Eduardo.
— ¡Hola chicos! — Héctor irrumpe en la habitación con la bandeja de la comida. Tengo todavía las manos de Sara cogidas con las mías, pero no me molesto en retirarlas, no hago nada inapropiado, ¿no? — ¿De qué hablábais? O mejor dicho... — Arruga la nariz — ¿Con qué historia estás aburriéndole hoy a Sara?
— Espero no estar aburriéndola — Sonrío y poco a poco pierdo mi contacto con ella, a la vez que siento un vacío justo en mi pecho — ¿Ya es la hora de comer? Se me ha pasado la mañana volando.
Me levanto para dejarle sitio a Héctor y que así coloque la bandeja para que Sara pueda comer cómodamente.
— ¿Has escuchado las nuevas canciones? — Le pregunta a Sara, y como estoy tan acostumbrado a que hable conmigo creo que lo hará con Héctor, pero se mantiene en silencio y solo puedo fruncir el ceño. — Espero que te hayan gustado, Dvicio ha sacado nuevo disco y está bastante bien.
Héctor sigue hablando sin parar, de un tema y otro, pero Sara no habla, ¿por qué demonios sigue negándose a hablar con la gente del hospital? Necesito que lo haga para que todos sepan que está recuperándose.
Unos minutos después me despido de ellos, Héctor me ha cortado cuando iba a confesarle todo a Sara, quizá tenga que darle gracias por ello, o no... la verdad es que no sé muy bien cómo va a reaccionar ella, pero lo último que no quiero es asustarla diciéndole lo que estoy comenzando a sentir.
Estoy hambriendo, con tanto jaleo creo que un día se me va a olvidar hasta que tengo que comer, o algo parecido...
Recojo a Mónica, que ya me espera en recepción, y juntos nos sentamos en una de las mesas de la esquina. Mónica enseguida me coge la mano y comienza a acariciarla. Y a mí no me apetece retirarla, pero tampoco corresponderle, ¿pueden gustarte dos personas al mismo tiempo?
— ¿Cómo ha ido tu mañana? — Pregunta, y me fijo en que me observa atentamente — Te has cambiado de ropa.
— Le he pedido a Marisa que me trajera muda limpia — Asiento, no quiero dar más explicaciones porque no sé por dónde puedo salir, me pongo nervioso cuando miento. — ¿Cómo te ha ido a ti?
— Toda la mañana viendo gente pasar de un lado a otro — Se encoge de hombros mientras rebusca algo en la ensalada con su tenedor — ¿Está todo bien entre nosotros, Eduardo? — Pregunta, aunque sin mirarme
— Eh... si, ¿no? — Quiero sonreír, como si su pregunta no tuviera ningún sentido — ¿A qué viene eso?
— Llevas un par de días más distraído de lo normal. — Mueve la cabeza a ambos lados.
— Ya bueno... pero ya sabes que todo tiene que ver con mis pacientes — Quiero tranquilizarla enseguida — Tampoco sé llevar demasiado bien esta... esta relación, o bueno, lo que sea que tengamos tú y yo.
— Tiene toda la pinta de ser eso — Susurra — Una relación.
— Supongo — Me encojo de hombros — Imagino que no siempre hay que ponerle etiquetas a todo, vamos a ir día a día, ¿te parece bien?
Asiente, y parece que la dejo más tranquila, aunque no estoy del todo seguro. No he tenido demasiadas relaciones para saber cómo hacer las cosas. Además, sin querer Sara se ha metido en el medio y tengo más dudas de lo normal. Pero a la vez, una pequeña parte de mí me dice que quizá esté bien intentarlo con Mónica.
Tras comer, ella se va a casa, la sustituye Ana, que me recuerda a mi vecina de enfrente, todo el día pendiente de lo que hago o dejo de hacer.
Quedamos en que vendrá a las nueve, justo cuando acabo mi turno. Después de que me de una buena ducha y deje el olor a hospital atrás, iremos al pub. Creo que para ellos es una especie de tradición ir los viernes y los sábados, y la verdad es que no está nada mal.La tarde la dedico a los pacientes, como siempre. Cuando creo que estará despierto y aseado, por fin visito a Antonio. Haciéndole varias preguntas compruebo que tiene la cabeza en su sitio, pero no puede evitar pensar que todo cuanto encuentre en su camino, ya sea o no basura, debe guardarlo. Lo que más me sorprende es que no es consciente de lo que le pasa.
Tiene setenta y cuatro años y hace más de diez que no ve a su hija. Según dice, le perdió la pista cuando su mujer falleció. Lo que quiere decir que perdió a su esposa y a su hija casi al mismo tiempo, estoy casi seguro de que su conducta debió aparecer tras la pérdida de ambas.
¿Qué clase de persona deja a un padre a su libre albedrío sabiendo que le sucede algo? Cada vez me indigno más con casos como este.— Me ha gustado mucho hablar contigo, Antonio — Le digo encaminándome a la puerta.
— A mí también — Asiente, sonriendo — Pero ambos sabemos que yo no debo estar aquí. A pesar de la edad que tengo, estoy muy bien.
— No voy a contradecirle — Alzo ambas cejas — Pero me gustaría que pasara unos días en el hospital para evaluarlo, ¿de acuerdo? Después podrá marcharse a casa.
Asiente y distraído comienza a mirar a la ventana, aunque ya no se ve gran cosa, está comenzando a anochecer.
Son las ocho y media cuando decido ir a ver a Sara antes de que termine mi turno. Verla antes de salir se ha convertido en una costumbre que me está comenzando a gustar.
— ¡Vaya, pensé que ya te habrías ido a casa! — Se sorprende cuando me ve.
— ¿Tan pronto? — Le sonrío, acercándome — Acabo enseguida, pero antes quería pasar a ver cómo te encontrabas.
— Como siempre — Se encoge de hombros — Aunque con un corte de pelo y un poco de maquillaje te prometo que no volvería a quejarme.
— ¿En serio? — No puedo evitar soltar una carcajada — Es impresionante que estés pensando en eso estando metida aquí desde hace cuatro meses.
— Por eso mismo — Arruga la nariz — A nosotras nos gusta sentirnos guapas, ¿sabes? Y este sitio hace todo menos eso.
— Pues debo decirte — Me acerco un poco más a ella, quedándome cerca y dándole con mi dedo en la punta de la nariz — Que aunque llevaras aquí años... te seguiría viendo guapísima.
— Pelota — Chasquea la lengua, como si no me creyera, pero aun así oculta una sonrisa que no pasa desapercibida para mí.
— ¿Eso crees? — Me hago el ofendido, ella asiente. — Déjame tu mp3 — Pongo la palma de la mano hacia y ella duda unos segundos, después, tranquilamente busca bajo su almohada hasta que lo encuentra.
— ¿Para qué lo quieres?
— Solo confía en mí, mañana lo traeré de vuelta — Hago un puchero que hace que sonría abiertamente y por fin me lo deje.
— Estás loco, deberías estar aquí tú y no yo — Me dice ahora, sin soltar su mano de la mía. He aprovechado para cogérsela cuando ha dejado el aparato de música en ella.
— Ay, Sarita... — Tuerzo la cabeza para observarla bien — No sabes lo loco que puedo llegar a estar.
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¡¡Hooola!!
Buuueno, pues hemos conseguido estar entre los 200 primeros del ranking y hemos pasado las 5.000 lecturas, ¡muchísimas gracias por el apoyo!
¡Espero que os guste el capítulo, os leo!
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El diario secreto de Sara.
RomanceEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...