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Eduardo.

Son las once y me empiezo a impacientar. Sara debería estar aquí, o por lo menos no tendría que faltarle mucho. Puedo visualizar que habrá cenado, habrá visto la nota y... tiene que haber ido hacia el ascensor, donde estaría la segunda, pero, ¿y si alguien la ha visto antes que ella?

Ruego que no sea así, en el mejor de los casos nos relacionarían juntos, eso podría ser el fin en mi carrera... y otro problema sería que Sara hubiera subido a la azotea y estuviera sola.

Me muerdo las uñas, después el interior de mi mejilla, tras eso y con dolor en los dedos y en la boca, camino de un lado a otro con las manos en los bolsillos, ¿qué puede haber pasado? Nada, ¿no? Marisa me lo hubiera dicho enseguida.

Creo que tiene que pasar una media hora más para que por fin escuche el motor de un coche, no puede ser nadie más. Solo Marisa trayendo a Sara.
Puedo ver las luces delanteras unos minutos, después, oscuridad de nuevo. Solo acompañada por el suave viento y algunos cantos de los grillos.

Contengo la respiración, soy consciente de que Sara no va a poder verme hasta que esté algo más cerca. El sendero está en penumbras, pero el pequeño claro hace que, aunque no a la perfección, si vayamos a poder vernos el uno al otro.

Pisadas, por fin. Son suaves y pausadas y sé que son suyas por cómo me late el corazón y por las ganas que tengo de verla de una vez.

— ¿Eduardo? — Escucho su voz y una sonrisa aparece en mi cara por arte de magia — Aún sin verte, tengo que decirte que esto es lo más bonito que nadie ha hecho por mí nunca, y que...

Pero llego hasta ella y rodeando su cintura con mis manos la abrazo con fuerza, levantándola del suelo.

— Hola Sarita — Saludo con mi sonrisa permanente, ahí agarrada, puedo tenerla frente a frente, por lo que hago lo que llevo días deseando, la beso de nuevo.

Esta vez no tenemos porqué escondernos, porque nadie va a irrumpir en la habitación, nadie va a traer su comida ni su cena y por supuesto, nadie viene en mi busca. Por primera vez somos completamente libres.

— Creía que íbas a dejarme respirar el aire del campo — Susurra, hablando con dificultad tras el largo beso que necesitaba darle.

— Esta noche hay tiempo para todo — La suelto de la cintura pero agarro su mano para llevarla hasta la manta, las rosas... y todo lo demás. — Vamos, dime qué es lo primero que te apetece hacer.

— Déjame pensar — Se muerde el labio inferior y siento, de nuevo, el golpe en el estómago que me dice que vuelva a tenerla entre mis brazos. Pero me controlo, tengo que hacerlo.

Nos quedamos en silencio, ahora no hace falta nada más que su compañía. Así lo siento.

— Ya sé, Eduardo — Me mira con los ojos muy abiertos — Sácame a bailar — Sonríe.

— ¿De verdad? — Pregunto con las cejas alzadas, ella mueve la cabeza de arriba a abajo repetidamente — Tus deseos son órdenes, Sarita.

Me acerco al altavoz, que sigue conectado al móvil. Pienso sin parar mientras busco en la lista de reproducción, ¿qué canción es la adecuada justo ahora? No lo sé, nunca he sido demasiado seguidor de ningún grupo. Reviso una y otra vez hasta que la veo, tiene que ser esa.

Comienza a sonar you got it de Roy Orbison y, nada más ver la cara de Sara, sé que no me he equivocado.
Sonrío extendiendo ambas manos y ella corre para cogerlas, nos fundimos en un abrazo mientras la canción sige  sonando a nuestras espaldas, de fondo.
Mientras, nos balanceamos, es lo máximo que puedo hacer si se habla de bailar.

Anything you want, you got it.
Anything you need, you got it.
Anything at all, you got it.

Sara se sabe la letra, yo vagamente, aun así, en susurros la cantamos. Acaricio la mejilla de Sara y ella cierra los ojos, para sentir mi roce, para sentir la canción... para no olvidar el momento, aunque eso ya es imposible.

— Es preciosa — Susurra — Una de mis favoritas, ¿cómo lo has sabido?

— Supongo que... lo he sabido y ya está — Me encojo de hombros.

Cuando la canción acaba, nos tumbamos en la manta y miramos las estrellas.

— Oye, Sarita... — Me giro, apoyando todo el peso en mi codo y así poder mirarla — ¿Qué hora es?

— Las... — Va a mirar su reloj, pero se da cuenta de que no lleva y mira el mío — Doce.

— Vaya, entonces tengo que decirte algo — Me incorporo rápidamente y ella me mira confusa — Muchas felicidades, preciosa. Ya eres mayor de edad.

— ¿Cómo lo has sabido? — También se levanta hasta quedar sentada, de pronto, sonríe — ¡Qué mas da eso! Muchas gracias Edu, de verdad. No pensaba celebrarlo este año, de hecho, creía que no había motivo para dicha celebración, pero... — Se queda callada y baja la cabeza.

— ¿Pero...? — Pongo dos dedos bajo su barbilla para que sus ojos coincidan con los míos. Me pasaría toda la vida mirándolos.

— Pero tú haces que todo sea posible — Termina en voz baja — Estar contigo es como un sueño infinito, de esos de los que nunca quieres despertarte para que no acabe.

— No tenemos porqué despertarnos — Susurro, acercándome para dejar un pequeño beso en sus labios — Es nuestro sueño, durmamos todo lo que queramos, Sara.

***

Creo que apenas dormimos en toda la noche. No sé si por la emoción de estar fuera del hospital, por no tener un techo en el que cobijarnos, o por no parar de hablar de todo cuanto se nos ocurría. Sara ha acabado sabiendo todo cuanto he podido contarle esta noche y yo, por supuesto, también sé muchas más cosas de ella que antes.

Es curioso pero no necesitábamos nada más que estar el uno junto al otro para sentirnos bien. Eso es lo que la gente llama amor, ¿no? Supongo que sí, porque nunca antes lo había sentido y con Sara es tan diferente...

Marisa viene a por nosotros cuando casi no ha amanecido. Tenemos que estar en el hospital antes del cambio de turno y todavía no me creo que hayamos pasado nuestra primera noche juntos.

— Creo que no voy a vivir suficiente tiempo para devolverte todo lo que haces por mí — Le digo a Marisa una vez de vuelta al hospital.

— Verte de esta manera, hace que merezca la pena, Eduardo — Lo dice de una forma tan sincera... que puedo darme cuenta de que sigue existiendo gente buena en el mundo, aunque a veces pueda pensar lo contrario.

Llegamos a la hora prevista... quizá hasta un poco antes. Sara pasa desapercibida entre Marisa y yo, hasta que llegamos al ascensor y, de nuevo, nos quedamos solos.

Me ofrezco a acompañarla a su habitación, para aprovechar los pocos segundos que nos quedan pero, sobre todo, porque no quiero separarme de ella.

— Ojalá esta noche pudiera repetirse una y otra vez — Sonríe una vez que estamos llegando a su habitación.

— ¿Siempre el mismo día? — Pregunto, frunciendo el ceño — Tengo mejores cosas para nosotros, Sarita.

Llegamos por fin, abro la puerta para que entre ella primero, pero me sorprende cuando se queda parada en el umbral.

— ¿Qué ocurre? — No se mueve, pero puedo notar como lentamente traga saliva.

— El diario, Eduardo — Alza una mano para señalar sobre su cama, donde está su diario secreto, el de Sara, en el que nadie excepto ella sabe lo que pone.

Está abierto de par en par, como si alguien hubiera entrado para leerlo y al ser pillado lo dejara así, de esa manera tan expuesta.

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¡¡Hooola!!

Espero que os guste el capítulo, ya estamos en el #121 del ranking de romance, ¡muchas gracias!

¡Os leo!

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora