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Eduardo.

Tengo que cerrar los ojos y respirar profundo mientras repito mentalmente las palabras que acaba de decirme Miguel. No quiero hablar, al menos no todavía, porque creo que lo único que saldría ahora mismo por mi boca serían gritos y desprecios, y es lo que menos me conviene si quiero solucionar esto antes de que se ponga peor de lo que ya está.

— Vale, Miguel — Echo el aire por la nariz mientras lo miro a los ojos — No entiendo nada de lo que está pasando con Sara, pero, ¿no deberíais comunicarme a mí cualquier cambio? Soy su médico.

— Por eso mismo, Eduardo — Suena más serio que nunca mientras su mirada no me dice nada. Tiene las mandíbulas tensadas.

— ¿Me vas a explicar lo que está pasando? — Al darme cuenta de que alzo de nuevo la voz, intento contenerme — Me he ido de aquí un día y medio y habéis hecho todo esto a mis espaldas. Sé sincero, Miguel, ¿es algo personal?

— Ese es el problema — Ahora entrelaza las manos sobre el escritorio y baja la cabeza — No debería hablar contigo sobre esto, te afecta directamente.

Las sienes me palpitan y tengo la boca seca. Quiero llegar al tema en cuestión, pero Miguel no para de dar rodeos que no llegan a ningún sitio.

— ¿No me vas a aclarar nada? — Casi estoy rogando sin darme cuenta — Vine aquí con toda la ilusión del mundo, traté a mis pacientes de la mejor manera, ¿a qué viene esto?

— Solo he decidido trasladar a Sara para protegerte a ti, a tu profesionalidad — Comienza a explicarse lentamente — Verás, Eduardo. Creo que eres un gran médico, pero hace poco empezaron a llegar rumores...

— ¿Rumores de qué tipo? — Me inclino hacia él ansioso.

— Acerca de una relación demasiado cercana hacia Sara — Arruga la nariz — Conoces las normas, incluso yo mismo intenté persuadirte de que no deberías involucrarte con tus pacientes.

— No he hecho nada más que ayudarles a recuperarse y volver a casa — Muevo la cabeza a ambos lados incrédulo — Toda relación que tengo con Sara no afectaba a su recuperación.

No dice nada más, y tras unos minutos de espera me doy cuenta de que nuestra conversación no ha servido para nada. Sean los que sean los rumores que le han llegado, han hecho que me alejen de Sara. Que la lleven a un sitio que desconozco.

No puede andar muy lejos, ¿no? Tiene que haber algún hospital cerca o al menos no muy alejado donde esté, seguro. De lo único que estoy seguro es de que tengo que verla.

Me dirijo a mi despacho, donde intento buscar toda la información posible, busco todos los hospitales cercanos, pero lo único que encuentro es un par que no disponen de planta de psiquiatría. No tengo mucho más por donde empezar, pero no quiero darme por vencido. Alguien tiene que saber algo, el problema es que parece que todo el mundo sabe cosas menos yo... y si le ha llegado esa información a Miguel, me temo que puede ser de cualquiera. Ya no sé en quién confíar, ni mucho menos en quién puede ayudarme a buscar a Sara.

Decido esperar en la cafetería el cambio de turno en recepción, durante todo el tiempo que paso ahí, Héctor no aparece en ningún momento, ni siquiera para comer. Sí lo hace Mónica, aunque al preguntarle solo consigo que me esquive una vez más.

Cuando ya es casi de noche y veo que se marcha a casa, me acerco sigiloso de nuevo a recepción, a buscar cualquier papel que me diga lo mínino, que me sirva al menos como pista.

Rebusco entre varios papeles que nada tienen que ver, pero cuando apenas llevo unos minutos, observo que viene Ana, por lo que tengo que dejar de buscar, aunque... es la mujer más cotilla que conozco, podría probar.

— Eh, Ana, ¿qué tal? — Le sonrío tan amable como soy capaz en esta situación, metiendo ambas manos en los bolsillos de mis vaqueros para tranquilizarme.

— Hola Eduardo — Saluda ella — Pues tan bien como puedo estar teniendo turno de noche, es un infierno.

— Si, ¿verdad? — Me muerdo el labio inferior y pienso en cómo comenzar.

— ¿Quieres preguntarme algo? — Me doy cuenta de que está cerca, alzando ambas cejas mientras me observa.

— Lo cierto es que sí — Frunzo el ceño — Me gustaría saber si tú sabes algo acerca de Sara, la chica que...

— Oh, sé perfectamente quién es Sara — Me interrumpe poniendo una mano en el pecho — Dijeron algo acerca de trasladarla.

— Si, eso lo sé — Muevo la cabeza de arriba a abajo — Pero, ¿dónde?

Me mira durante un buen rato en el que no sé lo que estará pensando, pero no me hace demasiada gracia. Hasta ahora de lo poco que me he enterado es de que mi relación con Sara ha afectado. Lo que nadie sabe es la relación que llevábamos en realidad, si no las cosas hubieran acabado incluso peor de lo que ahora están.

— Te lo diré — Chasquea la lengua — Hablaron acerca de un hospital que está en la ciudad más cercana.

— Me he informado acerca de ese hospital — Le digo — Y... es imposible que esté ahí, no tienen especialistas de psiquiatría.

— Según creí escuchar, Sara apenas iba a estar ahí unas horas — Entorna los ojos antes de seguir hablando — Le harían unas pruebas antes de darle el alta definitiva.

— ¿A quién escuchaste decir eso? — El corazón me late desbocado. Si no logro encontrar a Sara estando en un hospital, ¿cómo demonios voy a dar con ella fuera, en la calle?

— Al director, por supuesto. Creo saber... — Alza ambas cejas con una media sonrisa, lo que me dice que no es lo crea, si no que lo sabe con absoluta certeza — Que alguien del personal habló con él acerca de tu relación con Sara. Dijo que era demasiado... cercana.

— Si — Asiento — Me he enterado de eso también.

— No me has entendido — Pone los ojos en blanco — Esa persona incluso fue capaz de decirle que tú y Sara mantenías una relación de... ya sabes, de pareja, por supuesto Miguel no creyó semejante barbaridad, pero sí despertó dudas en él, de ahí su decisión.

— ¡Vaya, Ana! — Sin esperarlo la abrazo con fuerza — No sabes cuánto me has ayudado, ahora sé que nunca debo juzgar a las personas sin conocerlas.

Me alejo despidiéndome con la mano, ahora sé el hospital donde está Sara. Solo espero que siga ahí.

— Pero, ¿dónde vas? — Me grita Ana haciéndose oír desde su sitio de trabajo, yo estoy casi en la puerta.

— ¡A buscar a Sara! — Exclamo — Créeme, Ana. A veces, lo que parece la barbaridad más grande del mundo, solo es el capricho más bonito que quiere regalarte el destino.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora