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Eduardo.

Marisa se marchó a dormir mientras yo me puse con el ordenador portátil, tardé más de lo esperado pero al final conseguí lo que quería.
Tras eso, busqué la poca información que me faltaba sobre el síndrome de diógenes, quiero conocer bien la enfermedad para que Antonio se recupere lo antes posible.

Total, que de camino al hospital voy pensando en el café que tengo que tomarme si quiero aguantar todo el día en pie, creo que entre unas cosas y otras apenas he dormido tres horas esta noche.

Pensaba en el espectáculo bochornoso que dio Mónica, en si se lo tengo que tener en cuenta o no... mi cabeza me dice que lo deje pasar, son cosas del alcohol. Pero en apenas dos semanas ya van dos veces que se pone de esa manera.

Aunque ahora y, bueno, casi siempre, mi prioridad es Sara. Llevo el mp3 guardado en el bolsillo de mis pantalones vaqueros y sonrío sin parar... justo eso quiero, sacarle una gran sonrisa.

— Buenos días Ana — Saludo con la mano de pasada, dirigiéndome directamente a la cafetería. Escucho como me corresponde el saludo pero no me vuelvo.

Pido el café deseado y me lo tomo en silencio, recostado en la incómoda silla y con calma. Tengo trabajo, como siempre, pero por eso mismo llego antes, para no estar todo el día con prisas. Después recuerdo que tengo que conseguir alguien que le corte el pelo a Sara, si eso le va a hacer estar más a gusto, todo es poco...

— Oye Ana — Vuelvo a recepción, si no es ella, no sé quien puede ayudarme en esto — ¿Conoces a algún peluquero por la zona? — Pregunto frunciendo el ceño.

— ¡Oh, menos mal que lo has dicho! — Sale de detrás del mostrador con prisas — Algún día de estos te iba a decir que ya era hora de cortar esa mata de pelo.

— Esto... — ¿En serio? — Bueno, no es para mí, o quizá pueda aprovechar para cortármelo. Pero el hecho es que si puede venir aquí, al hospital.

— Llamaré enseguida a Pelayo — Asiente varias veces — ¿Para quién es?

— Para una paciente — Me limito a contestar. Deseando que no siga preguntando.

Por suerte, viene gente y Ana tiene que atenderlos, eso me libra de una entrevista a fondo.

— Dime algo después — Le pido, y ella asiente.

Llevo pensando un tiempo, y si, hoy es el día en que le daré el alta a Alfonso. Responde bien al tratamiento desde hace semanas y, aunque su manía de colocarlo todo sigue ahí, es algo con lo que se puede vivir. Me dirijo a su habitación a darle la buena noticia.

— Buenos días Alfonso — Lo encuentro paseando con las manos cruzadas por la espalda — Te veo bien.

— Justo como estoy — Asiente, sonriendo.

— Por eso mismo quiero decirte que cuando quieras puedes volver a casa. — Le digo, creo que tan contento como él está.

***

Ya tengo preparados los papeles, en cuanto venga la esposa de Alfonso, podrán irse juntos, espero que a vivir una nueva y mejorada vida.

Tras comenzar bien la mañana, pienso en los tres pacientes que me quedan. Además de Sara, con la que todo es cuestión de tiempo, están Concepción, la que no mejora, y Antonio, el anciano al que tenemos que realizarle unas pruebas antes de comenzar con el tratamiento.

Sin ninguna esperanza después de un par de semanas sin reconocerla y sin que se reconozca ella misma, visito a Concepción. Hoy la encuentro sobre la cama y la saludo como siempre, pronto sabré quien es en el día de hoy.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora