(50)

2.1K 218 47
                                    

Eduardo.

Salgo de la habitación descolocado. Podría haberme quedado, pero creo que no me hubiera gustado lo que tendría que haber escuchado.

¿Por qué razón puede estar aquí ese chico? Le hizo daño a Sara cuando más tenía que apoyarla, se fue cuando ella le necesitaba a su lado y ahora que está mejor aparece, ¿para qué? Doy vueltas en el pasillo, de un lado a otro sin saber cómo reaccionar. Cuando pasa cerca de media hora me doy por vencido, no sé que está pasando ahí dentro pero no quiero seguir pensándolo, así que bajo a la cafetería y me sirvo una ensalada aunque no tengo hambre.

Veo a Mónica sentada sola, cabizbaja, remueve la comida con el tenedor una y otra vez. Me levanto para acercarme a ella.

— ¿Puedo sentarme? — Pregunto con mi bandeja entre las manos.

— Preferiría que no lo hicieras — Dice, sin mirarme — Ya se va a hacer difícil verte cada día, así que si es lo más lejos posible... mejor.

— Venga, Mónica — Sin que me haya dado permiso me siento a su lado, cojo su mano para que por fin me mire — ¿No crees que ha sido mejor que paremos con esto antes de que haya empezado? Así no nos hemos hecho tanto daño.

— No hables por ambos, por favor — Echa el aire por la nariz y creo suponer que está conteniendo su enfado — Yo estaba ilusionada con esto, me gustabas de verdad y pensé que yo a ti también.

— Y... me gustas — Suspiro — Pero no lo suficiente como para que sigamos adelante. Entiendo que quieras mantenerte alejada de mí, pero trabajamos juntos, y, como tú has dicho, me verás cada día.

Charlamos un buen rato más, se mantiene cauta respecto a nosotros y yo la respeto. Pero es una gran chica y solo quiero que no me esquive al verme. Que mantengamos una buena relación es lo mejor. No podía seguir con ella cuando en realidad es Sara en quien pienso.

Sara... ¿habrá terminado ya la visita de su ex novio? No lo sé, pero siento que me ha quitado mi tiempo con ella, es por la tarde y apenas he podido aprovechar mi día libre. Quería decirle que me hubiera gustado besarla, y que me encantaría poder hacerlo si ella me deja, pero después de esto no sé lo que va a pasar.

Ya que estoy aquí y con poco que hacer, decido dedicar ese tiempo a los demás pacientes. Ellos también se merecen un buen trato y confían en mí para ello, ¿no? Para que pueda curarlos.

Primero visito a Encarna, que va mejor. Lleva dos días consecutivos siendo ella misma y ya pude comenzar con la medicación adecuada, por lo que si sigue igual de bien quizá pronto pueda hacer que reciba visitas que la ayuden a mantener su personalidad. Confío en ello.

Tras ella, visito a Antonio, el anciano con síndrome de diógenes. Siento un olor fuerte al entrar a su habitación pero al buscar con la mirada no encuentro nada fuera de lugar. Con disimulo sigo buscando hasta que lo veo. Antonio apenas lleva aquí unos días, pero todos y cada uno de los envoltorios de plástico, algunas galletas y varios restos de comida están bajo su cama, ha intentado esconderlos en un rincón pero solo tienes que fijarte un poco para verlo.

Mando a un par de trabajadores que lo limpien, y mientras, intento charlar con él.

— ¿Estás bien, Antonio? — Le pregunto, aunque está distraido mirando sus propias manos.

— Claro Eduardo, deseando volver a casa — Me sonríe, amable — Me dijiste que podría hacerlo pronto.

— Y así es — Asiento — Pero aún no tengo los resultados de todas las pruebas... hay que esperar unos días más.

— No sé cuántos días más me quedarán, hijo — Frunce el ceño — Pero desde luego no quiero pasarlos aquí encerrado.

Siento una pena inmensa, ¿dónde está la hija de este buen hombre? Sin duda tiene una enfermedad que le afecta mucho, pero igualmente se puede ver que es una persona amable, las buenas personas no deberían estar solas.

— ¿Te gustaría ver a tu hija? — Me atrevo a preguntar.

— No sé nada de ella desde hace mucho tiempo — Se encoge de hombros y puefo fijarme en que ahora la pena lo absorbe a él — Imagino que cuando nos hacemos viejos somos un lastre para los hijos.

Trago saliva varias veces. En muchas ocasiones me aconsejaron que, cuando tuviera mis propios pacientes, la primera regla sería que no interactuara con ellos de manera personal. Que separara las cosas, pero, ¿tan fácil les resulta hacerlo a otros? Para mí es del todo imposible no sentir lástima viendo a personas como Paco, o  ilusión y esperanza cuando cualquier paciente comienza a recuperarse. No puedo separar las cosas, no quiero hacerlo.

Tras meditarlo y volver a meditarlo de nuevo, decido ir a la habitación de Sara. No quiero irme del hospital sin verla... aunque ahora mismo, tras la visita de ese tal David, no sé lo que me voy a encontrar.

Llamo tan despacio que ni yo mismo lo oigo bien, después asomo muy poco la cabeza, con cuidado.

— ¿Está todo bien? — Pregunto en susurros.

— ¡Venga, pasa! — Se levanta de un salto, tan alegre que me sorprende, llega hasta donde estoy yo y me coge ambas manos para meterme a la habitación — Tenía muchas ganas de que volvieras, has tardado mucho.

— ¿Bromeas? — La miro de arriba a abajo, deseando saber lo que ha pasado aquí dentro con su novio, ¿qué demonios me pasa, estoy celoso? — Estaba aquí David, ¿cómo iba a venir?

— Oh, venga... — Sonríe, mordiéndose el labio inferior — Ha estado aquí un rato para ver como estaba.

— Ah... — Suspiro, aún intranquilo — Así que solo ha sido eso.

— Claro, solo eso — Entorna los ojos para mirarme, no hemos soltado las manos en ningún momento — ¿Qué iba a ser si no?

— No bueno... nada — Miro para otro lado incómodo, me estoy comportando como un adolescente.

Ahora de una sola mano me lleva hasta la cama, se sienta en ella y yo la acompaño, sentándome a su lado.

— Vas a pensar que estoy mal de la cabeza... — Me dice divertida — Pero...

— Yo nunca pensaría eso — La interrumpo, pero enseguida pone un dedo sobre mis labios.

— Déjame terminar — Susurra, yo asiento inhalando su olor tan cercano — Pero... me gusta esto. Me gusta despertarme y esperarte por la mañana, y charlar contigo, me gusta cuando nos interrumpen y te pones tan nervioso — Sonríe — Y me encanta que vengas a verme cada día antes de que me vaya a la cama, y que los Domingos vengas aquí aunque no tengas porqué hacerlo. Me gusta todo lo que tenga que ver contigo.

— Lo hago con mucho gusto — Digo, encogiéndome de hombros. Agarro la mano que tenía sobre mí y la acerco a mis labios para dejar dos suaves besos. Es algo que necesito hacer.

— Lo sé, y por eso me gusta tanto — Susurra ruborizándose, supongo que por lo que acabo de hacer. — Y ahora, ¿tampoco piensas que esté mal de la cabeza?

— En absoluto — Niego varias veces — Si por cosas como esas dices que estás mal de la cabeza, yo debo ser un completo loco... porque ya no es que me guste cada cosa de ti, Sara, es que me encanta. Me pasaría todo el día aquí contigo, y si pudiera te llevaría a todos lados, y te besaría sin parar, y te diría... — Respiro hondo, no puedo decirle algo como esto.

— Vamos, Edu... — Da un pequeño apretón en mi mano y hace que la mire a los ojos — ¿Qué me dirías?

— Te diría que... — Trago saliva y me mantengo en silencio durante varios segundos, ¿me lanzo a la piscina? ¿Lo hago? — Que estoy enamorado de tí, Sara.

—————

¡Hooola!

Buueno, buuueno... ¡ya estamos entre los 150 primeros del ranking, muchísimas gracias!

Hoy el capítulo es muy bonito, ¡espero que os guste!

¡Os leo siempre! 💙

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora