Capítulo extra.
Eduardo.
Un solitario rayo de sol proyectado por el cristal de una de las ventanas que ocupan la pequeña casita donde llevamos todo el fin de semana me da de lleno en el rostro. Entrecierro los ojos varias veces intentando volver a dormir, pero me temo que ya es imposible.
Sara respira suavemente a mi lado, a ella sí que no quiero despertarla ahora que se la ve tan tranquila. Tengo que dejar de verla como si fuera frágil, pues en realidad es la chica con más fortaleza que me he encontrado nunca. La observo durante unos segundos, con la boca entreabierta y media cara tapada por el pelo oscuro que me encanta.
Después me desperezo y voy a hacer el desayuno para ambos, estoy tan poco acostumbrado a la cocina que es posible que provoque un incendio, pero aun así decido arriesgarme. Preparo un par de huevos fritos, café, e incluso exprimo un par de naranjas de la nevera para hacer zumo. Lo coloco todo sobre la bandeja y lo dejo sobre la mesita de Sara.
Viendo que no hay rastro de que despierte todavía, busco un trozo de papel y un bolígrafo y escribo:
Día 184 a tu lado.
Buenos días Sarita.
Te he dejado en la cama porque tu imagen dormida se une a mi álbum preferido de fotografías.
Estoy en la playa.Te quiere tu psiquiatra favorito.
Me pongo el bañador y con la toalla colgada al hombro me dirijo a la pequeña playa en la que ahora mismo no hay nadie y en la que parece que no habrá mucha gente. Me doy un baño relajado, ni siquiera me había dado cuenta de que necesitaba unas vacaciones como estas y... las necesitaba de la mano de Sara.
Hace días que no dejo de pensar en ella no como la chica con la que mantengo una relación, si no como la mujer de mi vida. Sé que es bastante más joven que yo pero... ¿qué más da eso después de todo por lo que hemos pasado? Parece que lleváramos juntos media vida cuando en realidad han sido unos pocos meses.
Cuando me he refrescado, salgo y me tumbo boca arriba sobre la toalla extendida en la suave arena de la playa. El sol todavía no calienta pero ya está ahí arriba, en todo lo alto del cielo, aunque, de repente, una sombra lo tapa. Sara está de pie, mirándome desde arriba.
— ¿Te parece bien si compartimos el desayuno? — Tiene la bandeja entre sus manos y me mira con una sonrisa encantadora.
— Por supuesto — Me incorporo, dejándole hueco en la toalla, donde se sienta.
Me fijo en su blanca piel solo cubierta por un bikini oscuro y los bellos de mi nuca se erizan al instante... decido sacudir la cabeza y concentrarme en el vaso de zumo que he cogido.
— Está buenísimo — Susurra Sara, pasándose la lengua por los labios — Mira...
Se acerca a mí, posando su boca sobre la mía y haciendo que saboree el zumo diréctamente de ahí.
— Creo que es el mejor zumo que he probado nunca — Susurro contra sus dientes, volviendo a besarla, esta vez alargando el beso.
— Eduardo... — Se aparta poniendo ambas manos en mi pecho — No sé lo que pretendes, pero por ahí viene una familia con niños pequeños.
Miro hacia donde señala con la barbilla con desagrado. Unos minutos antes y estaríamos a solas.
— Creo que es mejor que sepas lo que pretendo más tarde — Le sonrío — Ahora desayuna.
Asiente y se sienta delante de mí, entre mis piernas y apoyando su cabeza en mi pecho.
— Así que... llevas la cuenta de los días que estamos juntos — Dice ahora.
— De las cosas más importantes de nuestra vida siempre hay que llevarla, Sarita — Murmuro en su oído, rozando el lóbulo de su oreja. — ¿Puedo decirte algo?
— Claro que sí — Se levanta, dándose la vuelta para mirarme a los ojos.
— Es una tontería, pero llevo días pensándolo y quiero que lo sepas — Se mantiene callada y continúo. Alargo mi mano para acariciar su mejilla — Llevo la cuenta de los días que estamos juntos porque eres mi sueño hecho realidad, Sarita. Eres esa persona que aparece para hacer que todo sea mágico, para que cada día en mi vida sea mejor porque sé que voy a tenerte conmigo.
Marcas a la perfección los pasos del camino que debemos seguir, me brindas esa serenidad que alguien tan desastre como yo necesita. Y cuando llego agotado de un día larguísimo en el hospital no me importa porque sé que estás esperándome. Porque antes creía que podría pasarme horas trabajando y ahora estoy deseando que llegue la hora de salir para reunirme contigo.
Has mejorado mi vida, Sara, y quiero que lo sigas haciendo siempre. Deseo que te quedes conmigo.— ¿Y quién dice que quiera irme, Eduardo? — Frunce el ceño mientras se entretiene revolviéndome el pelo — Contigo es como si existieran los problemas y, si vinieran, estoy segura de que estarías a mi lado para resolverlos juntos.
Todavía sonrío cuando recuerdo tus visitas sorpresa, tus gestos nerviosos los primeros días que venías a verme, tu culpabilidad cuando pensabas que te equivocabas al decir cualquier cosa. Recuerdo tus insistencias en que me sintiera a gusto hasta que lo lograste, hasta que hiciste que contigo hablara por fin cuando ya se me había olvidado cómo era mi voz.
Y después me enamoré perdidamente de ti y aunque supe que era un error por quién eras tú y quién era yo, decidí no negar lo evidente porque verte conmigo en la habitación día tras día me hacía feliz.— ¿Quieres quedarte conmigo para siempre, Sarita? — Le digo con la sonrisa más grande que he podido tener en toda mi vida.
— Todo el tiempo del mundo contigo, Edu, sería demasiado poco.
—Hagámoslo entonces — Susurro, acercándome a sus labios — Te quiero, princesa.
***
¡¡Buuuueno, buuueno!! Pues aquí llega el final definitivo.
Gracias a todas las que habéis seguido esta historia, tan pronto como pueda comenzaré con un nuevo libro del que ya puedo avanzaros el título: El sueño de Julieta.
¡¡Os leo siempre!!
ESTÁS LEYENDO
El diario secreto de Sara.
RomanceEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...