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Eduardo.

La charla con, ¿cómo se llamaban? Bea y María, si, eso creo, ha sido muy agradable. Han venido a mi despacho y me ha sorprendido ver a dos chicas adolescentes, pero enseguida he caído en la cuenta de quiénes eran.

Me han preguntado que si Sara seguía sin hablar y me ha encantado decirles que ya no es así, y que pronto van a poder recuperar a su mejor amiga. Su actitud alegre y risueña me ha gustado, cuando se han ido me he sentido bien. A Sara le gustará la visita.

— ¿Eduardo? — Héctor me da alcance por la mitad del pasillo de mis pacientes — ¿Te has enterado?

— ¿De qué tengo que enterarme exáctamente?

— Es Encarna — Dice — Quiere que vayas a verla, tiene algo importante que decirte.

Sonrío, hace un par de días que llevo pensando en darle el alta médica. Está totalmente recuperada de su depresión, su marido pasa aquí la mayor parte del tiempo y cada vez que la visito observo que no para de sonreír. Le dije que en cuanto estuviera preparada para volver a casa, solo tenía que decírmelo.

Le doy las gracias a Héctor y me encamino a su habitación, no sin escuchar a las amigas de Sara charlar a gritos y reirse sin parar, parece que esto marcha.

— Buenos días, Encarna — Esta de pie al lado de su marido, y me encanta lo que veo. Está vestida con ropa de calle — Vamos, dime justo lo que quiero escuchar — Le digo con una amplia sonrisa.

— Eduardo, es hora de que vuelva a casa con mi familia — Dice, acompañando la frase con un apretón en la mano a su marido.

***

Tengo todos los papeles necesarios para el alta médica, que doy al marido de Encarna. Minutos después los veo salir uno al lado del otro del hospital. Es la primera paciente que trato de principio a fin, y con el mejor final posible.

— Cada vez creo más en los rumores que dicen que eres el mejor psiquiatra que ha pisado este hospital — Dos manos me acarician la espalda, es Mónica sin duda.

— Hola guapa — Me doy la vuelta y así rompo nuestro contanto, no me gusta mezclar la vida de fuera con el trabajo — Encarna se ha curado, eso es todo lo que me importa.

— Esa mujer te está muy agradecida — Dice — Mientras hablaba con su marido he podido escuchar cómo de deshacía en elogíos hacia ti.

— Gracias por cotillear — Le susurro al oído entre risas — Nos vemos en la comida si te parece, tengo que seguir trabajando.

Se despide con la mano y después vuelve a meterse en la sala para atender a una pareja que espera en recepción. Han pasado un par de horas desde que vinieron las amigas de Sara, por lo que creo que no se alargará mucho la visita y quiero ver cómo van las cosas. Pero me topo con ellas al salir del ascensor.

— ¡Chicas! — Sonrío al verlas, parecen contentas — ¿Cómo ha ido todo?

— ¡Sara está genial! — Exclama una de ellas, la más alta — Pensábamos que nos íbamos a encontrar a alguien que no se parecía en nada a nuestra amiga, pero ha sido todo lo contrario.

— ¿Ha hablado con vosotras? — Me sorprendo, aunque una pequeña parte de mí imaginaba que lo haría.

— No ha podido evitar cuchichear con sus mejores amigas — Ríe la otra — Espero que pronto pueda estar con nosotras.

— Si sigue así, estoy seguro de ello — Asiento convencido — Pero para eso tenéis que seguir viniendo, y... me contó algo sobre un novio, David — Es curioso que, con lo malo que soy recordando nombres, ese no se me haya olvidado desde que lo escuché por primera vez — ¿Cuándo va a poder venir él?

— No lo sabemos — Habla de nuevo la primera, arrugando la nariz — Le hemos dicho a Sara que no tiene mucho tiempo, pero en realidad apenas tenemos relación con él desde que pasó... esto.

— Le envié un mensaje — Dice la otra, la del pelo rizado y corto — Pero no me ha contestado.

— Entiendo... — Respiro hondo, pensando — Quizá entonces sea mejor que no venga, intentad hablar primero con él.

Las dos me prometen hacerlo antes de irse, se han saltado algunas clases y tienen que llegar a las últimas. Se despiden y, ahora sí, voy hacia la habitación de Sara. No quiero ni pensar en lo contenta que debe estar después de esto.

Llamo y cuando entro la encuentro de pie, caminando de un lado a otro. Cuando me mira, una sonrisa preciosa le ocupa toda la cara.

— No sé cómo voy a darte las gracias por todo lo que has hecho y sigues haciendo por mí — Dice, acercándose y poniéndose enfrente. Me doy cuenta de que es la primera vez que está de esa manera, es más bajita que yo, aunque no demasiado.

— No tienes que agradecerme nada, solo hago mi trabajo — Me encojo de hombros — Veo que te encuentras bien.

— Si — Mueve la cabeza arriba y abajo y va hacia la cama, donde se sienta, yo como siempre ocupo la silla de al lado — Mis amigas me han puesto al día de todo, y van a volver a visitarme pronto.

— Eso me han dicho — Le sonrío — Y por lo que sé, también has hablado con ellas.

— Las conozco desde que éramos pequeñas — Dice, seria — Con ellas es imposible ocultarme, lo saben todo.

— Pues tienes que comenzar a demostrar tus avances poco a poco, por ejemplo... con Héctor — Alzo las cejas — Es muy bueno contigo.

— Lo sé — Se muerde el labio inferior — Pero con nadie me siento tan bien como contigo, no estoy preparada.

— Yo creo que sí lo estás — Tengo muchas ganas de volver a cogerle la mano, las observo durante unos segundos en su regazo y hago lo imposible por quedarme quieto — Solo tienes que creer en tí misma.

Asiente y sube ambas piernas en la cama, cruzándolas, después me observa sin decir nada.

— ¿En qué piensas? — Quiero saber, sin perderme ni uno de sus movimientos.

— En que deberías cortarte un poco el pelo — Sonríe — Algunos mechones, por mucho que intentes peinarlos, siempre quedan sobre tu frente — Agarra un par de ellos, echándolos hacia atrás. Suelto el aire por la nariz al sentirla tan cerca, vuelve a pasarme, me pongo nervioso con su mínimo contacto.

— Es una tarea que tengo pendiente — Trago saliva intentando normalizarlo todo — Cuando tenga un poco de tiempo haré que me lo corten.

— Hablando de eso... — Se queda pensativa — Bea y María me han dicho que David no ha podido venir, supongo que está muy liado con eso de la Universidad.

— Claro — Asiento, mirando para otro lado — Vendrá pronto.

Charlamos de alguna que otra cosa más, Sara me dice que su sueño imposible es ser escritora, y yo le animo a que no se de por vencida, pues apenas tiene dieciocho años. Cambiamos varias veces de tema, no soy consciente de las horas que pasan porque estando aquí con ella parece que ni el tiempo existe.

— Oye... — Se pasa brevemente la lengua por los labios y si, un nuevo golpe en mi estómago — ¿Quién esa tal Mónica?

— ¿Mónica? — ¿Cómo demonios...? Claro, Héctor la nombró el otro día, y a saber qué más le ha contado a Sara sobre nosotros — Es una... amiga.

— Habéis salido varias veces — Afirma, como si lo supiera todo, de hecho, parece que lo sabe.

— Si, bueno... — Noto rubor en las mejillas, no me gusta hablar con ella sobre esto — Supongo que nos estamos conociendo.

— Eso... está bien, ¿no? — Frunce el ceño, mirando incómoda a varios lados — Quiero decir, la ilusión por conocer a alguien, las primeras citas... no sé, el cosquilleo en el estómago.

— Si, es algo así...

Pero, ¿a quién quiero engañar? Estoy conociendo a Mónica e imagino que seguiré haciéndolo, pero no conozco todavía esa sensación que Sara ha descrito. 

Es curioso, pero la ilusión, las ganas de ver a alguien, o el famoso cosquilleo del que habla... solo lo siento cada vez que piso la habitación 205. La de Sara.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora