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Eduardo.

De camino a casa no pronuncio ni una sola palabra, no soy capaz de decir nada después de la inesperada noticia, de la locura que Alicia espera que hagamos. Quiero comenzar una nueva vida, claro que sí, pero no quiero que venga conmigo, es demasiado pronto y no nos conocemos tan bien como para compartir casa, compartirlo todo.

La miro varias veces, se la ve bien, como a mí me gusta que esté. Pero está confundida, ha convertido mis palabras. Quizá podamos intentarlo a distancia, algunas veces sale bien, pero, ¿qué iba a hacer ella allí? No tiene trabajo, toda su familia está aquí.
Tengo que hablar con ella y dejarle las cosas claras, aguantar su reacción y seguir adelante.
No me imaginaba una última noche como esta...

- ¿A qué hora nos iremos mañana? - Me pregunta ya en casa, poniéndose cómoda - Tengo que pasar por mi piso a por mis cosas, pero tranquilo, ya lo tengo todo preparado.

- Es un viaje largo - Contesto, distraído - Pero hasta el lunes no me incorporo al nuevo puesto de trabajo, quiero ir un par de días antes para conocer el pueblo y el hospital, para irme familiarizando con todo.

- ¿Ya sabes dónde vamos a vivir?

Antes de contestar tengo que tragar saliva, tengo mal sabor de boca y la garganta completamente seca.
Asiento y me mantengo en silencio, ya está todo hablado. Tengo casa allí asignada por el nuevo hospital, todas las facilidades posibles para instalarme allí cuanto antes. Pero todavía hay un problema, el más grande.

Ali se ha quitado casi toda la ropa y en cambio lleva uno de los pijamas de verano que se dejó en casa.

- ¿No crees que todavía hace un poco de frío para llevar eso? - Le pregunto cuando se sienta a mi lado y pone ambas piernas sobre las mías.

- Quiero despedirme bien de esta casa, aquí hemos pasado buenos momentos... - Susurra, mordiéndose el labio inferior - ¿Me vas a besar de una vez?

Rozo su cuello con lentitud y después suelto con mis dedos el labio que tiene cogido con sus dientes.

- Tengo ganas de besarte, pero antes quiero aclarar algo - Digo en voz baja, mirándola a los ojos para que sepa que hablo en serio. - Y también quiero que me prometas que vamos a estar bien, como tú has dicho, esta es nuestra última noche aquí.

- No puedo prometerte eso si no tengo ni idea de lo que vas a decir - Frunce el ceño - Suéltalo de una vez y acabemos cuanto antes.

- Bien - Asiento, con un pequeño soplido para liberarme - No vendrás conmigo, Alicia. Iré solo - Lo digo lento, tanto que parece que no voy a terminar nunca. - Con esto no quiero que pienses nada raro, simplemente quiero empezar algo desde cero, adaptarme a todo aquello tranquilamente, ¿entiendes?

- ¿Soy un lastre? - Su pregunta, o más bien, su grito, me pilla desprevenido - ¿Eso es lo que soy para ti, no? Un lastre con el que lo has pasado en grande pero que se queda atrás porque eres incapaz de dar un paso más en la relación.

- No estás entendiendo nada - Intento que la conversación baje de tono, pero y es imposible.

- Oh, claro que si... entiendo todo perfectamente. - A paso rápido sale del comedor, creo que se mete a la habitación para volver a cambiarse de ropa, tarda un buen rato hasta que vuelve a aparecer, de nuevo cambiada.

- ¿Te vas? - Le pregunto, aunque eso obvio que sí.

- Ya he cogido todas mis cosas, no tendrás ni un solo recuerdo mío - Deja una bolsa de viaje sobre el suelo antes de fulminarme con la mirada - Que tengas suerte con todo, y que tu ambición no te haga terminar estrellado.

Cierra de un portazo que hace que todas las demás paredes retumben. Cuando estoy solo y sin saber muy bien porqué, sonrío. Su última frase antes de irse no podía ser mejor, ¿ambición? No creo que esa sea la palabra cuando vas en busca de tus sueños y estás tan cerca de comenzar a cumplirlos.

Enseguida caigo en un profundo y confortable sueño, como no, en el sofá. Creo que mi habitación es la única ordenada de toda la casa, ya que apenas le doy uso.

•••

El timbre suena a primera hora de la mañana, llevo rato despierto pero sin ninguna intención de levantarme todavía, así que Marisa acaba abriendo con su propia llave. Cuando me ve despierto sonríe tiernamente.

- Pensé que no estabas en casa - Me dice.

- Hoy no tengo que ir a trabajar - Me incorporo, quedándome sentado - Ayer fue mi último día.

- ¿Quieres decir qué...? - Durante unos segundos me mira preocupada, pero mi sonrisa le alivia.

- Me voy de aquí, Marisa, me han ofrecido trabajo en otro sitio y me gustaría que te vinieras conmigo - Apenas he meditado esa decisión pero, ¿quién mejor que ella para corregir mi defecto respecto a ser un desastre? Va a hablar pero la interrumpo - No quiero que me contestes ahora mismo, piénsalo, ¿vale?

- No, Eduardo, solo quería decirte que iré - Dice, alegre - No dejo nada atrás, me gusta trabajar para ti... tan solo tengo que prepararlo todo.

- Yo viajaré hoy mismo, te mandaré la dirección y estaré esperándote - Me levanto para acercarme a ella - Y hoy, ¿te apetece que desayunemos juntos? Aquí no tienes mucho que hacer.

•••

Con el coche abarrotado de maletas y casi sin poder cerrar el maletero, introduzco en el GPS del coche los datos de mi nueva casa. Una vez que lo tengo todo y veo el largo camino que me queda por delante, decido ponerme en marcha, cuando antes salga, antes llegaré. Aquí todo, o bueno, casi todo, está solucionado. Nada me queda por hacer.

En la radio ponen una canción animada, creo que es Avicci, aunque no estoy demasiado seguro, no tengo mucho tiempo como para seguir a ningún grupo. Pero la canción me gusta así que la dejo mientras tarareo el pegadizo estribillo.

Me detengo a comer en uno de esos restaurantes de carretera pero no alargo demasiado el tiempo, solo me queda la mitad del camino, en algo más de un par de horas llegaré por fin a mi destino.

El cuerpo comienza a entumecerse de tantas horas en la misma posición, me remuevo todo lo que puedo en el asiento del conductor, pero tras intentarlo varias veces desisto, estoy deseando llegar de una maldita vez. Comienzo a ponerme de mal humor cuando por fin veo casas, muchas y pequeñas, parecen amontonadas unas encima de otras, pero cuando estoy más cerca me doy cuenta de que solo están muy pegadas, pero son tan iguales... sonrío al ver el curioso paisaje. Me meto por la única carretera estrecha, ya que un cartel indica el nombre del pueblo. Tras subir el camino que rodea una colina, me detengo y bajo del coche. Además de estirar las piernas, aprovecho para respirar el aire limpio de este sitio. Desde ahí arriba, veo verde y más verde... pero, ¿no se supone que tiene que haber un hospital por algún lado?

Decido consultar el GPS, que me indica que estoy en el lugar correcto. Pongo de nuevo la calle donde se supone que está mi nueva casa y leo que tan solo tengo que caminar unos minutos para verla. Me introduzco por una calle estrecha, ocupada por un par de casas algo más grandes que las que antes he visto y solo tengo que torcer la esquina para verla y quedarme boquiabierto.

La casa más preciosa que he visto nunca se encuentra ante mis ojos. Las paredes son de piedras irregulares, de color crema, y tanto la puerta como las muchas ventanas de madera oscura y elegante. La miro de arriba a abajo una y otra vez, creo que me va a gustar vivir aquí.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora