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Eduardo.

Me despierto sobresaltado, algunos de los mechones de mi pelo castaño se pegan sobre mi frente, tengo dificultad a la hora de respirar y mi corazón me martillea alocado en el pecho.
Tengo que sentarme en la cama un buen rato hasta poder tranquilizarme, ¿a qué demonios viene eso? ¿Tanto pánico tengo a enfrentarme a esos pacientes? Sí, claro que sí, he aceptado este trabajo pero creo que no estoy preparado para asumir todo lo que viene.

Miro la hora, las seis de la madrugada y parece que está empezando a amanecer, así que decido no volver a dormirme. Me doy una ducha y una vez preparado salgo de casa. Hace frío, aunque no demasiado. El pueblo está más desierto de lo normal, imagino que por la hora que es. En la carretera tampoco me cruzo a nadie y el hospital no es que esté demasiado transitado, pero sí que hay gente.

Saludo a la recepcionista pensando en que tengo que volver a preguntarle el nombre.

— ¡Eduardo! — Me saluda, es la mayor de las dos — ¿No es muy pronto?

— Me he desvelado y he decidido venirme para el hospital — Le digo con una sonrisa.

— ¡Ay si yo pudiera quedarme en la cama unas horas más! — Se lamenta — Pero tengo turno de mañana.

— Seguro que no se hace tan largo — Le guiño un ojo dirigiéndome a la cafetería — Luego nos vemos...

— Ana — Acaba mi frase — A los doctores se os olvidan todos los nombres menos los de los pacientes — Bromea.

— Ya no se me olvidará, prometido — Me despido con la mano y entro a la cafetería.

Esa mañana necesito un café cargado y sin azúcar, al menos para mantenerme activo y olvidar el maldito sueño.
Son las ocho cuando subo al despacho y cojo el primer historial, mi primer paciente: Alfonso Álvarez, tiene esquizofrenia y llevan medicándole diez días, debo ver en qué estado se encuentra.

Voy hacia su habitación, la 201. Llamo con los nudillos un par de veces antes de entrar, una vez ahí, cierro a mis espaldas.

La habitación no está en penumbras, pero casi. Alfonso no parece que me escuche entrar... de hecho, no reacciona, está sentado en el borde de la cama mirando hacia la ventana, aunque cuando veo su rostro, me doy cuenta de que no mira a ningún lado.

— Hola Alfonso, soy Eduardo — Saludo con precaución — El nuevo psiquiatra.

Nada, no contesta. Aunque me lo esperaba. No sé a qué gravedad ha llegado su esquizofrenia, pero lleva con tratamiento muy poco tiempo.

— ¿Cómo te encuentras? — Me acerco con precaución hasta la silla blanca acolchada que hay junto a su cama, una vez ahí, tomo asiento y espero paciente. Alfonso no responde, pero es buena señal que no tenga que estar atado.

Estamos en silencio unos minutos que se me han eternos, y cuando parece que va a comenzar a hablar, trago saliva para prepararme.

— Ayer vinieron — Susurra, casi ni lo escucho.

— ¿Quién vino ayer, Alfonso? — Me levanto y dudo unos segundos en si ponerme frente a él o no, al final lo hago — ¿Tu familia? ¿Tu esposa vino ayer a visitarte?

— Hoy no han venido, ayer vinieron.

Suspiro, sé que nada tiene que ver con su familia. Este es uno de los efectos de la esquizofrenia, creer que cosas y personas que solo están en tu mente, existen en la realidad.

— Aquí solo podemos entrar nosotros y tu familia — Le digo — Ellos fueron los que ayer vinieron, hoy también vendrán.

Entra en un bucle mientras comienza a agarrar con fuerza el colchón, noto cómo clava las uñas en él y las venas de su mano comienzan a marcarse.
Pulso en botón para que enseguida venga la enfermera que esté más cerca, he visto esto varias veces y sé que hay que cortarlo cuanto antes.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora