Eduardo.
Siento los ojos más cerrados que abiertos mientras conduzco de vuelta al pueblo.
No debería volver esta misma noche, tenía pagada por el hospital una habitación de hotel... pero aquí ya no tengo nada más que hacer así que he cogido el coche y me dispongo a volver enseguida.No sé si son las tres o las cuatro de la madrugada, pero bostezo sin parar y los ojos me lagrimean, tengo que frotármelos una y otra vez con el dorso de la mano. Suerte que apenas queda una media hora.
La carretera y todo a su alrededor es completamente negro, ni paisajes, ni casas, nada de nada. La radio no es que ayude mucho, ya que lo poco que puedo encontrar en las emisoras son esas típicas canciones relajantes para dormir.
Pienso en Sara, en las ganas que tengo de verla cuando tan solo hemos pasado un día y medio separados, en lo que la echo de menos y en lo seguro que estoy de querer seguir con esto, sea lo que sea que tengamos me encanta la sensación que siento junto a ella.
Ni siquiera amanece cuando llego al hospital. Cualquiera que me vea pensaría que estoy completamente loco apareciendo a estas horas y sin haber dormido nada. No quiero despertar a Sara, pero sí quiero dormir a su lado.
Entro al hospital y paso por recepción, que está vacío, imagino que Ana estará tomándose un café o un descanso, lo que agradezco, ya que de esa manera me ahorro todo tipo de miradas y preguntas y puedo llegar hasta el ascensor sin pena ni gloria.
Creo que me cruzo con un par de enfermeras de camino a la segunda planta, todo está más vacío que de costumbre, incluso más que un lunes a primera hora de la mañana.
Pronto llego al pasillo donde ahora se encuentran mis dos únicos pacientes, los dos durmiendo. Revisaré mañana mis llamadas para ver si hay alguna novedad sobre la hija de Antonio, quizá haya recapacitado... porque lo que es el pobre hombre, sigue igual de enfermo que el primer día.
Tras pasar por su puerta, me dirijo a la de mi pequeña Sarita. No quiero despertarla y giro el pomo de su puerta con sumo cuidado mientras sin querer me muerdo la lengua para hacer menos ruido todavía, aunque creo que no he hecho. Me introduzco en la habitación en penumbras, no veo nada y cierro la puerta de nuevo mientras dejo que mis ojos se empiecen a acostumbrar a la oscuridad.
Sabiéndome la habitación de memoria, llego hasta la silla donde estoy dispuesto a dormir, pero enseguida una horrorosa sensación se apodera de mí. No puede ser, me quedo mirando unos segundos la cama, no es posible.
Voy rápidamente hasta el interruptor de la luz y dejo que todo quede a la vista para cerciorarme de lo que creía haber visto y de que es completamente la realidad: la cama está vacía, Sara no está en su habitación.
Es raro, muy raro. Sara debería estar ahí, no puede haber ido a ningún sitio por sí misma. De repente se me ocurre algo, aunque hay menos de cero posibilidades voy corriendo a la azotea. Tardo menos de dos minutos y compruebo que también está vacía, ¿cómo iba a estar ahí?
Meto las manos entre mi pelo e intento pensar con claridad, todo tiene que tener una maldita explicación. Quizá solo hayan cambiado a Sara de habitación...
Casi tan apresurado como antes llego de nuevo a recepción, en la que sigue sin haber gente. Me meto por la puerta que da justo detrás, donde se atienden a los pacientes, y comienzo a revisar varios papeles que encuentro. Si Sara ha cambiado de habitación debe haber quedado reflejado en algún lado.
Leo nombres y más nombres: altas, bajas, pacientes de todo tipo de consultas que no son mías...
— ¿Eduardo? — Reconozco la voz que me llama pero no levanto la vista de las hojas — ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué buscas?
— Es... Sara, ¿tenéis alguna hoja que diga dónde está? — Por fin miro a Mónica — O bueno, ¿sabes tú dónde la han metido o si tiene que hacerse alguna prueba? — Pregunto intentando no perder los nervios, aunque yo soy su médico y no he ordenado ninguna prueba.
— Yo no tengo ninguna información, Eduardo — Dice seria a la vez que traga saliva — Tendrás que hablar con el director.
— Mientes — La observo enfurecido mientras aprieto cada vez más las mandíbulas — Tú sabes dónde está, ¿verdad?
— No, claro que no — Baja mucho la voz y mira para otro lado. Tengo ganas de cogerla de las muñecas y hacer que me diga toda la verdad, pero ese no es el camino para encontrar a Sara.
— Muchas gracias — Bufo, apretando los puños y dispuesto a golpear cualquier cosa que encuentre a mi paso, pero, en vez de eso, salgo de ahí sin más, sin mirarla en ningún momento.
Llego a mi despacho sin cruzar una palabra con nadie, cierro la puerta y me siento intentando sin éxito seguir manteniendo la calma. Esto me huele mal, muy mal.
Son solo las siete, no tengo ni idea de la hora a la que llegara Miguel al hospital, pero es el primero con el que quiero hablar. Si no he sido yo, cualquier decisión acerca del paradero de Sara ha tenido que tomarla él.Intento concentrarme en cualquier cosa para ver si así pasa más rápido el tiempo. Pero parece que cada segundo es una eternidad cruel. No tengo llamadas de la hija de Antonio, aunque no las esperaba ni creo que ahora mismo pudiera solucionar nada.
Pasan las ocho cuando veo a Héctor pasar de largo, mira de reojo donde estoy, pero sigue su camino, incluso creo que acelera cuando cree que le he visto.
— ¡Eh, Héctor! — Salgo para llamarlo, ya está casi al final del pasillo.
— ¡Hola jefe, bienvenido de nuevo! — Me saluda con la mano pero no se detiene. — Perdona que no te haya saludado, pero no te imaginas el trabajo que tengo hoy.
— ¿Puedes parar un minuto de alejarte para que hablemos? — Pregunto a gritos y para nadie, ya que ha desaparecido entre un grupo de auxiliares y lo he perdido de vista.
¿Qué demonios pasa? ¿Soy yo el que me estoy volviendo loco con este tema o la gente está esquivándome y ocultándome cosas? ¿Qué ha pasado en unas simples horas que me he ido de aquí?
Giro sobre mí mismo para ir hacia el despacho del director. Compruebo con alivio que Miguel está ahí sentado y no va a poder ignorar ni esquivar mis preguntas.
Llamo educadamente para que no vea la alterado que me encuentro, tras levantar la vista de su escritorio me ve y hace un gesto con la cabeza indicándome que pase.
— Vaya, Eduardo — Sonríe, aunque creo percibir que no como otras veces — No te esperaba tan temprano.
— He conducido de noche — Me limito a contestar para ir hacia donde quiero llegar — ¿Dónde está mi paciente Sara Vázquez y porqué no se me ha informado del cambio de habitación o de cualquier novedad acerca de su estado?
— Eduardo... — Suspira pesadamente y echa el aire por la nariz — Sara ha sido trasladada a otro hospital donde puedes ayudarla mejor, y... me temo que es la única información que puedo darte. Sara ha dejado de ser paciente tuya.
ESTÁS LEYENDO
El diario secreto de Sara.
RomanceEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...