueran una familia rota por el odio y la traición.

-Lucenya, ¿estás lista para hablar?- La voz de Aemond la sacó de su concentración.

Volvió la vista hacia él, que la observaba desde la puerta. Su presencia, aunque firme, siempre le traía una sensación de seguridad. En su silencio, él entendía más de lo que cualquier otra persona podría. Ambos habían visto demasiada sangre, demasiada pérdida, pero al menos, en ese dolor compartido, Lucenya sentía que podía encontrar algo que parecía perdido: la fuerza para seguir adelante.

-Lo estoy- respondió con voz firme.- Es el momento de tomar una decisión. Rhaenyra está luchando por su derecho al trono, pero ya no puedo seguir sus pasos. No lucho por ella, sino por Jaehaera. Mi hija necesita un futuro, y no puedo permitir que más sangre sea derramada por ambiciones del pasado.

Aemond asintió lentamente, sabiendo que su decisión no era solo política. Había algo más profundo en ella. Una madre decidida a proteger lo que más amaba, incluso si eso significaba enfrentarse a su propia familia.

El siguiente paso era claro: debían asegurar la lealtad de los señores y casas cercanas a ellos, especialmente aquellos que aún no se habían comprometido con uno de los bandos. Sabían que el conflicto con Rhaenyra era inevitable, pero Lucenya no quería simplemente seguir la corriente. Tenía un propósito claro. Si la guerra debía llegar, que lo hiciera con fuerza y determinación. Pero que no fuera solo una guerra por el trono, sino una guerra para proteger el futuro de su hija.

-Nos necesitamos a nosotros mismos más que nunca- dijo Lucenya a Aemond y a los generales leales a su causa.- Debemos asegurarnos de que el reino entienda que no estamos luchando por un trono vacío, sino por la supervivencia de la Casa Targaryen y de nuestra descendencia. Jaehaera es nuestra esperanza, y esa es la bandera que debemos levantar.

El plan era sencillo, pero extremadamente arriesgado. Sabían que el conflicto se acercaba con rapidez, y tenían que tomar medidas rápidas y decisivas para ganar el apoyo de las casas que aún permanecían neutrales. Era esencial atacar los puntos débiles de Rhaenyra, especialmente en los territorios que ella había ganado, y asegurarse de que cualquier intento de acercamiento hacia su causa fuera rápidamente sofocado.

Aunque Lucenya no podía seguir luchando por su madre, la despedida emocional de Rhaenyra no sería fácil. Las palabras que no se dijeron, los abrazos que nunca llegaron, todo lo que había sido y dejado de ser entre ellas. La última vez que se encontraron, Lucenya no pudo mirarla a los ojos. Había demasiada tristeza y amargura entre ellas, demasiadas decisiones que habían llevado a un punto sin retorno. No era solo la muerte de Baelor lo que las separaba, sino todo lo que representaban en ese conflicto. Pero Lucenya sabía que lo más importante ahora era proteger lo que quedaba de la Casa Targaryen.

“Rhaenyra no es el futuro. Jaehaera lo es” pensó Lucenya mientras observaba el mapa, trazando líneas rojas sobre las ciudades clave. Ya no había lugar para la duda o el arrepentimiento. La guerra estaba aquí, y debía librarse con una estrategia más fría que nunca.

A medida que la guerra se acercaba, Lucenya se dirigió una última vez hacia el dragón Drakar, su aliado en la oscuridad, el único que había estado con ella a través de todo, la única criatura que realmente comprendía la magnitud de su sufrimiento. Al tocar sus escamas blancas, Lucenya susurró- No lucharé por el trono, ni por mi madre, ni por la gloria de un nombre. Lucharé por la vida de mi hija, por el futuro que le pertenece. Si la guerra debe venir, que sea con la furia de mil dragones.

Dakar rugió en respuesta, su respiración caliente como el fuego de un infierno lejano. Lucenya sabía que la batalla estaba por comenzar. No solo la lucha por el trono, sino la lucha por un futuro digno para su pequeña hija. Un futuro que no podría darle al hijo que le arrebataron.

No lloraría más. Ya no quedaba espacio para las lágrimas. Solo había lugar para la venganza y la fuerza de una madre decidida a proteger lo que más amaba. Y en esa lucha, el nombre Targaryen renacería.

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