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Eduardo.

Hoy llego a la hora justa a trabajar, se me han pegado las sábanas... imagino que tengo sueño acumulado. Apenas me fijo en la ropa que me pongo, es una suerte que la tenga perfectamente doblada y colocada por mi fiel compañera Marisa. Me digo de nuevo lo de cortarme el pelo, pero a estas alturas ya no sé ni cuándo ni dónde voy a hacerlo.

— ¿No te vas a tomar un café antes de irte? — Me pregunta Marisa viendo cómo voy de un lado a otro sin parar.

— Aunque el que preparas tú está cien veces mejor que el del hospital, hoy no tengo tiempo — Cojo todo lo necesario y voy hacia la puerta — Nos vemos a la noche, hasta luego Marisa.

Creo que no le doy tiempo a responder cuando ya he cerrado la puerta. Una vez que llego al hospital, saludo a Ana, la otra recepcionista, con la mano y subo enseguida a mi despacho. Tengo que hacer las visitas rutinarias y ya pasan las diez de la mañana.

— ¿Noche intensa la de ayer? — Héctor me mira desde la puerta de mi despacho, cruzado de brazos y con una sonrisa en la cara.

— Nada que ver — Le sonrío también, cogiendo unos cuantos informes actualizados que había sobre mi mesa.

— A mí no me han contado lo mismo — Camino a paso rápido hacia las habitaciones de mis pacientes y él me sigue.

— ¿Y qué se supone que te han contado a ti? — Le pregunto alzando las cejas.

— Bueno Eduardo... esto es pequeño — Se encoge de hombros mientras señala a ambos lados — Se dice que ayer saliste con Mónica.

— ¿Salir? — Estoy a punto de echarme a reír — Tan solo comimos algo y dimos un paseo, la dejé en casa y ya está.

— A eso lo llamo salir, si — Me mira a los ojos — Es guapa, no tienes porqué negarlo.

— No niego nada, Héctor — Comienzo a impacientarme — Simplemente tengo muchas cosas que hacer... ¿vas a acompañarme o vas a seguir interrogándome?

— Vale, vale, lo siento — Se queda parado — Veo que los Lunes no son lo tuyo. Pero tranquilo, he visitado a tus pacientes y dentro de lo que cabe, están bien.

— Gracias y... lo siento — Me disculpo, llegando a la habitación 201 — Luego te veo.

Asiente y se aleja mientras yo me meto a la habitación de Alfonso. La mañana no empieza bien, ya que enseguida compruebo que el pobre está desquiciado. Lo primero que hago al entrar en su habitación es llamar a una enfermera, después me dirijo a él, que rasga las sábanas sin parar, ya tiene varios trozos por el suelo.

— ¡Eh, Alfonso, tranquilo! — Intento agarrar la prenda, pero él la tiene aferrada con fuerza y no la suelta — ¿Me das la sábana, por favor?

— ¡No han venido, no han venido! — Grita una y otra vez, pisando la sábana y estirando, escucho como rasga otro trozo cuando una enfermera y dos auxiliares vienen por fin.

Apenas tardan unos segundos en sujetarlo y ponerle la medicación correcta para que se quede relajado.

— Pronto vendrá tu familia — Digo apenado mientras salgo de ahí, por desgracia ha empeorado durante este fin de semana.

Paso al siguiente, Encarna por suerte sí está mejor, consigo sonsacarle algo sobre su hijo, por supuesto su estado de depresión se debe a su muerte, más que a eso, a la forma en la que murió: sobredosis. Fue ella misma quien lo encontró en la bañera cuando llevaba varios días sin tener noticias suyas.

— ¿Crees en Dios, Encarna? — Le pregunto, ella asiente convencida — Entonces, no debes estar así — Le digo cogiéndole la mano para que se sienta más segura — Tu hijo, allá donde esté, querrá ver bien a su madre. A su familia. ¿No crees?

— Es difícil perder a alguien a quien tú misma le has dado la vida — Susurra.

— Estoy seguro de ello, pero tu marido está en casa, preocupado por ti — Intento que entre en razón — Quiere venir a verte, ¿qué te parece si lo llamo esta misma tarde para que venga mañana?

Asiente y al mirarme veo ilusión en sus ojos. Eso es suficiente para arreglarme la mañana.

Tras ver a Paco, que hoy lo encuentro sumido en un profundo sueño del que no necesito despertarle y a Concepción, que hoy cree que es médica y como siempre no hay manera de hacerle entrar en razón, voy a habitación de Sara. Al mirarme el reloj compruebo que ya pasa el mediodía, y parece que acabo de llegar.

Cuando llamo y entro a la habitación de Sara, la encuentro como siempre, pero hoy mi mentalidad es otra, hoy quiero sacarle, si es posible, unas cuantas palabras más. Todo poco a poco y con paciencia, que es como mejor se hacen las cosas.

— Buenos días, Sara — La saludo con una sonrisa, noto que ella se remueve incómoda sobre la cama, tiene el diario entre sus manos — ¿Has estado escribiendo? — La escruto con los ojos, y me parece que asiente — Me encanta que lo hagas, siempre me ha sorprendido la gente que tiene la capacidad de hacer sentir de todo con unas simples líneas.

Tras un buen rato en silencio, por fin levanta la cabeza y vuelve a mirarme. No sé lo que dice su expresión, pero lo importante es que ha dado un nuevo paso, me escucha y me responde a su manera.

— ¿Te apetece hablar? — Pregunto — No hace falta que nos tiremos todo el día haciéndolo — Sonrío — Solo que pasemos un rato agradable charlando.

Respira hondo, abre la boca y contengo la respiración cuando habla de nuevo.

— Como quieras — Son las dos únicas palabras que dice pero, que a mí me suponen mucho.

— Así me gusta — Me inclino un poco sobre ella y nos miramos a los ojos — ¿Te apetece contarme algo en especial?

Niega con la cabeza y tuerzo la boca mientras pienso algo, ella baja la cabeza y veo cómo se ruboriza ligeramente.

— No te avergüences, para eso ya estoy yo — Le digo — ¿Sabes que eres de mis primeras pacientes? El primer día que llegué aquí no tenía ni idea de cómo hacer esto, no sabía dónde me había metido. Estaba de los nervios.

Sonríe, ¡sí, Sara ha sonreído! Me muestra un bonita y dulce sonrisa que me enternece.

— Se notaba — Dice ahora, y me encanta escucharla aunque tan solo diga eso.

— ¿En serio? — Me rasco la nuca — Ya lo siento. Yo intentando ser un médico serio y cercano y tú pensando en qué hace este payaso, ¿no?

No sé cuánto tiempo pasamos así, yo hablando sin parar, intentando que ella se suelte, que se sienta cómoda. Sara... bueno, sin decir mucho más, pero igualmente pienso que se siente tan a gusto como yo, al menos es lo que aparenta. Solo nos interrumpe una de las enfermeras cuando trae la comida.

— No huele nada mal, ¿eh? — Le guiño un ojo a Sara cuando destapa lo que parece sopa. Esta vez se queda mirando al plato sin decirme nada, creo que es por la presencia de la enfermera y además, quiero dejarla comer tranquila — Voy a tomar algo yo también. Hasta luego, Sara.

Apenas levanta la cabeza, pero con eso por hoy me basta. Bueno... por hoy y por unos cuantos días más. Me doy cuenta de lo que ha avanzado en tan poco tiempo, de que es posible que Sara pronto pueda estar bien.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora