(2)

3K 217 15
                                    

Sara.

Día 2.

Quería saber tantas cosas... y sin embargo ahora no quiero saber nada, no quiero que nadie se dirija a mí, que nadie me pregunte cómo estoy y no dar pena a cada persona que quiera visitarme.

Me han atado, supongo que esa es su solución ante lo que me ha pasado, dejarme atada a la cama, sin darme opción a nada. Tampoco es que quiera o merezca dicha opción, creo que, sin haber sufrido el mismo final que toda mi familia, me encuentro a su lado, como si hubiera desaparecido de este mundo.

Lo único que me queda tras el accidente es esto, mi diario de color rojo, intacto.
¿No es una maldita señal? El coche queda destrozado, mi familia muere y, sin embargo un estúpido libro no sufre ni una mísera quemadura, ni un pequeño rasguño, nada.
Aunque debo dar las gracias de que así haya sido, al menos siento que si no es alguien, algo debe entender lo que siento ahora mismo.

El papel es lo único que cobija mis palabras, mis pensamientos, mis recuerdos y mis sentimientos, nada más lo hará. Aún no sé si me duele más el saber que no voy a ver a mi madre o a mi padre nunca más, ni siquiera a mi hermano, al que la vida no le ha dejado ni cumplir los diez años, no sé si ese dolor es más sordo, o si me hiere más que en el sitio donde estoy nadie se dignara a preguntarme un simple "¿qué tal, Sara?".

¿No tengo derecho al menos a eso? ¿A que alguien quiera ayudarme? Sé que no soy la primera ni la última chica de diecisiete años que lo pierde todo pero, ¿por ser así no merezco nada? No, me han demostrado que no. Y ahora soy yo la que no quiere recibir nada de este sitio.

Cuando ayer desperté aquí y lo supe todo, solo me vino una idea a la cabeza, y es que si ellos se habían ido, yo no era superior para tener que quedarme.

Cuando el desagradable médico me ha dejado a solas esta mañana, me he levantado de la cama y he ido directa al cuarto de baño, sabía lo que debía hacer.

Sin pensarlo ni un segundo he estampado mis endebles nudillos contra el cristal, haciéndolo añicos y provocándome algún que otro corte más, la verdad es que ya tengo unos cuantos...

Entre mis dedos veía correr la sangre, pero es curioso, ya no me provocaba dolor. Algunos cristales caen sobre el lavabo, otros al suelo, me detengo un momento en saber cual elegir y, una vez hecho, lo recojo del suelo y lo acerco a mi muñeca, a mis venas.

No pienso en lo que hago, simplemente lo hago, lo clavo con furia, haciendo que vaya de lado a lado, sin detenerme ni un segundo.

Sonrío mientras pienso que el poco reflejo que ahora puede darme el cristal roto, es lo último que veré en mi corta vida. Después noto cómo mis piernas empiezan a flaquear y mi cuerpo pierde las fuerzas.

Por último, un golpe contra el suelo del baño, mi cuerpo cae desplomado.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora