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Eduardo.

Al quedarme sin palabras y sentir que no me produce ni la mínima alegría, ni la más mínima ilusión, me doy cuenta de que no es lo que quiero. Quizá estar con Alicia antes me gustara, que estuviera a gusto junto a ella, pero han cambiado mucho las cosas, demasiado. No solo es otro lugar, otra casa y otro trabajo. Estoy rodeado de gente distinta y, al parecer, tras todo eso, he cambiado yo. Me siento alguien nuevo y debo decir que me gusta.

— Creo que no es buena idea que vengas, Ali — Digo al fin. No sé cuánto tiempo la he tenido esperando.

— ¿Es que tienes algo mejor que hacer? — Me pregunta.

— Disfrutar — Digo sin más — De todo cuanto ahora tengo. Lo siento Alicia, pero lo que hubo entre tú y yo terminó el día que me fui.

— Eres un desgraciado, Eduardo. Las cosas no salen siempre como tú quieres. No vas a dejarme por teléfono, ni hablar. — Grita, y después, como no, cuelga.

¿Dejarla por teléfono? Creía que eso estaba hablado, que al irme lo había dicho todo sin palabras, pero al parecer... no.

Hoy sí me fijo en la hora, en que hace tiempo ha acabado mi jornada laboral y sigo aquí, pero es curioso que a pesar de llevar en el hospital aproximadamente dieciséis o diecisiete horas, no quiera irme.

Salgo de mi despacho y con las manos metidas en los bolsillos de la bata deambulo por el hospital. Paso por varias plantas: neurología, donde me entretengo mirando algunos de los carteles, pediatría, donde oigo bebés recién nacidos llorar sin parar... es curioso como un solo edificio puede abarcar tanto mundo, tantas historias.

— ¿Eduardo? — Me encuentro con Héctor, que me mira con una sonrisa — ¿Qué haces por aquí?

— La verdad es que no lo sé — Me encojo de hombros, y acabo sonriendo yo también — Oye, siento lo de antes en la cafetería... sé que no tienes ninguna culpa y lo pagué contigo.

— ¡Tranquilo! — Exclama, no parece ofendido — Normalmente las cosas son así, los fallos de los médicos acaban siendo pagados por enfermeros o auxiliares, el rango más bajo...

— Bueno, conmigo no será así — Arrugo la nariz — Valoro el trabajo de cada uno de vosotros, eso tan solo ha sido un pronto que no he podido evitar.

— De acuerdo, estamos en paz — Extiende una mano que estrecho — Y ahora, ¿me vas a decir qué haces aquí? No me digas que te están entrando las ganas de ser padre.

— No, para nada — Río con ganas — De hecho, ni siquiera tengo con quien. Eso puede esperar.

— Acabo mi turno a las diez — Se mira el reloj, son algo más de las nueve — Unos compañeros y yo vamos a ir a tomar algo, ¿quieres venir? Quizá podamos arreglar ese "quién", tengo compañeras muy guapas — Me guiña un ojo.

— Me parece buena idea lo de salir por ahí un rato — Le digo — Pero no se te ocurra hacerme de Cyrano, ¿eh?

Se va carcajeándose y yo me alejo de esa planta. No sé cómo ha podido pensar algo como eso, pero desde luego no está en mi mente ser padre por el momento, ni en un futuro próximo. Soy de esas personas que cree que debe aparecer la persona indicada para pensar en cosas como compartir casa o tener un hijo.

Una vez cambiado y dispuesto a salir, observo que apenas quedan diez minutos para que Héctor salga... y si, he decidido salir por ahí, al menos a tomar una copa y empezar a conocer gente. Que me pase la mayoría del día en el hospital no quiere decir que no me apetezca tener vida social.

Pero antes... me surge algo, una necesidad. Sin apenas pensarlo me dirijo al pasillo de mis pacientes, paso por las cuatro puertas anteriores hasta llegar a la quinta, si, la 205.
Llamo, aunque sé que no obtendré ningún tipo de respuesta, y después entro a la habitación. Dada la poca experiencia que me ha dado estos días ir a visitar a Sara, lo primero que hago es mirar hacia la cama pero... por sorpresa, hoy está vacía.

— ¿Sara? — No pregunto para que nadie en concreto responda a mi pregunta, solo por curiosidad.

Cierro la puerta y comienzo a buscar con la mirada, metiéndome las manos en los bolsillos de mis vaqueros. Es la primera vez que visito a un paciente vestido de calle.

La primera impresión cuando consigo verla hace que se me encoja el corazón; no sé si por el susto o por la impresión, pero me remueve por dentro. Sara está bajo la ventana, tumbada boca abajo mientras apoya el peso de su cuerpo en su brazo izquierdo mientras en el derecho se mueve con rapidez, me fijo en que tiene un bolígrafo en él, y escribe en su cuaderno misterioso línea por línea, sin detenerse.

¿Es que no me ha escuchado entrar? ¿Ni siquiera llamarla? Entorno los ojos para ver que lleva unos auriculares puestos y tiene un pequeño mp3 a su lado. Está escuchando música.

No la interrumpo, no quiero hacerlo. No sé a qué se debe, pero por fin en toda esta semana veo a una chica adolescente normal y corriente, sin problemas, sin nubarrones... hasta compruebo que de vez en cuando balancea las piernas y pone el bolígrafo sobre sus labios antes de volver a escribir.

No cuento el tiempo que puedo estar ahí cruzado de brazos mirándola, pero debería haberlo hecho, sin duda. No me da tiempo a hacer ni decir nada cuando Sara levanta un poco la cabeza, lo justo para verme y que yo pueda verla a ella.

Abro la boca y vuelvo a cerrarla sin saber cómo explicarme ni cómo disculparme. Ella me mira fijamente y frunce el ceño, después, se levanta de un rápido movimiento y cierra el cuaderno con fuerza, creo que para que no pueda leer nada. Tras eso me da la espalda y parece que todo a mí alrededor ha oscurecido de repente, no puedo sentirme peor.

— Siento haberte asustado, Sara — Digo, mordiéndome el labio inferior. En realidad solo es un médico visitando a una paciente, pero no me imagino qué habrá pensado al verme ahí... — He venido a verte antes de salir, mañana no tengo que venir al hospital y... — Vuelvo a callarme debido a la falta de palabras.

Respiro hondo y me acerco a ella, hasta ponerme de frente. Levanta la cabeza y me lanza una mirada de furia, pero eso no me importa, porque puedo ver dos grandes ojos verdes, una nariz respingona y unos labios carnosos, puedo verla perfectamente y antes no había podido hacerlo. No me la imaginaba así, ni mucho menos. Su pelo negro y lacio le cae a los lados y aprieta el cuaderno entre sus brazos.

— Que pases buen fin de semana — Le digo, tragando saliva — Y perdóname de nuevo — Me atrevo a sonreírle aunque ni mucho menos es recíproco. Sigue fulminándome cuando me alejo de ella y salgo de la habitación.

Una vez en el pasillo respiro una y otra vez, apoyando mi espalda en su puerta. Eso sí que ha sido intenso y... extraño, me digo. Estoy totalmente sorprendido.

— Eduardo, ¿nos vamos? — La voz de Héctor me saca del trance, hasta sacudo la cabeza. — Los demás nos esperan abajo.

— Si, estaba... — Pero en el último momento guardo silencio, ahora mismo no tengo que dar explicaciones — Vayámonos.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora