Eduardo.
Hoy sí llego al hospital mucho antes de la hora y, a pesar de que lo primero que me apetece es comprobar que Sara ha dormido bien, siento que debo hacer alguna que otra tarea.
— Buenos días, jefe — Héctor me acompaña en la mesa de la cafetería — Hoy vienes temprano.
— He descansado bien — Le digo. Agradezco que no me pregunte qué hacía anoche tan tarde en la habitación de Sara, aunque, en cierto modo, debe darle igual.
— Se dice que lo tuyo con Mónica es oficial — Dice entre risas — ¿Lo confirmas?
— Oh, vamos... — Pongo los ojos en blanco — ¿Es que aquí nadie se libra de los cotilleos?
— Me temo que no, a mí me han emparejado con unas quince distintas, aunque debo decir que con algunas no se equivocan... — Hace rato que no lo escucho, anoche pensé en preguntarle varias cosas que de nuevo me han venido a la cabeza. — ¿Hola? — Mueve la mano en mi cara.
— Oye Héctor, ¿qué te ocurrió con el Doctor Calvo? — Ignoro su gesto y voy al grano.
— Solo oírte nombrarlo va a hacer que el café me siente mal — Escupe, dejando la taza con fuerza — No hay mucho que decir sobre ese tío, Eduardo. Solo que era el tipo más repugnante que ha pasado por aquí.
— Eso he oído — Lo miro firme — Pero quiero saber el motivo.
— Verás, yo tenía sospechas, algunas enfermeras tenían quejas de él... pero no creí nada hasta que lo vi con mis propios ojos — Mira a otro lado, se nota que no le hace mucha gracia hablar de esto — Entré un día a la habitación de Sara al escuchar gritos. Al abrir la puerta pude ver que ella lloraba sin parar y que él... la sujetaba con fuerza del brazo y la zarandeaba.
— No puede ser cierto... — Aprieto tanto los nudillos que se vuelven de color blanco.
— Enseguida hablé con Miguel y unas horas después estaba fuera del hospital — Continúa — Me aseguró que se encargaría de que nunca más volviera a ejercer como médico.
— A gente como él no deberían dejarle sacarse la carrera — Estoy tan enfado que me sorprende. Pero pensar que alguien le ha hecho daño a Sara, simplemente hace que se me lleven los demonios.
Una vez hecha la visita a mis otros cuatro pacientes y dejando a Sara para después, me dispongo a hablar con Miguel tal y como prometí.
Primero no lo encuentro en su despacho, pero al volver unos minutos después, compruebo que ha llegado de hacer lo que quisiera que estuviera haciendo. Llamo a la puerta y espero que me indique con la cabeza que puedo pasar.
— Hola Miguel, necesito hablar contigo — Me aclaro la garganta mientras me siento frente a él.
— Claro, Eduardo — Sonríe — ¿Todo bien en el hospital, te has adaptado como es debido?
— Si, si, todo perfecto — Quiero ir directo al tema y no me ando con rodeos — Se trata de una de mis pacientes, Sara. ¿Desde cuándo no recibe visitas y cuál es el motivo?
— Lo comprobaré — Se pone las gafas para consultar la pantalla del ordenador. Espero en silencio, entrelazando nervioso mis manos — Aquí está. Su tío viene cada semana y pregunta por ella.
— Pero, ¿no le está permitido subir a su habitación? — Me inclino más sobre su mesa.
— Si, claro que si. Es de los pocos familiares directos que le quedan a esa pobre chica — Se me encoge el corazón al escucharlo — Pero verás, cuando vino por primera vez, ese hombre estaba destrozado por la reciente muerte de su hermano, el padre de Sara. Ver a su sobrina en el estado que entonces se encontraba, fue demasiado duro para él.
— Lo único que Sara hacía, o más bien no hacía, era hablar — Digo sin comprender — ¿Qué es lo que hizo que tras cuatro meses no quisiera verla?
— Verás... Eduardo — Deja las gafas sobre la mesa — Sé que debería haberlo corregido yo mismo, pero como comprenderás no es mi trabajo rellenar los informes de los pacientes. Sara intentó suicidarse.
Todo me da vueltas. Está claro que en realidad nada se mueve, pero siento el estómago tan revuelto y la cabeza tan fuera de lugar, que así lo siento. No conozco a Sara en absoluto, me he basado en tratarla de una manera sin saber la base, sin tener ni idea de nada de lo que le ha pasado.
— ¿Y... y sus amigas? — Pregunto con un hilo de voz, sigo conmocionado pero no doy lugar a que se note — ¿No pueden venir a verla?
— La mayoría son menores, pero de todas formas no son familiares cercanos, por lo que no podemos dejarles pasar — Responde, frunciendo el ceño.
— ¿No podríamos hacer una pequeña excepción? — Pregunto esperanzado — Sé que eso daría fuerzas a Sara, estoy seguro.
— Pensaré en algo, ¿está bien? — Levanta la cabeza para mirarme directamente — Deja esto en mis manos.
Asiento y me levanto. Tengo que salir de aquí cuanto antes, necesito ver y hablar con Sara ahora mismo. Eso hago, encaminarme a paso rápido hacia donde está.
Llamo y sin esperar respuesta entro alterado, sé que debería intentar controlarme pero ahora mismo me es casi imposible. Aun así, respiro hondo varias veces ante la atenta mirada de Sara. Sus dos ojos enormes y preciosos me escrutan sin saber lo que ocurre.
— Siento esta entrada — Le digo enseguida.
— ¿Qué ocurre? — Frunce el ceño mientras se levanta para colocarse justo como ayer, a mi lado.
— Eh... nada — Me siento, pasándome la mano por el pelo antes de levantar la cabeza y observar todas sus facciones — No sabía lo que habías intentado hacer, Sara. Estuviste a punto de...
— Si, y me arrepiento — Me interrumpe.
— ¿Por qué? — Estiro la mano y, aunque dudo, al final cojo la suya con firmeza — Una chica de diecisiete años nunca debe pensar en hacer algo como eso, ¿sabes cuántas cosas te quedan por hacer, por vivir...?
— Eduardo, intenté eso hace cuatro meses — Nuestros ojos no pierden contacto en ningún momento — Entonces solo pensaba en que no tenía nada que perder, pues ya tenía todo perdido.
— No volverás a hacerlo, ¿verdad? — Mueve la cabeza a ambos lados y mi respiración se tranquiliza mientras mi agarre en su mano es mucho más suave.
— Ahora creo que hay cosas por las que merece la pena seguir adelante — Baja la cabeza al decirlo y, como tantas otras veces, se sonroja.
— Las hay, claro que si — Le sonrío, vuelvo a estar en calma. Siempre lo estoy en esta habitación, con Sara. — He hablado con el director y, no me ha confirmado nada, pero sí me ha prometido intentar lo de que tus amigas puedan venir alguna vez, aunque no todas. Solo las que sean mayores de edad.
— No son muchas... — Arruga la nariz — ¿Y David?
— ¿Quién es David? — Pregunto algo descolocado.
— Es... bueno, supongo que era mi novio de entonces — Dice en voz baja, triste.
— Oh... claro, también preguntaré por él — Retiro la mano, creo que ya no le hace falta mi contacto aunque se queda mirando su mano ahora solitaria. — Sara — Llamo de nuevo su atención — Enumérame las muchas cosas por las que creas que merece la pena luchar un poco más.
— Me gustaría retomar mi último año de instituto cuando salga y así poder ir a la Universidad — Me muestra una pequeña y triste sonrisa — Y también... mis amigas, o mi novio... aunque ya no estoy muy segura de que lo sea. Y... — Se queda callada y suspira.
— ¿Algo más, Sara? — Busco sus ojos e intento animarla a que siga.
— Si... y por ti, Eduardo — Suelta por fin — Tú eres uno de los motivos que me ayudan a seguir adelante.

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El diario secreto de Sara.
RomansaEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...