Eduardo.
Salí de la habitación sin poder decir nada más... sigo sin poder hacerlo. No me creo que Sara haya hablado.
Desde la silla de mi despacho veo la silueta de Mónica en la puerta de cristal, me saluda con la mano y con un movimiento de cabeza le indico que pase.
— ¿Quieres comer algo? — Me pregunta con una sonrisa agradable en la cara — A pesar de ser tu día libre, no has descansado desde que llegaste hace más de dos horas.
— Me parece buena idea — Asiento. Necesito despejarme un poco... no, necesito alejarme de este tema — ¿En la cafetería? — Le pregunto mientras me deshago de la bata y la cuelgo.
— He pensado ir al restaurante de enfrente, cocinan bastante bien — Dice.
— Está bien — Camino a su lado el trayecto que lleva hasta dicho restaurante, cogemos una de las mesas libres y nos sentamos.
Mónica no dice nada, creo verla algo incómoda y me gustaría que no fuera así, ahora mismo solo tengo un tema de conversación en la cabeza y no es el que quiero sacar. Pero hago el esfuerzo.
— ¿Qué tal anoche? — Le pregunto — Me fui muy pronto pero vi que la fiesta se alargaba.
— Yo me fui a casa unos minutos después — Me mira, tiene unos ojos risueños y una sonrisa bonita — Me sentía... avergonzada, nunca me había pasado algo parecido.
— Te refieres a... ¿nosotros? — Pregunto, alzando las cejas. Ella asiente. — Podría haber pasado justo al revés... pero quiero que lo olvides, ¿vale? Ahora estamos aquí, a gusto juntos... eso es lo importante.
— Gracias por dejar las cosas pasar — Dice, parece más cómoda y me alegro — Supongo que quería conocerte mejor y no hice las cosas de la mejor manera.
Comemos y charlamos y, creo que por primera vez en varios días, disperso un poco a Sara y todos los cambios que ha tenido en tan poco tiempo. Empiezo a saber cosas acerca de Mónica, como por ejemplo que su madre vive con un nuevo novio con el que quiere casarse, que su padre las abandonó cuando ella ni siquiera había nacido, y que tiene un hermano mayor. Yo le cuento algo de la mía, aunque no demasiado, tampoco hay mucho que contar...
— ¿Y decidiste dejarlo todo así, sin más? — Me pregunta limpiándose los restos del postre de chocolate que hemos compartido.
— Tenía que hacerlo — Asiento — Y no me arrepiento en absoluto.
Terminamos y la invito, no puedo hacer menos después de la agradable velada que hemos compartido. No tenemos prisa, ella no trabaja esta tarde y yo mucho menos, por lo que vamos a dar un paseo, decide enseñarme algunas cosas que hay por los alrededores.
Caminamos por un parque que apenas está a unas calles de distancia, es bonito y acogedor, con un camino de piedras de colores y repleto de bancos donde descansar, aunque ahora no hay nadie.
— Sí que se nos ha hecho tarde — Miro mi reloj, son casi las ocho y empieza a anochecer — Gracias por este día, me ha encantado. — Le digo a Mónica cuando ambos nos dirigimos al aparcamiento. — ¿Tienes coche?
Niega con la cabeza.
— Te vas a reír — Dice, tímida — Pero no me gusta conducir, tengo una especie de trauma.
— ¿Y cómo vuelves a casa? — Le pregunto.
— En taxi casi siempre — Se encoge de hombros — Vivo muy cerca, en el pueblo de al lado.
— Me pilla de paso a casa, ¿quieres que te lleve? — Me ofrezco con una sonrisa — Te ahorrarás el dinero del taxi.
— ¿No te causará problemas? — Alza ambas cejas, accediendo. Muevo la cabeza a ambos lados y camino hacia mi coche, abriendo la puerta del copiloto e invitándola así a pasar.
Arranco y conduzco de vuelta. El plan de lo que iba a ser mi Domingo ha cambiado por completo. Pensaba visitar a Sara y después revisar algún que otro caso antes de volver a casa pero, sin embargo, he disfrutado con Mónica como no me esperaba, ¿cómo iba a esperarlo después de nuestro extraño primer encuentro?
— ¿Piensas en algún paciente? — Me pregunta, la observo unos segundos antes de mirar de nuevo a la carretera.
— Por raro que parezca, no — Río — Pensaba en que me lo he pasado muy bien hoy.
— Yo también — Sonríe ahora ella — Es mucho mejor esto.
Asiento, dándole la razón. El camino restante lo pasamos en silencio. Cuando llego al primer pueblo, a tan solo siete kilómetros del hospital, Mónica me indica el camino hasta su casa. Ese pueblo no varía mucho del mío... parece que aquí todos los sitios son igual de pequeños y acogedores.
La dejo en la puerta de una casita pintada de blanco y cubierta de hojas verdes.— Nos vemos mañana, Mónica — Le digo cuando se quita el cinturón y baja del coche.
— Hasta mañana, Eduardo — Se despide con la mano y espero hasta que ha abierto la puerta de su casa para irme.
Arranco de nuevo y pronto llego a la mía, a mi hogar.
•••
Me desvisto, cojo el pantalón del pijama y me tiro al sofá, aunque apenas he hecho nada en todo el día, estoy agotado, supongo que de no descansar nada la noche anterior.
— ¿Qué tal ha ido el día? — ¡Vaya! La voz de Marisa, o más bien su persona, me asusta, no recordaba que estaba aquí.
— Yo y mi cabeza... — Me pongo una mano en el pecho descubierto y me sonrojo, estoy con demasiada poca ropa, aunque Marisa ya me haya visto así — Siento las formas, creo que me había mal acostumbrado a llegar y estar solo.
— Lo comprendo — Asiente, normalizando las cosas. Se sienta en el sofá de al lado — ¿Has ido a ver a esa chica, a Sara?
— He ido — Le digo, pensando las palabras — Y... me ha hablado, ¿sabes? Esperaba cualquier cosa. Que estuviera escribiendo, o durmiendo, quizá en su mundo como siempre o incluso que si me miraba fuera con odio por lo que pasó ayer, por haber irrumpido de esa manera en su habitación.
— ¿Qué te ha dicho? — Pregunta interesada y, admito que me encanta llegar a casa y poder contarle a alguien lo que a cualquier otra persona aburriría.
— Eso es lo peor — Arrugo la nariz — Creo que no quiere o... no puede seguir hacia adelante.
— Pero te ha hablado — Insiste — Has conseguido algo que nadie había hecho hasta ahora.
— ¿Qué quieres decir? — Me acerco verdaderamente curioso, ella tiene la respuesta, seguro.
— Aunque parezca que no, esa chica es una adolescente más — Explica — Quiere ser escuchada. No tiene a sus amigas, con las que seguro compartía cada cosa. Tampoco tiene ya a su familia... pero te tiene a ti.
— ¿Crees que lo de hoy ha sido como una especie de... señal? — Pregunto esperanzado — ¿Que quizá sea yo quien pueda ayudarla?
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¡Bueno, aquí os dejo el capítulo de hoy!
Hemos pasado las 2.000 lecturas y estamos dentro del ranking entre los primeros 500, ¡gracias!
¡¡Os leo!!
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El diario secreto de Sara.
Roman d'amourEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...