Eduardo.
Mastico el bocadillo en silencio, mirando a la nada, distraído. Últimamente no sé qué demonios me está pasando. Si, todo parece salir bien a mi alrededor; en el trabajo, en casa, respecto a mi relación con Mónica... y sin embargo, en vez de poner los cinco sentidos en todo eso, solo puedo pensar en la dichosa chica de diecisiete años que, ya no es que sea menor, es que también es mi paciente. Sara me desplaza a un lugar distinto, lejos de todo esto, en el que parece que solo estamos ella y yo y lo demás deja de importar.
— ¿Qué dices tú, Eduardo? — Mónica pone una mano sobre mi brazo sacándome de mi ensimismamiento, me percato de que no estamos solos, Héctor se ha sentado en la mesa con nosotros.
— ¿Decir? — Sacudo la cabeza — ¿Sobre... ?
— Sobre la salida al pub mañana por la noche — Héctor pone los ojos en blancos antes de mirar a Mónica — Te he dicho que hace rato que no se estaba enterando de nada.
Ambos se ríen con ganas a mi costa, pero esta vez no les culpo, es que no estaba prestando ni la más mínima atención.
— Si, claro, iré — Asiento, más para quitármelos de encima que por otra cosa.
— Entonces nos apuntamos — Dice Mónica ilusionada a mi lado.
La miro frunciendo el ceño, ¿nos apuntamos? ¿Los dos? Ya existe algo en común entre nosotros y ni siquiera me he enterado yo, que soy el principal implicado. No estoy haciendo las cosas bien.
— Tengo que irme, hay mucho trabajo — Me disculpo, bebiendo el último trago de agua y dejando la botella vacía sobre la mesa.
Noto la mirada de ambos sobre mi nuca pero no me doy la vuelta, enseguida escucho pasos rápidos a mi espalda y Héctor me da alcance antes de llegar al ascensor.
— ¡Eh! — Me retiene — ¿Qué ha sido eso? ¿Tienes algún problema?
— No, Héctor, de verdad — Respiro hondo, montando en el ascensor y dándole al número tres, él me sigue — Es solo que... necesito pensar.
— ¿Es Mónica? — Pregunta — ¿Están yendo las cosas demasiado rápido con ella? Me ha dado esa impresión.
— No... no lo sé — Suspiro, apoyando la espalda en la pared del ascensor — No estoy seguro de nada.
— ¿Es que hay otra chica? — Pregunta con una ceja alzada — ¿Otro chico? — Bromea, aunque no tengo ganas de seguirle el juego.
— Déjalo Héctor, ¿vale? — Por fin llegamos, quería salir de aquí cuanto antes. Nunca se me ha dado muy bien mentir. — Solo necesito tiempo para saber lo que quiero y aclarar las ideas, eso es todo.
Asiente y se cruza de brazos, y sé que no se queda convencido. Pero no puedo decir nada acerca de esas ideas locas que tengo que aclarar, pues todas y cada una de ellas tienen que ver con Sara.
Paso por la habitación de Alfonso, que hoy está tranquilo en su cama y apenas me dirije la palabra... pero bueno, al menos no tienen ninguno de sus ataques, así que puedo darme con un canto en los dientes. Paco tampoco ve nada extraño hoy, ni manchas, ni que nadie lo mire desde ningún lado. Parece relajado, sin ojeras... y eso me dice que está en la etapa de recuperación y, que con la medicina adecuada, quizá no tarde más de una semana en poder irse a casa.
Decido subir a la terraza, hace un tiempo que no lo hago y es casi necesario para mí ahora mismo. El mes de Abril apenas está comenzando y con ello las tardes primaverales, las que más me gustan. Cuando estoy arriba, apoyo ambos codos en el ancho muro para observar un paisaje que no para de asombrarme por su curiosidad.
— Veo que ya has encontrado tu sitio favorito para pensar — Una voz conocida suena a mi espalda y no puedo evitar sonreír.
— ¡Marisa! — La saludo alegre — ¿Qué haces en el hospital?
— Hace unos días me dijiste que podría venir a hacerte una visita, ¿no lo recuerdas?
— Oh, claro — Doy un resoplido — Con todas las cosas que tengo en la cabeza, no lo recordaba, pero, ¿cómo sabías que estaba justo aquí?
— Pregunté en recepción — Me explica — La chica que está ahí no sabía dónde podía encontrarte, pero sí un enfermero, me ha dicho que se llamaba Héctor. Él me ha guiado hasta aquí.
— Supongo que este sitio no es tan secreto después de todo — Ambos miramos el paisaje en silencio durante varios minutos.
Observo como Marisa lo observa todo de lado a lado, supongo que tan impresionada como yo lo estaba el primer día. Esto es mágico.
— Te gusta, ¿eh? — Le pregunto.
— Si, es bonito — Asiente, y se gira para mirarme — Pero imagino que estas vistas tú ya las tienes memorizadas, ¿qué te hace estar aquí?
— Es... algo que me distrae de mi trabajo — Me sincero, ¿quién mejor que ella? — Y no quiero que sea así, yo vine aquí para demostrar lo que soy capaz de dar como médico, pero si a las primeras de cambio estoy...
— Vamos, Eduardo, tranquilo — Pone una mano en mi brazo y me da un pequeño apretón a modo de ánimo — ¿Ocurre algo con esa tal Mónica con la que sales?
— ¡No salgo con ella! — Cierro los ojos y echo el aire por la nariz — O si... el caso es que no sé lo que estoy haciendo con esa chica, pero no está bien.
— ¿Te gusta? — Me encojo de hombros, ¿me gusta? Eso creo. — Esa no es la respuesta que esperaba. Soy mucho mayor que tú, Eduardo. ¿Has oído el dicho de que más sabe el diablo por viejo que por diablo?
— Vamos, Marisa, te mantienes en forma — Le sonrío.
— Tan adulador como siempre — Ríe ella también — Pero a donde quiero llegar, Eduardo. ¿Sabes cuándo pude darme cuenta yo de que me había enamorado? — No espera que le responda y continúa — Cuando una noche estaba a punto de dormir y apareció esa persona especial en mi mente, como si mi subconsciente quisiera que esa imagen fuera la última y la mejor para acabar el día.
— ¿Sabes que te deberías dedicar a la psicología o a algo parecido? — Le pregunto, pasándole el brazo por detrás de los hombros y así saliendo de la azotea.
***
Marisa ha conseguido que me despeje un poco. Acaba de irse para casa, dice que tiene cosas por hacer, pero sé que seguramente tenga todo como los chorros del oro y no quiera molestarme, cosa que nunca hace.
— Bueno, Sara — La saludo entrando en su habitación. Me siento de manera distinta, como si, pase lo que pase, al final todo saldrá bien. — Cuéntame, ¿cuál es el primer sitio donde quieres ir cuando salgas de aquí?
Pero la sonrisa se me borra de golpe y el alma se me cae al suelo al verla. Normalmente me espera alegre, risueña, pero hoy está hecha un ovillo sobre la cama, con la frente apoyada en sus rodillas y sin dejar que pueda verle la cara.
— ¡Eh, Sara! — Me apresuro hasta llegar hasta donde está ella — ¿Qué ha pasado?
No reacciona, no se mueve, no dice nada. Y yo no sé que hacer, busco con la mirada algo que no encuentro y después pongo ambas manos sobre sus hombros.
— Háblame, vamos Sara — Creo que estoy suplicándole. No puede dar un paso atrás, no ahora que todo está tan bien — Eh, preciosa... vamos.
Por fin consigo que poco a poco levante la cabeza, tengo el corazón hecho un puño mientras lo hace y aguanto la respiración hasta que por fin sus ojos coinciden con los míos.
— Hoy ha venido David — Susurra.
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¡¡Hooola!!
Buuueno, vamos subiendo por el ranking poco a poco, ¡ya estamos entre los 250 primeros!
¡Espero que os guste, os leo!
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El diario secreto de Sara.
RomanceEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...