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Eduardo.

Le cuento todo, absolutamente todo. Porque Marisa es de esas personas que sabe escuchar y, lo mejor, aconsejarte. No sé si son los años de experiencia o que simplemente es una mujer sabia, pero siempre dice lo apropiado, da igual que sea lo que necesites escuchar o no, ella te lo dice.

— Y esa tal Sara, ¿crees que va a poder recuperarse algún día? — Me pregunta verdaderamente interesada en el tema.

— Voy a hacer todo lo posible porque así sea — Le explico — Solo tengo que saber cómo empezar, que es lo más complicado.

— Me has dicho que tiene algo dónde escribe, ¿no? — Asiento — Quizá no necesite hablar porque todo lo que tiene que decir está ahí mismo. — Me quedo callado para que continúe — Piénsalo, puede que la solución esté más cerca de lo que crees.

Me mantengo en el mismo sitio mientras ella recoge ambas tazas de café. Apoyo los codos en la mesa y decido hacer eso, pensar. Puede que Marisa tenga razón, que Sara plasme ahí su día a día, al menos tiene toda la pinta... pero, ¿por qué no abrirse en tantos meses y sí escribir?

Me levanto de golpe y me dirijo a mi habitación, a pesar de ser domingo he decidido ir al hospital y volver a ver a Sara. Si lo de ayer fue una señal, debo aprovecharla y no dejarlo pasar.

— Lo sabía — Es lo único que dice Marisa cuando ya me ve casi vestido. Me encojo de hombros mientras voy al baño y me arreglo el pelo... creo que tengo que ir cortándomelo, está algo descuidado y algunos mechones castaños caen sobre mi frente por mucho que los peino. Escucho los pasos de Marisa a mi espalda — No tenías ninguna camisa planchada — Me dice medio en riña.

Miro mi torso desnudo, es cierto y nunca podré negar lo gran desastre que soy.

— Doy gracias a que hayas llegado — Le sonrío, cogiendo la camisa blanca que huele genial. — Si no es por ti, me voy así mismo al hospital.

— A más de una le gustaría — Se tapa la boca cuando ríe — ¿No has conocido a nadie especial?

— No por el momento — Contesto distraído mientras me abrocho los últimos botones — Supongo que ya habrá tiempo para eso, ahora mi prioridad son los pacientes. Volveré más tarde.

— De acuerdo — Asiente, despidiéndose con la mano mientras cojo las llaves y el maletín y salgo de casa.

El camino al hospital se me hace cada vez más corto. No tengo nada que hacer hoy ahí pero sin embargo siento la necesidad de ir, y es que Sara me tiene en un sin vivir sin haberlo querido. Aparco donde cada día y viendo que tengo todo lo necesario camino hacia dentro.

Se nota que es Domingo y, o la gente no enferma estos días o pasa algo, pero todo está prácticamente vacío.

— ¿Eduardo? — Mónica me mira desde detrás de recepción, vaya... ni me acordaba del momento entre nosotros de la noche anterior — ¿Hoy tienes guardia?

— Hola, Mónica — Saludo tan amable como me es posible — No tengo guardia, pero supongo que esto es como mi segundo hogar.

— Venir un domingo... — Susurra, poniendo los ojos en blanco. — Bueno, tú mismo.

— Subo a mi despacho — Le sonrío — Nos vemos más tarde.

— ¡Oye, Eduardo! — Grita unos segundos antes de que suba al ascensor — No tengas en cuenta lo de anoche, bebí más de la cuenta y...

— Ya te dije que está todo bien — La interrumpo — Empezaremos de cero, puedes estar tranquila — Le guiño un ojo y, ahora sí, subo al ascensor que ha estado a punto de no esperarme.

Dejo apresuradamente el maletín sobre la mesa de mi despacho y me pongo la bata mientras camino a pasos rápidos por los pasillos de la segunda planta, en dirección a las habitaciones de los pacientes, pero... siento un golpe interior, ¿qué demonios me pasa? No es propio de mí obsesionarme de esta manera con algo.

Me detengo y respiro hondo, estoy demasiado enfrascado en el tema de Sara, ¿puedo ayudarla sin saber cómo ayudarme a mí mismo? Pienso ahí parado como una estatua... meto la mano entre mi mata de pelo castaño y me lo revuelvo, tengo que intentarlo.

Llamo a la habitación 205 con los nudillos antes de pasar. Todo se desvanece cuando encuentro a Sara en la misma postura que tantas otras veces, justo como me dijo Héctor.

— Buenos días, Sara — Le dedico mi sonrisa más amable aunque ni me mira — ¿Sabes una cosa? No debería estar aquí — Me siento en la silla, acomodándome — Pero... estaba en casa, pensando en ti y, bueno... no he podido evitar venir.

Miro al frente aunque en realidad hablo con ella, pero sería raro simplemente ver su pelo oscuro sin más. Cómo me gustaría que me mirara aunque fueran unos segundos.

— He estado preguntándome cómo ayudarte, cómo hacer que te abras, que confíes en mí — Sigo hablando solo, por supuesto, pero no me importa mucho — Y con ayuda he llegado a la conclusión de que todo lo que tienes que decir está ahí escrito — Señalo su diario, hoy escondido aunque puedo ver una pequeña esquina bajo la almohada.

Oigo cómo respira hondo, suelta todo el aire por la nariz y me mira. Sus ojos enormes y expresivos me absorben, si, es increíble pero me observa y no como ayer, no me culpa, ni me juzga, simplemente parece que me escucha.

— Tienes unos ojos muy bonitos — Me atrevo a decir, con cautela. Aunque en segundos noto que me equivoco, he ido demasiado rápido porque baja de nuevo la cabeza. — ¡No! Sara... lo siento, perdona que sea tan impulsivo. Pero me gusta saber que escuchas lo que te digo.

Uno, dos, tres... diez minutos en silencio. Creo que he dado un paso hacia adelante y, por desgracia, dos para atrás, siento que me falta muchísima experiencia como médico.

— Creo que por hoy es suficiente — Me resigno, levantándome de la silla. — Volveré mañana, Sara.

Camino lentamente hacia la puerta, arrastrando los pies y con muy poca esperanza cuando lo escucho, es un sonido casi imperceptible, un mínimo susurro, pero existe.

— No... no puedo hacerlo, Eduardo — Una dulce y suave voz, la de Sara, es la que pronuncia esas palabras.

Y entonces quien se queda sin ellas, soy yo. Completamente mudo.

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¡¡Sara ha hablado por fin!!

Espero que os guste, ¡os leo!

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora