Sara.
Día 15.
Debo decir que hoy es un día un tanto más alegre. Y si, es raro que en un sitio como este pueda serlo, pero... me han desatado por fin. Me han analizado, me han hecho mil pruebas y, por fin, han creído que no voy a volver a intentarlo.
Saben algo que ni yo misma sé, ¿no es curioso?Sigo sin decir ni una sola palabra, el médico que se encarga de mí cada vez es peor, cada vez me trata más como un objeto y menos como a una paciente.
Entra a mi habitación, mira sus papeles, después levanta su mirada fría hacia mí y, sin ni siquiera hablarme se marcha de nuevo. Son diez minutos diarios que he acabado odiando.También vienen enfermeras, esas chicas apenas tienen unos años más que yo, pero al igual que el médico, se limitan a hacer su trabajo cambiando mis sábanas y, cuando estaba atada, ayudándome a asearme. Después, también se van.
Y bueno, hay un enfermero bastante majo, hasta me dijo su nombre: Héctor.Estoy mejor sola, lo he comprobado. Nadie ha venido a verme por el momento, y, aunque no tenía demasiadas personas, sí pensé que alguno de mis tíos me visitaría, o al menos mis tres mejores amigas o mi novio David. Tampoco sé si no han venido porque no han querido o la opción que es más probable, no les hayan dejado. Ahora se supone que estoy loca, así lo han deducido.
Yo, simplemente, me dejo hacer pruebas, me dejo limpiar. Solo escribo y duermo, y bueno, a veces como algo, aunque mi apetito no es demasiado.
A veces pienso que sería mejor hablar, pero luego cambio de opinión, no quiero abrirme ni confiar en ninguna de las personas que hay ahora mismo a mí alrededor.
¿Qué tendría de bueno mejorar mi estado? Salir de aquí, si, e ir, ¿dónde? No creo que haya un sitio ahora mismo para mí.
Aquí encerrada veo pasar las horas mientras recuerdo a papá y a mamá, mientras pienso en mi pequeño hermano y su balón, o sus coches teledirigidos con los que me pillaba los pies cada vez que estaba distraída. A mi padre le hacía reír, mi madre le reñía, pero no servía de mucho, ya que al siguiente día volvía a hacerlo, escondido bajo la mesa de la cocina y con esa preciosa y dulce sonrisa que ya no voy a volver a ver.
Siempre nos decían que éramos idénticos, que jamás podríamos negar que somos hermanos. Nuestro pelo oscuro, casi negro. Nuestros grandes ojos verdes que siempre parecen atentos a todo, nuestra piel tan blanca que nos hacía quemarnos con el sol todos los veranos en la playa. Incluso en carácter, decidido y abierto de ambos.
¿Quién me iba a decir que cambiarían tanto las cosas en tan poco tiempo, en tan solo un momento?
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El diario secreto de Sara.
RomanceEduardo, un médico que a pesar de haber sacado su carrera hace varios años con la mejor nota de su promoción, solo ha pasado de despacho en despacho sin destacar entre los mejores médicos. Hasta que un día y sin esperarlo, le llega una oportunidad q...