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Eduardo.

Aunque la posición no es la más apropiada para dormir, mientras siento la mano de Sara cogida a la mía, doy varias cabezadas sin parar. Ella ya está dormida, escucho su ya calmada respiración aunque no la veo, toda su habitación está en penumbras.

No quiero dejarla sola, por lo que al fin decido recostarme en la incómoda silla blanca, la que ocupo cada día. Cierro los ojos y respiro hondo, el sueño puede conmigo, cada vez es más pesado, más, y más... y lo último que veo antes de caer en un profundo sueño, es la sonrisa de Sara.

***

— Oye, bello durmiente... — Creo que estoy soñando, por lo que digo algo que no entiendo ni yo mismo e intento darme la vuelta para seguir durmiendo, pero me topo con algo duro y metálico en la mejilla — Es hora de levantarte, tienes que trabajar.

— ¿Como que...? — Me cuesta una barbaridad abrir los ojos, ¿dónde estoy? Desde luego esta no es mi habitación.

Siento una mirada fija, y lo primero que encuentro ante mí son dos preciosos ojos verdes. Por fin lo recuerdo todo: Sara, David... me quedé dormido en su habitación. Pero, ¿en qué se supone que estaba pensando al hacer algo como eso? Está claro, en la felicidad de la chica que ahora me observa escondiendo una sonrisa.

— Pensaba irme anoche en cuanto estuvieras dormida — Le miento. Me quedé ahí a propósito, no quería que le sucediera nada malo.

— Ya me lo he imaginado — Dice, parece que su estado es mucho mejor que el de anoche — Es pronto, quizá debas irte y tomarte un café antes de que me traigan el desayuno.

— Menos mal que me has despertado — Al levantarme veo el estropicio de ropa que llevo, toda arrugada. No coordino mis movimientos, estoy adormiscado a la vez que nervioso — Voy a darme una ducha, después volveré a verte.

— Hasta luego — Se despide con la mano, creo que todo este rato ha intentado no reírse de mí, y no me extraña, no imagino qué aspecto puedo tener al despertarme de esta manera y en este sitio.

Salgo a hurtadillas, como si estuviera haciendo algo malo aunque simplemente estoy ayudando a una paciente, pero en mi interior siento que es algo más, y es por eso por lo que quiero evitar que me descubran y, que por supuesto, no me hagan preguntas.

Tengo suerte de llegar a los vestuarios sin que nadie especialmente conocido, como Héctor, Mónica o incluso el director del hospital, me vean. En mi taquilla descubro mi móvil abandonado, tengo varias llamadas y mensajes, pero no quiero entretenerme demasiado, ya son casi las siete, menos mal que Sara me ha despertado.

Me ducho para terminar de despejarme e intento masajearme los hombros algo doloridos debido a la postura en la que me dormí.
Son algo más de las siete cuando salgo, he intentado arreglarme la camisa tanto como sea posible, pero al final he decidido llamar a Marisa para que me traiga una limpia. Entre tanto, bajo a la cafetería. Sabiendo que lo primero que voy a encontrarme es a Mónica y sus preguntas.

— ¡Oye, Eduardo! — Lo dicho, ahí está. Pero es que no hay otro camino para ir a la cafetería sin pasar por recepción — ¿Dónde te metiste anoche? Estuve llamándote.

— Eh... — Pienso todo lo rápido que puedo a estas horas de la mañana, al final opto por la verdad a medias — Olvidé el teléfono en la taquilla, lo siento.

— ¿Y tu ropa? — Me mira de arriba a abajo con el ceño fruncido — Llevas la misma de ayer.

— Ya sabes que soy un desastre — Le sonrío — ¿Me acompañas a tomar un café? Aún no es la hora de empezar.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora