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Eduardo.  

Estoy lleno aunque no me lo he comido todo. Estaba tan a acostumbrado a la comida rápida que mi estómago todavía tiene que hacerse a la comida de verdad.

Tras tomar el café relajado, me dispongo a seguir con lo que estaba haciendo, tengo que ir a la habitación número 203, la de Paco, un señor con trastorno obsesivo compulsivo, la verdad que no he visto muchos casos como ese, pero me dirijo sin titubear a la habitación.

— Buenas tardes, Paco — Saludo al entrar — Soy Eduardo, el nuevo psiquiatra.

— Hola, Eduardo— Me saluda, está de pie en medio de la habitación, frotándose las manos— ¿Puedes pedir otro pijama?

— ¿Otro pijama? — Pregunto extrañado— Ese está limpio todavía, Paco. Te lo han dado esta misma mañana— Adivino por casos anteriores que está obsesionado con la limpieza, supongo que entre otras cosas — ¿Crees que puedes esperar hasta mañana para que te traigan otro pijama?

Asiente lentamente, aunque dudoso. No creo que esté muy convencido.

— Las sábanas no me las han cambiado — Dice ahora.

— Sí que lo han hecho, a primera hora— Le sonrío para que se sienta calmado, y me acerco a él — Vamos a comprobar que están limpias, ¿quieres?

Me acompaña hasta ellas y juntos revisamos hasta el más mínimo detalle. Una vez calmado lo dejo solo y compruebo que lleva aquí un tiempo, y con el tratamiento correcto, por lo que su mejora es buena. Hasta ahora pienso que ha sido el mejor de los tres pacientes que he visitado hoy, toca continuar.

Voy hacia la habitación de Concepción, la siguiente, la 204.

— ¿Cómo va eso, Eduardo? — Héctor aparece detrás de mí, me pone una mano en la espalda — Por el momento estoy libre, ¿quieres que te acompañe a ver a Concepción?— Sonrío, me alegro que me haya hecho caso a la hora de nombrar y tratar a los pacientes— Imagino que sabrás que su caso es un tanto... complicado.

— Lleva aquí dos meses— Le digo— ¿Ha habido algún avance en ella? ¿Reconoce quién es alguna vez?

— Un par, que yo sepa— Se encoge de hombros— Nunca sabes lo que puedes encontrarte al pasar a esta habitación — Señala la puerta todavía cerrada.

— Comprobémoslo entonces— Tras llamar, acciono el picaporte y abro la puerta. A diferencia de las otras habitaciones, esta tiene muchísima luz. Me fijo que han subido la persiana hasta el tope. Concepción está sentada en suelo con las piernas cruzadas, apoyando la espalda contra la cama.

— ¿Quiénes sois?— Pregunta, alzando las cejas. Me fijo en que lleva un divertido moño en lo alto de su cabeza.

— Hola — Me acerco y me siento frente a ella, también en el suelo— Me llamo Eduardo y soy tu psiquiatra. — ¿Cuál es tu nombre?

— Soy Cristina— Masculla mirándome con la cabeza ladeada. Héctor y yo nos miramos rápidamente, hoy no es ella.

— ¿Y qué edad tienes? — Me interesa saber quien cree que es hoy.

— Veintidós — Dice con total seriedad — Yo también trabajo en un hospital, en este, como vosotros. Somos compañeros de trabajo.

— Cristina es una de las auxiliares de enfermería — Susurra Héctor en mi oído, agachándose. — Supongo que ha venido esta mañana a limpiar.

Asiento sin dejar de mirar a Concepción. Me levanto y sacudo mi bata de médico.

— Está bien, Cristina— La miro a los ojos, que no dejan de observarme en ningún momento — Vendré mañana a visitarte de nuevo.

— Podemos quedar después del trabajo — También se levanta, acercándose a mí.

— Claro que sí— Le sonrío— Más tarde nos vemos.

Me despido con la mano y cierro cuando Héctor también ha salido. Cuando le miro noto cómo está aguantando la risa.

— ¿Qué ocurre? — Pregunto con el ceño fruncido— No es gracioso, esa mujer tiene problemas.

— Solo es divertido que te haya tirado los trastos — Me dice con una pequeña sonrisa— Por muchas personalidades que ha adaptado, nunca ha hecho algo como eso. ¿Crees que haciéndole creer que es Cristina la estás ayudando?

— Creo que meterle en la cabeza que es Concepción, tiene cuarenta y seis años y trabajaba como funcionaria, es peor — Me explico— Lleva poco tiempo, pienso que cuando sea el momento de hacerle saber quién es, lo sabremos y comenzaremos a hacerlo. Tenemos que aprovechar el día que de verdad sepa quién es, no solo lo crea.

— ¿Cuántos casos como este has tratado? — Pregunta ahora, parece realmente interesado.

— Directamente, ninguno — Me encojo de hombros— Me baso en lo que pienso que es mejor para ellos, solo espero que me funcione— Sonrío, masajeándome los hombros, estoy algo cansado, llevo en el hospital cerca de diez horas.

El busca de Héctor suena, se disculpa conmigo, alguien le reclama y asiento dejando que se vaya, aunque no quiero que lo haga. Ahora tengo que enfrentarme solo a Sara, cuando todavía no se me ha quitado de la cabeza el sueño... o mejor dicho, la pesadilla.

Respiro hondo una, dos y hasta tres veces, saco pecho y llamo, pero no sé porqué no entro, espero una respuesta que no llega. Quizá Sara está dormida...

Tras un par de minutos que se me hacen eternos, comienzo a abrir la puerta lentamente, la luz de esta habitación es algo normal, ni demasiado ni a oscuras. Sara está sentada en la cama, con la almohada como apoyo y las piernas estiradas, mira sus manos entrelazadas sobre su regazo.

— Hola Sara — Saludo, intentando que no se note que mi voz tiembla— Soy Eduardo, el nuevo psiquiatra del hospital, ¿cómo estás?

No contesta y no me mira, y no tengo ningún tipo de referencias porque su historial está completamente vacío. Es con la única paciente con la que tengo que empezar desde cero.

— Quiero ayudarte— Le digo, sentándome en la silla, aunque ella no se inmuta, sigue en la misma posición desde que he entrado— Pero para eso tienes que ayudarme tú a mí, ¿qué te parece? ¿Podemos hacerlo?

Nada, ni una sola palabra, la observo de arriba a abajo. No logro verle la cara, una mata de pelo negro y lacio cae sobre ella. La sábana tapa sus piernas pero logro ver algo interesante, parece un libro, o un cuaderno de color rojo que hay a su lado. Pienso en preguntarle acerca de él, pero en el último momento me callo, es demasiado pronto.

— ¿Quieres que me quede un rato contigo? — Insisto — No tenemos porqué hablar, muchas veces el silencio es la mejor compañía — Sonrío nervioso, la verdad que no tengo ni idea de qué hacer ahora — O bueno, si prefieres que me vaya...

Lo mismo, suspiro y desisto, aunque solo por hoy. Tengo que empezar a conocerla y me temo que ese paso va a ser el más complicado, hacer que ella hable conmigo, que me cuente lo que pasa en su cabeza.

— Está bien, Sara — Me levanto, aunque todavía tengo la esperanza de que me diga que me quede ahí, o que me vaya... da igual, algo. — Volveré mañana. Espero que descanses esta noche... estoy seguro de que todo cambiará tarde o temprano.

Hace un leve movimiento, tan leve que en realidad creo que no se ha movido y me lo he imaginado sin más.

— Hasta mañana, Sara — Me despido, algo abatido, cerrando la puerta y dejando a esa chica igual que antes, igual que durante casi todo el medio año anterior.  

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Buuueno, para mis lectoras ansiosas... ¡lo prometido es deuda! aquí tenéis el gran momento, por fin se han conocido.

¡¡Os leo!!

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora