Prólogo.

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Cerró los ojos para evitar dejar que las lágrimas cayesen. Los auriculares amortiguaban los innumerables ruidos de la estación de trenes, sin embargo decidió quitárselos para poder escuchar con claridad el anuncio de salida de su tren. Miles de pensamientos cruzaban su mente sin cesar en un torbellino de enrevesados recuerdos tristes y felices que los hacían mucho mas dolorosos. Cuando abrió sus ojos notó cómo éstos le ardían en protesta por no dejarles derramar esas dichosas lágrimas que llevaba tanto tiempo aguantando. Pero se mantuvo fuerte. No lloró. Entonces escuchó por megafonía que el tren llegaría a la estación en cinco minutos. Cinco minutos que se le antojaron eternamente puntuales. Pero el tiempo no se detenía por nadie, y mucho menos por ella. Cuando quiso darse cuenta estaba acomodándose en el asiento junto a la ventana del vagón, observando cómo la gente iba de allá para acá, unos intentando coger el tren a tiempo, otros despidiéndose de sus amigos, o seres queridos. Menos ella. Ya no le quedaba nadie a quien decir adiós.
El tren comenzó a hacer más ruido del que emitía estando parado, en señal de que estaba a punto de efectuar su salida. En cuestión de segundos todo comenzó a moverse a través de la ventana. Ya no había vuelta atrás. El tren había comenzado a moverse por las vías lentamente, cogiendo velocidad poco a poco. Ella miró hacía el exterior para intentar concentrarse en el paisaje.

Y entonces lo vio.

Lo vio corriendo desesperadamente por el andén intentando alcanzar el, aún demasiado lento, tren. No tardó en llegar a la ventana donde se encontraba ella. Apoyó las palmas de sus manos contra el frío cristal como si intentara traspasarlo para poder tocarle. Él gritaba con todas sus fuerzas cosas que ella no entendía y mucho menos oía. El tren cobraba velocidad por momentos y por si fuera poco el andén estaba a punto de llegar a su límite. Que estúpida había sido al pensar que estaba sola, que no le quedaba a nadie. Creyendo que lo mejor que podía hacer era marcharse, huir como la cobarde que era. Y ahí estaba él, contra todo pronóstico, dejándose hasta el último aliento por no perderla.

No fucking limits.Where stories live. Discover now