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Eduardo.

La casa es sin ninguna duda espectacular, pero una vez instalado tengo que hacer varias llamadas al director del hospital donde antes trabajaba para que me indique exactamente dónde y qué tengo que hacer. De momento no he encontrado el menor rastro de un edificio parecido a un hospital por la zona.

Por suerte me aclara todas las dudas, resulta que el hospital donde voy a empezar a trabajar como psiquiatra este mismo Lunes, no es solo de este municipio, sino de todos los de alrededor. Tenía que haberlo sabido, ¿cuántos habitantes puede haber aquí? En unas tres horas que llevo en el sitio tan solo he visto a una pareja de ancianos dando un paseo, a unos cuantos agricultores y a una señora que cada vez que me asomo a la ventana está en la suya y me observa sin ningún disimulo. Su reacción me hace gracia, antes de mudarme a la gran ciudad vivía en un sitio parecido a este, por lo que nada me pilla por sorpresa.

El sábado lo dedico a colocar tanto tan bien como puedo, o mejor dicho, tan bien como sé hacerlo. Decido que la habitación más amplia y luminosa será donde voy a dormir, la cama es enorme y los ventanales ocupan casi toda la pared. Hay otras tres habitaciones, ¿para qué necesito tanto espacio? Espero que Marisa ocupe una de ellas, por lo demás no tengo ni idea, supongo que les buscaré alguna utilidad más adelante.

Cuando me organizo un poco, decido llamar a mi madre para explicarle como es todo esto, pasamos un buen rato al teléfono, como siempre. Una vez que cuelgo me doy cuenta de lo agotador que es hacer un viaje tan largo y colocar unas cuantas cajas. Me tumbo en la cama y miro al techo, hay poca luz, ya que fuera está comenzando a anochecer, no se oye nada, absolutamente nada. El silencio es mi única compañía ahora y, por un momento me siento muy solo.

Pienso en Alicia, en lo desagradable que fue nuestra despedida, quizá me equivoqué en mi decisión de dejarla atrás, la relación no iba demasiado bien, pero puede que solo necesitáramos más tiempo para nosotros... ¿y si...? ¿Y si la llamo y le pido que venga? Podría arriesgarme, ¿no? Tampoco perdería nada...

•••

Debí quedarme dormido la noche anterior mientras le daba vueltas a la cabeza. Hoy, más en frío, decido salir de casa y despejarme, ¿qué mejor que un lugar como este para hacerlo? Doy vueltas por el pueblo, metiéndome en recovecos y callejones, me cruzo con más personas que ayer y me saludan con una mezcla de entusiasmo y curiosidad.

— ¿Eres el nuevo doctor? — Una mujer, la que no para de mirarme desde su ventana, es la primera que me dirige la palabra en dos días.

— Eh... bueno, eso creo — Le sonrío, rascándome la nuca con nerviosismo — No sabía que iba a ser reconocido al llegar.

— Aquí las noticias vuelan — Me dice, escrutándome con sus dos pequeños ojos — Mi nombre es Carmen, soy tu vecina. Si necesitas cualquier cosa solo tienes que cruzar la calle y llamar a la puerta.

— Muchas gracias, Carmen — Le estrecho la mano, aunque por su reacción creo que no debería haberlo hecho, la retiro enseguida — Disculpe, mi nombre es Eduardo y también estoy a su disposición. Voy a conocer el resto del pueblo, quiero encontrar algo para comer.

La mujer, toda cortesía me indica el bar del pueblo, el único que hay. Se ofrece a invitarme a comer, pero rechazo la invitación más por vergüenza que por otra cosa y me dispongo a encontrar ese bar, no tiene que estar demasiado lejos.

El resto del domingo pasa sin ninguna incidencia, instalo la televisión y me pongo un par de películas para coger el sueño, mañana comenzaré por fin a trabajar, mañana seré el médico que durante tanto tiempo he querido ser.

•••

La mañana del Lunes amanece nublada, pero eso no es impedimento para que una enorme sonrisa se vea en mi rosto. Reflejado en el espejo me peino y me arreglo la barba de dos días que me dejo desde hace tiempo. Ya no me imagino mi cara sin ella. Los dos ojos azules heredados de mi padre me devuelven una mirada de entusiasmo cuando estoy listo y mi corbata está perfectamente anudada.

Tengo que coger el coche para llegar al hospital, según las indicaciones, está a doce kilómetros de mi casa, así que en menos de diez minutos debería llegar. Es curioso lo que ahora veo; a los lados, campos y más campos ya cultivados, un paisaje totalmente rústico y, sin embargo, al fondo veo el elegante edificio blanco que estoy seguro de que es el hospital, no tiene pérdida.

Ya aparcado el coche, entro en el edificio, que huele a limpio. Me dirijo a recepción, donde una mujer y una chica de unos veinte años están atendiendo a otras personas. Espero mi turno paciente y una vez que tengo el camino libre me acerco a ellas.

— Disculpen — Me aclaro la garganta, agarrando con fuerza el maletín que llevo en mi mano izquierda, supongo que para aliviar los nervios — Soy Eduardo Sánchez, el nuevo psiquiatra, me incorporo hoy mismo, ¿pueden indicarme dónde encontrar el despacho del director del hospital?

— ¡Mónica, querida! — La recepcionista mayor exclama mientras agarra el brazo de la chica más joven — ¡Por fin una cara nueva por el hospital! — La chica alza la cabeza y me sonríe, ambas me miran sin decir nada.

— ¿Y bien...? — Insisto, incómodo.

— ¡Oh, claro! — La mujer sonríe, tapándose la boca al hacerlo — Última puerta de la segunda planta. — Me indica — Soy Ana y ella es Mónica.

— Claro — Asiento — Muchas gracias, supongo que a partir de hoy nos veremos cada día — Sonrío — Ahora debo irme, no quiero que el director me tome por una persona impuntual — Me disculpo, alejándome y notando la mirada de ambas en mi nuca, ¿qué demonios les pasa, es que no ven gente cada día?

Llamo al ascensor, que en apenas unos segundos abre sus puertas, y pulso el número dos mientras se cierran y tengo que volver a sonreír a ambas recepcionistas.

Una vez en la segunda planta, cruzo el largo pasillo de suelo blanco inmaculado hasta llegar a la última puerta. Es de cristal y grabado en lo que parece de vinilo color gris está su cargo y el nombre: Miguel Hernández. Mi antiguo director no me ha dicho nada de él, solo que es un hombre amable, aunque apenas han tenido trato. Le pidió a alguien que pudiera hacerse cargo de psiquiatría y aquí estoy yo.

Llamo con los nudillos y espero, veo cómo levanta sus ojos de la mesa y con una sonrisa se acerca hasta la puerta para abrirla.

— ¿Eduardo? — Pregunta, ya ofreciéndome la mano que estrecho sin titubear. — ¡Vaya! No te esperaba tan pronto, ¿ya te has instalado en tu nueva casa?

— Buenos días, Miguel — Sonrío por el cálido recibimiento — Si, mi nueva casa es increíble, gracias por esta oportunidad.

— He recibido muy buenas referencias tuyas, por lo que el placer es nuestro por poder incorporar a un gran médico a nuestra plantilla — Dice, arrugando sus ojos castaños — Estás en casa, Eduardo. Tu despacho está al principio de este mismo pasillo y tus pacientes están en una de las zonas de esta misma planta, enseguida conocerás el hospital como la palma de tu mano.

— Perfecto, pues me pondré manos a la obra enseguida — Suspiro — Espero no defraudar a toda la gente que ha confiado en mí.

— Estoy seguro de ello — Asiente, mirando su reloj de muñeca — Tengo que volver a mis obligaciones como director que, aunque parezca lo contrario, son muchas. Si tienes algún problema... ya sabes dónde estoy.

— Muchas gracias de nuevo, Miguel — Es lo último que digo, cerrando su puerta de cristal a mis espaldas y encaminándome sobre mis pasos. Me doy cuenta de que aquí están todos los despachos; neurología, traumatología... leo cada nombre intentando memorizarlos, pero me doy cuenta de que lo haré sin esfuerzo con el paso del tiempo.

Por fin llego al mío, ¡vaya! Si ya está ahí, mi nombre y mi primer apellido, y justo debajo algo que algún que otro día pensé que no sería posible.

Eduardo Sánchez. Psiquiatra.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora