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Eduardo.

He intentado mantener la serenidad ante Sara, pero encontrar el diario así ha hecho que no haya podido hacerlo.

Horas después sigo con el corazón hecho un puño y los nervios a flor de piel, esperando que en cualquier momento el director me haga llamar y me diga que tengo que irme. Hasta ahora la mañana se ha mantenido tranquila pero, si cualquiera ha leído ese diario, estoy metido en un lío sin ningún lugar a dudas.

Me dirijo a mi despacho tras comer,  compruebo de nuevo que no tengo ninguna respuesta al correo que le mandé a la hija de Antonio. Han pasado varios días de la misma manera así que opto por llamar al teléfono de su trabajo.
Quizá el correo ya no está en uso o, simplemente, me ha ignorado.

Marco un número tras otro comprobando que no me equivoco y es correcto, y escucho cuando comienza a comunicar.

— Despacho de Laura Saiz, ¿en qué puedo atenderle? — No sé si es ella o la secretaria.

— Quería hablar con Laura si es posible — Digo, paciente.

— ¿Quién habla? — No, no es ella, y me temo que cuando le comuniquen quien soy y si ha leído mi correo, no quiera hablar conmigo.

— Eduardo Sánchez, soy psiquiatra y estoy tratando a Antonio — Respondo con serenidad.

— Espere un momento — Tras eso, silencio. Es buena señal si me quedo con que al menos no me han colgado.

Espero dos, tres, cinco minutos... martilleo con mis dedos en el escritorio impaciente.

— En estos momentos, Laura no puede atenderle — Me comunica la misma voz de antes.

— ¿Puede decirle que me llame a este mismo número, por favor? — No, no lo hará, estoy seguro de que me está esquivando — Escuche, sé que usted no tiene la culpa, pero su padre necesita a Laura, está enfermo.

— Haré lo que pueda — Contesta. Espero haberle removido algo y que ella hable con Laura, aunque, lo poco que he podido conocerla, supongo que esa mujer no se deja llevar mucho por el afecto.

Tras colgar y en el mismo sitio, sentado en la silla de mi despacho, meto desesperado las manos entre mi pelo, ¿qué va a suceder conmigo? No puedo con esta incertidumbre, no veo la hora en la que me despidan por haber traspasado la línea de médico y paciente con Sara, ¿qué va a pasar entonces? No voy a poder volver a trabajar como médico...

— No te he visto en todo el día — Héctor está apoyado en el marco de la puerta de mi despacho, no le he escuchado llegar.

— He estado liado — Intento mantener la compostura.

— Apenas tienes pacientes — Sonríe, cruzado de brazos — ¿A qué viene tanto trabajo?

— Hay muchas cosas más que hacer — Me levanto, aunque no sé para qué, y salgo de mi despacho. Héctor me sigue por el pasillo — ¿Dónde vas? — Le pregunto.

— A ver a Sara — Trago saliva cuando pronuncia su nombre, me inquieto aun sabiendo que Héctor no tiene ni idea de lo que está pasando — ¿Te vienes?

Asiento, sería más extraño todavía si no voy, estoy seguro. Tengo que actuar como si las cosas siguieran como antes a sabiendas de que alguien sabe el secreto que compartimos Sara y yo.

Cuando ambos entramos, creo ver la cara de decepción de Sara al comprobar que vengo acompañado... pero quizá es lo que deba hacer ahora para que si hay algún tipo de sospechas, se disipen. Pensando en frío y si sigue sin pasar nada, quizá todo esto es un malentendido y Sara se dejó ahí el diario. Si alguien lo hubiera leído ya nos habríamos enterado.

— Eh, pero si estas canciones no las he grabado yo — Despierto de mi ensimismamiento escuchando la voz de Héctor. Me fijo que tiene en sus manos el mp3 y frunce el ceño.

— No — Digo haciendo que ambos me miren — He sido yo, pensé que le gustarían a Sara.

— No habíamos ni nacido cuando compusieron estas canciones — Se mofa él — Como se nota que no sabes lo que le gusta a las adolescentes de hoy en día, ¿verdad, Sara?

— En realidad... — Baja la cabeza mordiéndose el labio inferior — Si, tienes razón, no es que sean muy de mi agrado.

Intento reprimir una sonrisa, Sara sabe por lo que estamos pasando y quiere ayudarme como sea. Tengo tantas ganas de tenerla de nuevo entre mis brazos... es la mejor calma con la que puedo encontrarme ahora mismo, sin embargo, Héctor está ahí con nosotros sin ninguna prisa por irse. Sara y yo nos lanzamos miradas cómplices pero, hasta ahora, es todo lo que podemos hacer.

Dos toques en la puerta nos interrumpen, una de las enfermeras asoma la cabeza.

— ¿Eduardo? — Me mira a mí y el corazón vuelve a acelerarse, ¿ya está? — No te encontraba, ¿puedes acompañarme?

Asiento, tragando saliva mientras me levanto de la silla con dificultad. Doy un último vistazo por encima del hombro, Héctor no sabe lo que está pasando, sin embargo, Sara me devuelve la mirada con los ojos angustiados. Le muestro una pequeña sonrisa a modo de ánimo antes de irme y seguir a la enfermera.

— ¿Qué ocurre? — Pregunto una vez fuera.

— Tienes una llamada, la he dejado a la espera — Me informa, y todo en mí parece aliviarse — El teléfono no paraba de sonar y viendo que no te encontrabas en el despacho la he atendido.

— Muchas gracias, no hay problema — Le sonrío, metiéndome en mi despacho mientras ella sigue con lo que quisiera que estuviera haciendo.

Resulta que Laura, la hija de Antonio, es tan fría como me esperaba, pero aun así... un padre al fin y al cabo es alguien de tu propia sangre, y eso no puedes obviarlo nunca.

Tras charlar unos minutos quedamos en que vendrá, pero no quiere ver a su padre. Solo para comprobar que está bien atendido. Acepto su petición de no verle porque tengo un as en la manga llamado Sara. Creo que en este caso puede hacer mucho más que yo.

Tengo que esperar hasta la noche para poder verla a solas y por supuesto, sin levantar sospechas.

— Hola, preciosa — Le sonrío al entrar a su habitación.

— Hola Edu — Suspira mientras se queda sentada en la cama — Por lo que veo no ha pasado nada.

— Eso es — Asiento contento — No creo que nadie haya leído tu diario. Si hubiera sido así, todo el mundo en el hospital ya estaría enterado.

— Quizá tengas razón — Se encoge de hombros — Es extraño, nunca dejaría de esa manera mi diario, pero supongo que si no ha pasado nada es que la cabeza me ha jugado una mala pasada.

— Ay, Sarita... — Me muerdo el labio inferior acercándome a ella, ya sé que debo mantener las distancias, pero me es imposible una vez que la tengo tan cerca — ¿Qué vamos a hacer con esa cabecita tan despistada?

Va a contestarme cuando dos pequeños toques en la puerta llaman nuestra atención, nos miramos uno al otro extrañados.

— ¿No has cenado todavía? — Le pregunto, pensando que si no nadie vendría a estas horas.

— Hace rato — Murmura.

— Adelante — Alzo la voz. La cabeza de otra de las enfermeras asoma por la puerta.

— Eduardo — Dice, seria — El director te busca.

— Oh, claro — Me levanto de un salto, echando una última mirada a Sara — Hasta mañana, espero que pases buenas noches.

Asiente en silencio y sé que está tan preocupada como yo. Sigo a la enfermera por los pasillos.

— ¿Sabes más o menos lo que quiere? — Intento sonsacarle, aunque dudo que sepa nada.

— La verdad que no — Chasquea la lengua — Pero por el humor en el que estaba, no creo que sean muy buenas noticias.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora