Nada, era inútil. Se quitó los auriculares frustrada. Por más volumen que le daba a los auriculares era inútil. Seguía oyendo la música de la fiesta. Y los gritos. Y las risas. Y todo. Lo escuchaba absolutamente todo. Se tumbó en la cama de espaldas, claramente frustrada. Y apenas hacía una hora que había comenzado. Había días que habían durado hasta casi antes del amanecer y por tanto Astrid no había podido pegar ojo en toda la noche. Pensar eso lo la ayudó mucho, solo aumentó su desesperación. En vista de que no podría dormir decidió hacer algo de provecho. Se acercó hasta su mochila, sacó los libros y sus respectivos cuadernos y los esparció por la cama. Una vez se hubo decidido por una asignatura volvió a recoger los demás libros y comenzó a estudiar. Por increíble o raro que fuese podía estudiar con todo ese panorama. No era la primera vez que lo hacía y tenía muy claro que tampoco sería la última. Hubiera preferido quedarse en la cafetería haciendo tiempo para llegar más tarde a ese infierno con ventanas y tejado que se hacía llamar casa. Por justo esa noche la dueña tuvo que echar el cierre cuando hubo terminado el turno de tarde por motivos personales.
Se tomó un pequeño descanso del estudio y se levantó de la cama aproximándose cuidadosamente a la ventana de su habitación, desde la que se asomó con cautela, como si temiese ser descubierta o algo. Que ella, la chica extravagante, el bicho raro viviese con dos personas de las más populares del instituto no era ningún misterio. Pero Matt y Ruth se habían encargado encarecidamente de dejar claro que no tenían relación alguna a pesar de ser primos. Al parecer ellos nunca quisieron que ella viviera en su casa y fuera a su colegio. Astrid tampoco quería vivir con ellos o tener cualquier tipo de relación o contacto con ellos. El desprecio era mutuo. Pero a veces el destino hace que pasen cosas de las que no se puede escapar y te obliga a hacer cosas sin opción a elegir.
Al cabo de una hora aproximadamente el estómago de Astrid rugió estruendosamente en protesta por no haber cenado. Se maldijo a sí misma por no haber cenado o al menos haberse subido algo de comida a la habitación. Ahora la casa estaba llena de toda esa gente que la miraba por los pasillos con ojos acusadores y que la despreciaba sin motivo. Tenía hambre, pero por desgracia para su famélico estómago no era una necesidad lo suficientemente importante como para salir de la seguridad de su habitación para adentrarse en un peligroso e inexplorado camino hasta la cocina.
Unos suaves golpes en la puerta, pero lo suficientemente fuertes como para oírse, la distrajeron de la atención que le prestaba a su libro. Miró con desconfianza a la puerta intentando ver a través de ella, cosa que obviamente le fue imposible. "Debería plantearme poner una mirilla", pensó. Que llamaran a su puerta en mitad de la noche en una casa abarrotada de adolescentes de fiesta era inusual a la par que extraño. No sabía muy bien qué esperaba encontrarse al otro lado de la puerta y le asustaba un poco solo el hecho de pensarlo. Nada bueno, seguro. Decidió dejarlo pasar, seguro que se habían confundido de habitación. Si, sería eso. Seguro. Volvió a sentarse en la cama para continuar con lo suyo cuando los golpes volvieron a producirse. Astrid miró la puerta dubitativa. No quería abrir, pues en el fondo albergaba la idea de que se tratase de los idiotas que Matt tenía por amigos para gastarle alguna broma pesada, como en tantas otras ocasiones habían hecho.
— Sé que estás ahí. Puedo ver la luz.
El cuerpo de la chica quedó petrificado en el sitio. Jamás esperó escuchar esa voz al otro lado de la puerta de su habitación. Esa voz... No, no podía ser él. Seguro que el ruido de la fiesta la hizo escuchar mal y confundir su voz. Si, seguro que era eso.
Pero ahora ya no podía dejar de darle vueltas. ¿Por qué había oído su voz? No tenía sentido. Antes de darse cuenta la curiosidad había podido con ella y caminaba dudosa hacia la puerta. Una vez quitase el seguro no habría vuelta atrás. Si trataban de gastarle una broma lo conseguirían. Aunque a estas alturas por una más no se iba a morir. ¿No?

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No fucking limits.
De TodoY entonces te haces una pregunta... ¿Para qué vivo? Sin metas, sin sueños, sin vida. Tan solo con la única esperanza de salir de ese agujero infesto en el que se encontraba estancada desde hacía años. Hasta que aparece alguien que te ofrece una vi...