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Eduardo.  

Los tres días siguientes siguen más o menos igual, pocos avances por parte de los pacientes, los visito cada día y anoto lo que hacen, lo que hablan, o al menos cómo reaccionan. Hasta ahora, con la que más he podido notar una breve mejoría es con Encarna, la mujer que sufre depresión. No dice gran cosa, pero al menos está empezando a abrirse conmigo.

— Yo vivía en una gran ciudad, ¿sabes? — Le cuento ese día, quiero que sepa cosas de mi vida para así poder saber yo cosas de la suya — Pero un día, de repente, todo cambió y me encontré aquí.

— Mi vida también cambió de repente, y a partir de ese momento todo se derrumbó — Murmura — Luis era un buen chico, siempre lo había sido.

— Luis era tu hijo, ¿verdad? — Asiente, vamos bien — ¿Quieres contarme lo que sucedió?

— Era joven y guapo, como usted — Sigue diciendo — Perdió su trabajo y su casa, la novia que tenía por aquel entonces lo abandonó a su suerte, quizá por eso comenzó a... — Traga saliva pero es incapaz de aguantar más lágrimas y se derrumba de nuevo, lo hace cada día. Rápidamente me siento en la cama y dejo que sea en mi pecho donde cobije su cabeza y se desahogue.

— Está bien por hoy, Encarna — Le digo en voz baja para que se tranquilice.

Le dejo todo el tiempo necesario para que se calme y una vez bien, me marcho. No quiero agobiarla, eso sería lo peor en estos casos.

Visito a Paco, que hoy piensa que hay una mancha en el suelo que deben limpiar cuanto antes, intento convencerlo de que en suelo no hay nada y al final hasta parece que lo consigo, aunque con él nunca se sabe.

Hoy es el cuarto día que veo a Sara, la pesadilla se ha disipado por completo porque he comprobado que los miedos solo están en tu cabeza, y que pueden vencerse. La verdad que, aunque no haya dicho ni una palabra, cada vez que paso a la habitación 205 una calma enorme me absorbe. Sara tiene esa especie de capacidad.

Todos los días tiene ese cuaderno entre sus manos, a su lado, o sobre su mesita. Me doy cuenta de que necesita tenerlo cerca, pero todavía no sé muy bien el porqué. Pienso que quizá sea un diario, un desahogo... si es incapaz de hablar, puede que sus manos lo hagan por ella sobre el papel.

— Buenos días, Sara — Saludo, entrando como cada día y ocupando la misma silla — ¿Sabes? Hoy hace muy buen día, se nota que dentro de poco va a empezar la primavera.

No habla y yo no espero que lo haga, adopta la misma postura de siempre, esta vez con lo que creo que es su diario entre las manos.

— ¿Te gustaría que un día saliéramos a dar una vuelta a la azotea? — Me inclino sobre ella, pero eso solo hace que tape más su cara, todavía no he visto ningún detalle de cómo es, solo pequeñas visiones de sus labios, o su nariz, pero nada más — Estuve allí ayer y las vistas son espectaculares, creo que te encantaría.

Tras quince o quizá veinte minutos, salgo de su habitación. No quiero rendirme, pero Sara no reacciona a nada; ni a preguntas sobre ella, ni el tiempo, ni siquiera me sirve contarle algo sobre mí.

A la hora de comer encuentro a Héctor en la cafetería y enseguida lo acompaño, está con tres trabajadores más, pero no tarda en girarse hacia mí cuando me siento a su lado.

— ¿Qué tal, Eduardo? — Me pregunta.

— Bien, supongo — Contesto encogiéndome de hombros — He estado viendo a Sara, de momento no hay cambios.

— Otros médicos no lo lograron en meses, así que ten paciencia, no llevas ni una semana — Dice — Además, te avisé de que con Sara iba a ser complicado.

— ¿Sabéis la razón de que esté así? — Pregunto — Nadie ha venido a visitarla, ¿tiene que ver con eso?

— Vaya, Eduardo... — Tuerce la boca — Lo siento, tenía que habértelo dicho. Sara perdió a toda su familia en un accidente de coche. Salían de vacaciones y sufrieron un impacto frontal con otro coche, solo se salvó ella, apenas tuvo unos rasguños. — Respira antes de continuar — Cuando los médicos fueron al lugar del accidente, ella ya estaba así, como ahora.

— ¡Joder, Héctor! — Me he contenido mientras hablaba, pero termino por explotar, dándole un puñetazo a la mesa que hace que todo el mundo mire hacia nosotros — ¿Por qué todo eso no está en su historial? ¿Por qué una maldita hoja en blanco y ya está?

— No lo sé, Eduardo. Yo... — Baja la cabeza hasta su comida y se queda callado, yo salgo de la cafetería sin haber probado un solo bocado, no sé dónde ir, pero no quiero que ahora mismo haya nadie a mi alrededor.

Mis pies me llevan hasta la azotea, quizá nombrarla en la visita a Sara haya hecho que mi subconsciente me dirija hasta ahí. Apoyo mis codos en el muro e intento tranquilizarme, no puedo perder los papeles de esa manera, no debo. Veo todo a lo lejos, todo el campo, las tierras, la carretera y las pocas casas que hay alrededor.

— ¿Eduardo? — Una voz suena a mis espaldas, pero no me doy la vuelta. Espero a quien quiera que sea ahí, apoyado en el muro. — Me han contado el incidente de la cafetería — Es Miguel, el director.

— Lo siento, de veras — Le digo sin atreverme a mirarlo — Supongo que también sabrás la razón, aquí las noticias vuelan.

— Así es — Asiente — Sé que quieres ayudar a esa chica, todos queremos, pero no por eso debes obsesionarte con el caso.

— No estoy obsesionado, Miguel — Protesto — Simplemente quiero que esa chica viva una vida que viviría cualquier persona de su edad, y que no esté encerrada entre cuatro paredes. Pero parece que todo lo que tenga que ver con ella es un misterio — He hablado tan deprisa que tengo que tomar aire.

— Supongo que también es mi culpa que no pusiera nada en ese historial — Reconoce, y menos mal — Pero aunque lo más coherente sea que Sara esté así por ese accidente y por haber perdido a su familia, no estamos seguros de ello.

— Se deben anotar todos los antecedentes, Miguel — Refunfuño, pero estoy menos enfadado. Soltarlo todo me ha ayudado a desahogarme.

— Lo tendré en cuenta — Sonríe — Pero por favor, no hagas escenas como estas con cada paciente con el que hayamos fallado, o acabarás siendo un enfermo más y no el médico que los trata — Bromea.

— No volverá a suceder — Sentencio.

•••

Esa tarde apunto los últimos acontecimientos de los que me he enterado acerca de Sara. Digamos que no es gran cosa pero, ¿quién sabe? Quizá saber lo de su familia me ayude, de alguna manera debo empezar.

Los demás pacientes ya han sido diagnosticados y están siendo tratados, sin embargo ella no.
Ordeno a un par de enfermeras hacerle unas pruebas rutinarias, quiero asegurarme de que lo que le sucede no es algo interno y no tiene ningún problema que no sea visible. Me dicen que los resultados llegarán al día siguiente.

Mi teléfono móvil suena cuando estoy revisando casos de años anteriores en busca de algo parecido a lo que le sucede a Sara.

— ¿Si? — Contesto con impaciencia. No me gusta que me interrumpan en trabajo.

— ¡Hola, Eduardo! — Vaya, es Alicia. Yo y mi manía de no mirar quien llama antes de descolgar. — Tienes el fin de semana libre, ¿verdad?

— Pues... — Suspiro, lo tengo libre, pero... — ¿Por qué lo preguntas?

— He cambiado algunos turnos y, ¡sorpresa! — Exclama — Puedo ir a verte, llegaré esta misma noche, ¿qué te parece?

_______

Pues aquí el segundo de hoy...

¡¡Os leo!!

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora