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Otro día más. Caminaba sin prisa por los largos pasillos del instituto, inspirando profundamente mientras se deleitaba de los insultos no disimulados por parte de algunos estudiantes. Como de costumbre no hacía ni caso y ellos terminaban cansándose y volvían a centrar su atención en sus propios asuntos. Qué animados estaban para ser primera hora. Astrid nunca había llevado demasiado mal el ser el bicho raro del instituto en los seis años que llevaba viviendo en esa ciudad. 

Desde pequeña siempre fue distinta a los demás, metida en su propio mundo donde nadie la podía tocar ni dañar. Sumida en libros de fantasía en los que todos era posible, donde el o la protagonista era fuerte y valiente, se enfrentaba a innumerables peligros y siempre salía victorioso. La gente los aclamaba y se rendían a sus pies. Quizá por eso le gustaba tanto, porque tenia todo lo que ella anhelaba... pero no tenía. Nunca se había considerado una persona fuerte y mucho menos valiente, nunca supo hacer frente a los problemas solo sabía huir y dejarlo pasar hasta que quedaba en el olvido. Era el único modo de vida que había conocido hasta entonces y lo suficientemente efectivo como para sobrevivir en la jungla comúnmente llamada como "sociedad". Y entonces llegó él.

Abrió su taquilla con pesadez y dejó todos sus libros en el interior. Dejó escapar un suspiro de alivio al notar como disminuía el peso de su mochila y le permitía andar con la espalda totalmente recta. Cogió el libro de la primera clase y decidió que no merecía la pena volver a meterlo en la mochila, así que lo llevó en la mano.

La clase pasó lenta y aburrida. Astrid había intentado poner toda su atención a la clase pero estaba muy cansada, así que aprovechando su privilegiado asiento de última fila de clase se echó una pequeña cabezadita. Mentiría si dijera que era la primera vez que lo hacía, de hecho últimamente se le estaba haciendo costumbre lo de dormir en la primera hora de clase. No solía dormir bien y ahora que apenas quedaba poco más de un mes para navidad sus sueños se veían más perturbados que en otra época del año.
Un golpe seco la hizo abrir los ojos. El pupitre que estaba pegado al suyo, y hasta hacía unos minutos vacío, ahora se encontraba ocupado por él. Taehyung la miraba con ojos curiosos que chocaban con la expresión estoica que mostraba el resto de su cara.

— ¿Acaso solo vienes aquí para dormir?— Preguntó él con sorna.

Ella aún seguía recostada en la mesa.

— Yo al menos llego puntual. ¿Cuanto llevamos ya de clase? ¿Media hora?

Giró su cabeza indignada con clara intención de seguir durmiendo. Pero no podía, él la estaba mirando y eso la inquietaba.

— De hecho... ya ha empezado la segunda clase.

Le miró con los ojos muy abiertos en busca de un ápice de burla en su cara, pero solo encontró su peculiar indiferencia. Sin embargo pudo comprobar que lo que acababa de decir era cierto cuando vio entrar por la puerta a su profesor de literatura. Que era justo lo que le tocaba a segunda hora. Quiso abofetearse, pero optó por incorporarse en la silla para no quedarse también dormida en esta clase.
Pero él seguía mirándola. Como quien mira una obra de arte que no comprende y por más que la observa no le encuentra ningún sentido.

— ¿Por qué te sientas aquí?—Preguntó ella en un tono un tanto bajo.

— Es un asiento como otro cualquiera.— Ya no la miraba. Ahora garabateaba sobre su cuaderno.

— Hay mas asientos vacíos. ¿Por qué justo a mi lado?

La respuesta se hizo esperar más de lo deseado, como si la estuviese meditando. Tanto que Astrid decidió dejar de intentar volver a captar su atención y miró hacia la pizarra.

— Es un buen sitio —su suave voz la sorprendió—. Aquí puedo hacer lo que quiera en clase sin que me regañen los profesores.— Sonrió burlonamente— ¿Acaso no estás tu aquí por lo mismo? Para poder dormir en clase.

Lo último no fue una pregunta, sino más bien una afirmación. No se molestó en responder, pues, en parte tenía razón. El resto de la clase intentó prestar atención a la explicación, pero le fue misión imposible, era demasiado aburrido. Taehyung, por su parte, no volvió a mirarla o dirigirle la palabra el resto del tiempo, lo cual le pareció más normal.

Astrid se dejó caer en su cama. Estaba cansada. Muy cansada. Después de un exasperante día de instituto había estado trabajando en la cafetería de la esquina de la calle principal y había tenido que hacer horas extras, ya que la semana anterior trabajó menos tiempo del estipulado, pues tuvo que tomarse horas libres para estudiar. No era nada fuera de lo común, desde que empezó a trabajar hacía poco más de dos años ahí la dueña de la cafetería la había tratado muy bien y había sido bastante comprensiva con su situación. Cada vez que Astrid tenía exámenes trabajaba menos horas al día para poder tener más tiempo para estudiar. Y una vez hubiera terminado de estudiar haría horas extras para recuperar el trabajo perdido. Podría simplemente trabajar menos tiempo, pero no podía permitirse dejar de ganar ni un solo centavo. Necesitaba dinero, cuanto más mejor.

Unos incesantes golpes en su puerta interrumpieron su descanso. Estaba apunto de irse a dormir pero no le fue posible. Agotada se acercó a la puerta preparándose para tener que soportar a quien quiera que estuviese al otro lado. Quitó el seguro de la puerta y abrió lo justo para que su cabeza se asomase al pasillo.

— Tú —dijo Ruth con desprecio—. ¿Por qué no has bajado a cenar?

— Estoy cansada, no tenía hambre.

Hizo un gesto para que dejara de hablar, como si la voz de Astrid le molestase.

— No me importa —entonces, ¿para qué narices preguntaba? Pensó Astrid—. Mamá se va de viaje y quería despedirse. Baja —ordenó.

Y se marchó. Observó como su prima se marchaba por el pasillo hasta que desaparecía en su habitación. Suspiró cansada. Salió al pasillo y bajó las escaleras hasta llegar al salón donde estaban su tía Margaret y su respectiva pareja. ¿Damian? Realmente nunca le había importado demasiado. Tosió falsamente para captar su atención.

— Oh Astrid —exclamó su tía—. Estás aquí.

— Ruth me ha dicho que querías verme —dijo la chica.

— Si, verás mañana nos vamos Daniel y yo. Ya sabes, viaje de negocios.

¡Daniel! Eso era. Por poco acierta. Cada vez estaba más cerca, pensó. Entonces Matt pasó abriéndose paso hasta su querida madre postiza y su padre. Les dio a ambos un efusivo abrazo de despedida.

— Os voy a echar de menos —dijo en un intento por sonar verdaderamente apenado. Cosa que era totalmente falsa, pero ellos se lo creyeron.

Una vez se hubo separado de ambos Margaret lo miraba con una sonrisa de oreja a oreja.

— Ay mi niño como te quiero. Te queremos —corrigió—. Nosotros también te vamos a echar mucho de menos.

Puaj. Astrid solo sintió ganas de vomitar. Demasiadas muestras de cariño por hoy.

— Cuidaros mucho ¿vale? Y no os metais en líos.

— Si mamá, no te preocupes.

Matt se acercó hasta posicionarse al lado de Astrid. Y cuando ella intentó retirarse él la abrazó por los hombros.

— Nos portaremos bien, te lo prometo. ¿Verdad Astrid?

Ella simplemente asintió rápido con la cabeza. Solo quería volver a su cuarto y dormir largo y tendido. Pero principalmente quería salir de aquella situación tan incómoda. No se sentía cómoda con aquellas personas pese a ser su familia y con quienes convivía.

— Solos otra vez —susurró Matt en su oído.

Vale, suficiente. Le dio un manotazo disimulado para zafarse de su brazo y se retiró después de desearle a su tía que tuviese un buen viaje. Solían viajar constantemente por negocios, por lo que aquella vez no sería distinto de las demás veces. Una vez estuvo dentro de su habitación cerró el seguro y se sintió relajada. Un día más y a la vez un día menos.

Se acercó hasta la ventana y se asomó sacando su torso por la ventana para observar mejor las estrellas. Las observaba cada noche antes de dormir. Le hacía sentir pequeña, infinita. Sentía que sus problemas disminuían un poco, aunque al día siguiente volviesen a estar ahí al otro lado de la puerta. Pero al menos le ayudaba a conciliar el sueño.

Y así pasó otro día para Astrid.

No fucking limits.Where stories live. Discover now