Eduardo.
No me lo creo, escucho con la boca abierta, aunque no me dé cuenta y ni siquiera me importe.
— ¿Estás hablando en serio? — Me atrevo a preguntar olvidando mis modales.
— Nunca bromeo — Contesta serio — ¿Qué me dices, Eduardo? — Se echa hacia adelante y por unos segundos aguanto su mirada — Creo que aquí estás infravalorado, me gustaría mantenerte en mi hospital sin ninguna duda, pero... creo que te mereces esta oportunidad.
— No sé qué decir — Y es cierto, no encuentro las palabras — No lo esperaba, pero... pero...
— Creo adivinar que estás dispuesto a aceptar ese puesto de trabajo — Me ayuda, y menos mal.
— Sí, claro que acepto, quiero decir... ¿seré médico? — Intento contener mi alegría, pero es casi imposible — Me refiero a llevar casos propios, tener mis pacientes...
— Si, Eduardo, si — Mueve la cabeza arriba y abajo y creo que hasta sonríe, aunque muy poco — Pero no todo será de color de rosa y quiero que lo sepas desde el primer momento.
Siento un pequeño golpe en el estómago, una decepción.
— ¿Qué ocurre?
— Tu sueldo — Dice — No cobrarías lo mismo, aunque tu puesto sea mucho mejor, este hospital tiene un prestigio que...
— Me da igual el sueldo — Sonrío abiertamente, ¿ese era el problema? — Y me da igual si tengo que trabajar más horas que ahora, me da igual — Repito — Quiero ese puesto, quiero ser psiquiatra, quiero ser médico.
•••
Meto los pocos recuerdos que tengo en una pequeña caja de cartón; una foto de mis padres, otra de un paisaje del pueblo donde nací y la última que contemplo unos segundos, en la que salimos Alicia y yo, ¿qué va a pasar con ella? Voy a estar casi al otro lado del país, ¿se puede mantener una relación a tal distancia si ni estando a tan solo unos metros podemos pasar un día sin discutir? Muevo la cabeza a ambos lados pensativo, tengo que decírselo cuanto antes.
— ¿Es cierto lo que dicen? — Su voz, fría y sombría, suena a mi espalda — Dime que no es verdad que has aceptado una oferta sin ni siquiera consultármelo.
— Iba a hacerlo ahora mismo, te has adelantado — Me justifico — Tenía que hacerlo, tenía que aceptarla... tengo veintiocho años y todavía no he ejercido como médico, es la oportunidad de mi vida. Mi sueño.
— Y entonces, ¿qué se supone que pinto yo en tu vida? — Con dos pasos se pone frente a mí, a escasos milímetros. — ¿He sido un simple capricho y ya está? ¿Me dejas aquí tirada?
— ¿Tirada? — Pregunto, extrañado — Aquí lo tienes todo: trabajo, familia, amigos... — Hago una pausa y agarro sus codos — Yo tengo que luchar por lo que quiero y si de verdad te importo me gustaría que lo entendieras.
— Odio que hagas eso — Susurra, mirando al suelo.
— ¿Qué hago? — Sonrío, poniendo ambos dedos bajo su barbilla para que me mire a los ojos.
— Analizarlo todo y hacer que cambie de opinión — Dice — Pero... si te vas, ¿qué pasará con nosotros? ¿Seguiremos juntos, verdad?
Sus ojos, suplicantes, me miran mientras comienzan a brillar, siento que está a punto de llorar y no me gustaría que lo hiciera.
— Podemos intentarlo... — Suelto, aunque no es lo que tenía pensado. — Quizá... bueno, quizá funcione — Termino, tragando saliva.
— ¿Eso crees? — Una sonrisa de auténtico alivio aparece ahora en su rostro.
Asiento, forzando ahora una sonrisa yo.
— Tengo que trabajar, aunque sea mi último día...
— Está bien — Se separa de mí — ¿Cenamos esta noche?
— Claro
Se acerca de nuevo para dejarme un suave beso en los labios y después sale del despacho. Miro mi reloj, es más tarde de lo que pensaba, pero me quedan varias cosas que dejar terminadas, no quiero que la persona que vaya a sustituirme se encuentre con todo sin hacer.
Me pongo a ello enseguida y, como cada día, el tiempo pasa y pasa mientras continúo ahí sentado revisando un historial tras otro, archivando la mayoría y releyendo otros para informarme del tratamiento que han usado y los resultados que ha dado. Soy de esas personas que cree que siempre puede aprenderse algo nuevo.
Cuando termina mi jornada diaria y miro por última vez el que ha sido mi despacho durante los últimos meses, siento una pequeña punzada de tristeza, aunque se disipa enseguida, en cuanto pienso en cómo será mi mejorada vida a partir de mañana.
Me reúno con Alicia a la salida, es un alivio que se la vea de buen humor. Me gusta esa Ali, no la que busca el más mínimo fallo para discutir, ni a la Ali celosa...
— ¿Cómo esta mi enfermera? — Le pregunto cuando me acerco a ella, dejándole un beso en la mejilla.
— Sabes que esta noche tenemos que hablar de muchas cosas, ¿verdad? — Me contesta ella, cogiéndome la mano para llevarme fuera, al aparcamiento, donde nos dirigimos hasta el coche.
Asiento y el camino al restaurante es silencioso y diría que algo tenso, ¿de qué se supone que quiere hablar? Yo tenía pensando aprovechar juntos esta última noche.
Cuando le dejo las llaves al aparcacoches, vuelvo a aferrarme de su mano y juntos entramos. Es el restaurante donde tuvimos nuestra primera cita y me parecía el apropiado para una noche como la de hoy. Elijo también la misma mesa, Alicia me mira a los ojos sin pestañear, esta noche está muy guapa.
— ¿De qué quieres hablar? — Intento comenzar la conversación y quitármela cuanto antes de encima para disfrutar de la noche.
— Es obvio, ¿no? — Alza ambas cejas — De ti y de mi, de lo que va a pasar con nosotros a partir de mañana.
— Bien, Ali — Asiento, pensando para decir las palabras correctas — Como te he dicho antes, quizá podamos intentarlo. Va a ser muy complicado, vamos a estar lejos, yo voy a comenzar a trabajar más horas... pero estoy seguro que podremos hablar y vernos, sacaremos algún fin de semana que ambos estemos libres, no sé, creo que tenemos que ir viendo con el tiempo como va todo entre nosotros.
— ¿Qué estás diciendo? — Abre mucho los ojos y me mira furiosa, y puedo reconocer que, por mucho que haya medido mis palabras, he vuelto a equivocarme — No, Eduardo, cuando te he dicho de hablar sobre nosotros, he dado por supuesto que seguiríamos juntos... quería saber dónde viviremos, cómo lo haremos en esta nueva etapa.
— Pero Ali... — Intento sonreír aunque apenas me sale, no estoy entendiendo nada — Tú... ¿venir conmigo?
— ¡Por supuesto! — No lo hace, pero dado su entusiasmo parece que pega un salto en la silla — ¡Vamos a vivir juntos, Eduardo! Me voy contigo.

ESTÁS LEYENDO
El diario secreto de Sara.
RomantikEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...