(41)

2.2K 198 43
                                    

Eduardo.

Una pregunta no para de rondarme la cabeza, ¿me he enamorado de Sara? No lo sé, pero de lo que estoy seguro es de que no hay otra explicación posible a lo que siento, a lo que hago cada vez que estoy con ella.

Pero es que, ¡es una completa locura! Tengo veintiocho años, tengo casi encaminada mi vida y sin embargo, decido meterme en un charco embarrado fijándome en una chica que apenas es mayor de edad y que, además, es mi paciente. Lo dicho, una locura total.

Marisa no me lo ha dicho directamente, pero su mirada lo ha hecho por ella. Sus ojos apenados mirando los míos cuando le he confesado lo que me sucedió. No, claro que no ha hecho falta nada más.

— ¡Eduardo, buenos días! — Encuentro a Héctor en la segunda planta, la verdad es que no sé ni cómo he llegado aquí — ¿Llevas mucho tiempo en el hospital? No te he visto entrar.

— Si, he madrugado — No puedo mirarle a los ojos y mentirle — ¿Dónde vas?

— Ayer me llevé el mp3 que le presté a Sara y hoy le traigo nuevas canciones — Me explica. Y siento algo de alivio, Héctor también hace algo especial por ella.

— Oh, genial — Le sonrío — Estoy pensando en darle muy pronto el alta a Paco. — Desvío el tema a otro, no sé cómo va a ser mi reacción si hablamos de Sara.

— ¿En serio? — Frunce los labios y asiente repetidas veces — Vaya, vas a hacer un record en cuanto a pacientes curados y dados de alta.

— Ojalá — Le sonrío — Nos vemos después, Héctor, tengo trabajo que hacer.

— Si, yo también — Asiente — Voy a darle esto a Sara y a seguir con mis cosas. Hasta el mediodía, Eduardo.

Veo cómo se aleja mientras yo me dirijo tranquilamente a mi despacho. Cuando llego me encuentro un par de papeles que antes no tenía, me acerco y los reviso, leo lentamente... y, vaya, es un nuevo paciente, un anciano con síndrome de diógenes, una enfermedad donde el paciente guarda todo lo posible, ya sea comida, papeles, basura... y lo almacena durante años.

Leo atentamente. Antonio, que es el nombre del anciano, llevaba encerrado en casa tres meses, no recibía llamadas ni visitas, no encuentro que tenga ningún familiar, pero sus vecinos llamaron a la policia al no saber nada de él en todos esos meses, pensaban que podría haberle pasado algo grave. Cuando los agentes llegaron vieron al hombre atrapado entre toneladas de basura y decidieron traerle aquí.
Decido ir a verle enseguida, ha ocupado la habitación que dejó libre Encarna.

Me encamino a paso rápido hacia ahí, llamo y enseguida entro. Estoy a punto de caerme de espaldas al suelo cuando un olor nauseabundo me golpea en la cara. Instintivamente llevo los dedos a los orificios de mi nariz taponándolos. Antonio está sobre la cama, aún con su ropa y completamente dormido.
Aprovecho para enseguida llamar a unas enfermeras y ordenar que aseen a ese pobre hombre cuanto antes. Comenzaré a tratarlo esta misma tarde.

A quien sí visito es a Alfonso, el hombre está bastante recuperado, aunque en la última semana algunas enfermeras me dijeron que había sufrido algún ataque de los suyos. Por desgracia no puedo mandarlo a casa hasta que me asegure que los ataques de la esquizofrenia han cesado del todo.

Con el que más preocupado sigo sin duda alguna es con Concepción, ¿cuándo demonios va a aparecer ella misma y va a dejar de ser cualquier persona con la se cruce? Tengo que pedir consejo a alguien, o mantenerla aislada de alguna manera... es el caso más complicado hasta el momento.

Quiero despejarme y sé cuál es el mejor lugar para hacerlo, donde más a gusto me siento, en la habitación de Sara.
Pero, ¿debo ir? Claro que debo, es mi paciente. Y, a sabiendas que puedo seguir confundiendo sentimientos, llamo a la habitación número 205 y Sara enseguida me da permiso.

— Normalmente justo después de llamar, entro sin esperar a que los pacientes me deis el permiso necesario — Le digo cuando cierro la puerta a mis espaldas, pero no la encuentro en la habitación y me extraña — ¿Sara?

— Necesito cortarme el pelo ya — Bufa, saliendo del cuarto de baño.

— Traeré a alguien que te lo pueda cortar — Sonrío al ver cómo intenta arreglarse su oscuro cabello con el ceño fruncido — Pero así te queda muy bien. Tienes el pelo muy bonito.

— Gracias — Me mira — Pero no necesito que mientas, tengo un espejo nuevo donde me veo todas las mañanas.

— ¿Y qué se supone que ves? — Ocupo mi silla y me cruzo de brazos mientras la observo caminar de un lado a otro. No me cansaría de hacerlo.

— Pues a una chica descuidada, sin arreglar... no sé, Eduardo — Se encoge de hombros — Una es femenina aunque esté en un sitio como este.

— Entiendo — Asiento, reprimiendo una sonrisa. Jamás pensé ver a Sara de esta manera, mucho menos tras haberla visto negándose a hablar. — Siéntate, por favor — Decido ponerme un poco serio — Me gustaría que habláramos.

Me obedece y a paso decidido se sienta en el borde de la cama, muy cerca de donde yo estoy.

— Está bien — Dice — ¿Qué pasa?

— Ayer vine y estabas echa polvo por tu ex novio — Le explico, ella baja la cabeza — Quiero saber cómo te sientes hoy.

— Pues... — Respira hondo — Desde que pasó lo de mi familia... no sé cómo sentirme cuando se trata del dolor, ¿sabes? Es muy raro, como si todo lo  que me sucediera a partir de ese día no pudiera traspasar la cicatriz que ya tengo.

— Hace tiempo leí un artículo muy interesante...— Ahora sí, alza la cabeza para mirarme a los ojos. No puedo quitar ni un segundo la vista, su color verde es simplemente precioso, me tiene cautivado.

— ¿Y qué decía ese artículo? — Está sonriendo a mi costa, y es normal. He perdido de nuevo la noción de todo sin darme cuenta.

— Eh... si, claro. Perdona... — Me aclaro la garganta incómodo — Decía que... Lo que duele no es el dolor. Lo que duele es la ausencia. El hueco que deja alguien que ya no está. Echar de menos con contrato indefinido. Y saber que quería llevársela y se la ha llevado, que ya está, que le han ganado la vida esas malditas seis letras que no pienso volver a juntar en mi boca nunca más.

— La muerte — Susurra, tan bajo que apenas puedo escucharla. Pero asiento. — Y entonces... ¿qué quieres decirme? ¿Que nunca voy a dejar de sentir dolor por ellos?

— Exacto — Trago saliva — Y que por desgracia, tienes que aprender a vivir con ello. Y aprender a que otras cosas en tu vida van a dolerte.

— Es curioso, pero pensé que perder a David sería algo que me destrozaría por dentro y sin embargo... — Se muerde el labio inferior, creo que duda si continuar o no — Sin embargo apareces tú y parece que todo es más fácil, y comienzas a curar todas y cada una de mis heridas y...y...

— Sara — La interrumpo y tomo su mano con las dos mías — Tengo que decirte algo, y vas a pensar que estoy loco o... no lo sé, pero llevo varios días atormentado y si no lo suelto voy a explotar.

— Entonces tendrás que decirlo — Me anima mostrándome una bonita sonrisa.

— Pues verás... — Tomo aire y cuento hasta tres, hasta diez, hasta veinte, ¿de verdad voy a hacerlo?

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora