Eduardo.
Mónica se ha puesto un vestido negro por encima de las rodillas y se ha recogido el pelo en lo alto de la cabeza, me espera en la puerta de salida del hospital. Me he retrasado un poco hablando con Sara, pero ya no me sorprende, suele pasarme...
— Estás muy guapa — Le susurro, dejando un suave beso en la mejilla.
— Tu también — Sonríe, le doy las gracias, aunque llevo la misma ropa desde esta mañana — Ya están casi todos en el pub.
— Si, lo siento — Agarro su mano y nos encaminamos hacia el sitio — Siento haber llegado tarde.
No dice nada, yo tampoco. Miro nuestras manos entrelazadas y sigo sin saber qué es exáctamente lo que estoy haciendo. Siento algo por Mónica, si, pero también por Sara. Y no encuentro la manera de saber qué hacer con cada una de ellas.
— Espero que no te pases la noche así de distante — Su voz interrumpe mis pensamientos — Quiero que lo pasemos bien.
— Tranquila... — Le hago un gesto para que deje de preocuparse. Hemos llegado.
Pasamos por entre varias personas que no conozco, y enseguida comienzo a ver caras conocidas. Héctor es el primero que viene a saludarnos.
— ¡Eh, parejita! — Me da un pequeño golpe en el hombro — Pensábamos que no veníais.
— Ya estamos aquí, ¿no? — Le correspondo con otro golpe, esta vez en el pecho — Voy a por una copa, ¿tú que vas a tomar? — Le pregunto a Mónica.
— Un gin tonic, por favor — Me dice haciéndose oír entre la gente.
Asiento para que vea que la he entendido y comienzo a meterme por entre los grupos hasta llegar a la barra. Tengo que esperar unos minutos hasta que por fin me atienden.
Pido el gin tonic para Mónica y un ron con Coca Cola para mí. Decido tomarme esa copa y marcharme a casa, aunque algunos de los que hay aquí no trabajen mañana, yo sí. Además, tengo que ir igualmente si quiero ver a Sara.Me reúno de nuevo con los demás, no termino de entender de lo que hablan debido a la música y las voces, pero cada vez que se dirigen a mí, sonrío y asiento.
— ¿Bailas conmigo? — Mónica me abraza por detrás, susurrándome en el oído.
— No sé bailar — Alzo la voz para que pueda escucharme. Pero al ver como baja la cabeza entristecida soy incapaz de negarme — Está bien... — Me resigno con los ojos en blanco.
Me arrastra de la mano hasta donde más gente hay bailando, se hace hueco dando un par de codazos, y pronto se vuelve hacia mí, poniendo ambas manos en mis brazos.
No sé qué tipo de música suena, pero no es para nada mi tipo, no entiendo la letra y el ritmo no es que le favorezca mucho. Aun así, bailo con Mónica tan bien como puedo, moviéndome arrítmico de un lado a otro.
— Es cierto que no sabes bailar — Escucho como ríe, pegándose más a mí — ¿Volvemos?
— Por favor — Ruego.
Se separa para ir con unas compañeras de trabajo, yo me uno a Héctor y a los demás. Que charlan animados.
— Se os ve bien — Señala con la cabeza a Mónica, que ahora está de espaldas a nosotros — Imagino que esas dudas que tenías... han desaparecido.
— Lo cierto es que dichas dudas siguen igual, o incluso han aumentado — Doy un trago a mi copa — Pero debo hacer lo correcto. Además, no quiero hacerle daño a Mónica.
— Si con no hacerle daño te refieres a seguir con ella sin sentir nada... — Se encoge de hombros — Bueno, es tu decisión.
Lo miro entornando los ojos, pero cuando voy a contestarle otro se nos une, creo que se llama... Álvaro, o algo parecido. Me he cruzado con él varias veces por el hospital.
Las horas pasan y debo reconocer que lo empiezo a pasar bien, hablo sin parar con unos y con otras, un par de chicas se me acercan, curiosas por conocer al último médico que ha llegado, pero cada vez que voy a entablar una conversación con cualquiera de ellas, Mónica me rodea el cuello y me besa la mejilla, la comisura de los labios, o directamente los labios, su cercanía tiene que ver con el estado de embriaguez que lleva.
— ¡Eh! — La cojo por ambos codos y me la llevo fuera cuando se me tira encima y comienza a babosearme la cara — Creo que ya está bien por hoy, debemos irnos. — Le digo, se la ve bastante afectada.
— ¡No quiero irme a casa! — Protesta, intentando con todas sus fuerzas zafarse, pero por suerte yo no he bebido apenas y puedo con ella.
— Nos iremos igualmente — Sentencio, serio. Rodeo su muñeca con mi mano y la arrastro conmigo hacia el coche, aparcado en el parking del hospital.
— ¿Por qué tienes que ser tan aburrido? — Comienza a balbucear y cada vez se le entiende menos.
La subo en el asiento de copiloto y le abrocho el cinturón, estoy seguro que en su estado no va a ser capaz de quitárselo aunque lo intente.
— Eduardo Sánchez, el psiquiatra más seco, serio y apático — Intenta imitar mi voz pero lo hace fatal. Frunzo el ceño y la miro para ver si se da cuenta de que debe parar ya, pero nada.
Los kilómetros restantes son un monólogo suyo con insultos hacia mí, sin parar. Pero una vez que su pueblo se ve a los lejos, su expresión cambia.
— Oye... — Intenta estirarse hacia mí tanto como le es posible, pero el cinturón se lo impide — Acompáñame a casa.
— Eso es lo que estoy haciendo — Me limito a decir con los ojos fijos en la carretera.
Alarga una mano tanto como puede, con ella pone una mano sobre mi cuello y después tantea hasta encontrar el primer botón de mi camisa, intento retirarla, pero la carretera está muy oscura.
— Escúchame, Mónica — Aprieto los dientes con rabia, ¿pero qué clase de numerito de adolescentes es este? — Quiero que te estés quieta, ¿de acuerdo? Vamos a llegar enseguida.
Hace caso omiso y, viendo que no puede, desiste y deja el botón de mi camisa. Respiro aliviado hasta que compruebo lo que ahora se propone hacer. Comienza a estirar de ella desde la parte de abajo hasta sacarla de dentro de mis pantalones.
Freno en seco el coche, no sé ni dónde lo he dejado. Agarro firme la mano de Mónica y la miro a los ojos.
— Ya está bien — Le advierto enfadado. Pero todo lo que hace es responderme con una pedorreta y haciéndome burla. Arranco de nuevo con el espectáculo a mi lado y en dos minutos hemos llegado.
Bajo, rodeo el coche, le quito el cinturón esquivando su lengua y la acerco a su puerta. Espero un buen rato hasta que consigue encontrar las llaves y, una vez dentro, doy las gracias a que pueda irme a casa.
***
Para ser sincero, llego a casa algo mareado, supongo que es por el hecho de que no suelo beber absolutamente nada.
La casa está a oscuras e intento hacer el menor ruido posible, cierro la llave y me quito los zapatos para que no se escuchen mis pasos. Me dirijo hacia el salón y enciendo mi ordenador portatil, mientras se enciende decido ponerme el pijama.
— ¡Qué susto me has dado Eduardo! — Marisa aparece en medio del pasillo con un camisón blanco hasta los tobillos y el pelo recogido en una de esas extrañas redes.
— ¿En serio? ¿Te he asustado yo? — Tengo que ponerme la mano en el pecho para tranquilizarme — Casi se me sale el corazón del pecho cuando has aparecido.
— Pensé que no vendrías a dormir, ya no te esperaba — Me observa, frunciendo el ceño. — ¿Te vas a la cama ya?
— Eh... no, todavía no — Sonrío, mordiéndome el labio inferior después — Tengo que preparar algo para Sara.
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¡¡Hooola!!
Bueno, pues aquí el segundo y último de hoy, ¡espero que os guste!
¡Os leo siempre!
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El diario secreto de Sara.
RomanceEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...