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Eduardo.

Hoy Sara estaba algo rara.
No quería que se lo notase, ha hecho todo lo posible por ocultarlo... pero pasar tanto tiempo juntos me ha enseñado a saber cómo es en cada momento. Cosa que me encanta.

Tras insistir una y otra vez, por fin he conseguido que me lo cuente. Está preocupada por cómo encontró anoche, tras nuestra especie de cita, su diario.
Una y otra vez me ha dicho que siempre lo deja en el mismo sitio, y que estaba en otro distinto.

He intentado por todos los medios convencerla de que esas cosas pasan, de que a veces la memoria juega malas pasadas.
¿Quién iba a meterse en su habitación y así leer un diario privado? Al menos nadie de mi confianza creo que pudiera hacer algo así, no es su estilo.

Tras pasar un rato agradable esta mañana en su habitación y siempre guardando las formas aunque me haya costado mucho hacerlo, nos hemos despedido. Aunque me guste mucho estar con ella también tengo que hacer mi trabajo.

Camino con las manos en los bolsillos cuando reconozco a Héctor a lo lejos, lo saludo con la mano y él enseguida se acerca a pasos rápidos.

— ¿Qué tal? — Pregunta rascándose la nuca.

— Bien, estoy bien — Contesto mientras sigo mi camino a la habitación de Antonio, ayer hablé con el director sobre su hija, pero de momento no hay novedades — ¿Me acompañas?

— Sí, claro — Está raro, lo miro con el ceño fruncido pero él me sonríe como si nada.

— ¿Todo bien?

Asiente y me sigue, sin decir una palabra más, por lo que decido no insistir, quizá quiera decírmelo más tarde... o simplemente guardárselo para él.

Pasamos juntos a la habitación de Antonio y lo primero que hago es comprobar que lo ha vuelto a hacer, que vuelve a haber envoltorios y comida en el mismo sitio debajo de su cama.

— Avisa para que limpien eso, por favor — Le susurro a Héctor, señalando la basura con la barbilla.

Me obedece mientras yo observo al anciano tragando saliva, ¿qué hacer cuando las cosas no avanzan? Tengo que improvisar con cada paciente algo distinto, algo nuevo... y eso a veces es complicado.

Acompañado de Héctor intento razonar con Antonio, incluso el propio Héctor me ayuda, pero no hay manera. No puede ayudarse a alguien que no quiere ser ayudado... así que confío en que si damos con su hija, las cosas cambien.
Menos mal que el director está en ello.

— Oye, ¿es cierto que lo tuyo con Mónica ha acabado? — Me pregunta de camino a la cafetería, es la hora de comer.

— Si, era mejor — Me limito a decirle, no quiero dar explicaciones.

— La veo... mal — Arruga la nariz — ¿Has hablado con ella?

— Claro que lo hice — Digo mosqueado, ¿por quién me toma? — Aceptó el trato de ser amigos, pronto se le habrá pasado.

Se encoge de hombros sin más. Supongo que para él y el tipo de relaciones que suele tener, todo es más sencillo. Una noche, dos como mucho... y si te he visto no me acuerdo.
Pero eso no va conmigo.

— Sara es muy simpática — Al escuchar su nombre el corazón se me acelera sin querer, por lo que tengo que mantener la compostura.

— Sí, claro que si — Asiento — ¿Hablaste mucho con ella?

— No creas... — Se muerde el labio inferior — Apenas me dijo tres o cuatro cosas, tenía que sacarle las palabras.

— Dale tiempo — Digo, masticando un bocado del sándwich de pavo.

No charlamos nada más, no quiero hablarle de Sara, ni de Mónica... quiero tener un tiempo en paz, que hasta ahora no he tenido, y pensar en lo que he visto esta misma mañana en la ficha de Sara, que su cumpleaños es la semana que viene.

Su deseo es ir al monte, sin más. Apenas pide nada y es la tarea más difícil con la que me he encontrado, ¿cómo la saco del hospital? Me gustaría darle todo lo que pide... pero tengo que meditarlo correctamente. No quiero meterme en líos, aunque me temo que enamorarme perdidamente de Sara es uno de ellos.

Camino de nuevo a mi despacho, lo cierto es que ahora tengo menos trabajo que nunca. Solo tengo dos pacientes, los demás están en sus hogares y lo mejor, sin recaídas.

— ¡Eh, Eduardo! — Me doy la vuelta cuando escucho mi nombre, es Miguel, el director del hospital.

— Buenas tardes Miguel — Saludo con amabilidad.

— No te he encontrado en el despacho — Respira hondo antes de continuar — Hemos dado con la hija de Antonio, tu paciente. Se mudó hace casi diez años — Asiento, esperando algo más — Tiene un buen trabajo, formó una familia...

— ¿Y...? — Pregunto ansioso, tiene que haber más, ¿no? Algún problema, alguna razón para irse y dejar a un padre en esas condiciones.

— Ya está — Se encoge de hombros — Te he dejado su teléfono del trabajo y su correo electrónico con todo lo que he conseguido en tu despacho, espero que te sea de ayuda.

— Yo también lo espero...

***

Cabizbajo llego a la habitación de Sara, que me observa durante unos segundos sin decir nada, parece que me examina, o algo así.

— Cuando quieras, puedes contarme lo que ronda esa cabecita... — Se sienta sobre mis piernas y comienza a meter los dedos entre mi pelo.

— Eres todo dulzura, ¿lo sabías? — Le sonrío, dándole un pequeño beso en la punta de la nariz — Todavía no me creo que estemos de esta manera.

— Es una especie de sueño — Cierra los ojos echando el aire por la nariz — Pero no te andes por las ramas y cuéntamelo todo, quizá pueda ayudarte.

— Ojalá — Nos miramos a los ojos mientras comienzo a contarle lo que me tiene algo distraído, Antonio.

Sara me escucha atenta y de vez en cuando asiente, o frunce el ceño, incluso asquea la cara con algún que otro detalle.

— ¿Crees que su hija querrá venir a visitarlo? — Me pregunta.

— No lo sé, pero no las tengo todas conmigo... lo abandonó hace diez años, ¿por qué iba a volver ahora?

— Porque un padre es algo que no aprecias cuando lo tienes, pero una vez que lo pierdes... te arrepientes de no haber pasado todo el tiempo posible a su lado — Traga saliva y baja la cabeza.

Descubro que por muy fuerte que sea, por mucho que esté luchando y por valiente que quiera ser, la espina que tiene es imposible que algún día pueda ser sacada. No imagino el gran dolor que tiene que soportar cada día sobre su espalda con solo diecisiete años.

— Eres simplemente increíble, Sarita — Le susurro, poniendo ambas manos en su cara — No te imaginas todo lo que veo cada vez que te siento aquí conmigo. — Cojo su mano y la pongo sobre mi pecho, sobre mi corazón — Doy gracias cada día a lo que sea que haya hecho que sea tu médico y te haya podido conocer, porque eres lo más bonito que ha podido aparecer en mi vida.

— Conozco todas tus facetas... pero me faltaba esta — Susurra — Que eres todo un caballero andante.

— ¿Un caballero andante? — Pregunto sin poder evitar reírme a carcajadas — Eso es nuevo.

— No hay ningún problema en mostrar lo que uno siente, ¿no crees? — Me mira alzando las cejas.

— Cierto... — Meto mi cabeza en el hueco entre su cuello y su hombro y huelo su especial aroma — Y por eso creo que no habría nada de malo en decirte que te quiero.

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¡¡Hooola!!

Buueno, hoy he podido publicar, así que aquí tenéis el capítulo, ¡espero que os guste!

¡Os leo! 

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora