(69)

2.1K 177 16
                                    

Epílogo

Sara.

No me creo estar aquí y sentir esta sensación tan plena al haber contado una historia con la que tanto sufrí.
Pero desde luego, todo ha cambiado.

Tras varios meses en libertad y una vez acabado el bachillerato y poder empezar de una vez mi carrera soñada, me dí cuenta de que eso no era todo, de que necesitaba algo más.
Así que cada vez que Eduardo tenía uno de esos turnos larguísimos en el hospital, aprovechaba para escribir.

Es un libro sobre mí, sobre todo por lo que he pasado desde el accidente y la muerte de mi familia. Todo mi mundo en el hospital y la historia que pude vivir ahí junto a Eduardo.
Desde luego, no pensé que iba a suceder, pero sí, en pocos días varias editoriales se interesaron por mi historia... así que aquí me encuentro, firmando mis propios libros.

Viene gente de todo tipo: señoras y señores de mediana edad que dicen haber vivido algo parecido,  chicas de mi edad impresionadas e interesadas. No puedo quejarme.

— ¿De verdad hiciste algo así por ese pobre anciano? — Algunas personas, mientras les firmo, me hacen algunas preguntas.

— Antonio era un hombre que no se merecía estar ahí sin su hija — Contesto con una sonrisa — Yo hice lo que pude, así que contacté con ella y por suerte pude convencerla.

— ¿Y cómo lo hiciste? — Otra mujer se une a ella ya con mi libro entre sus brazos.

— Contándole algo muy cierto — Me encojo de hombros — Que un padre es lo más bonito que puedes tener en la vida, y si no es ella quien te lo arrebata, que nada consiga hacerlo.

Algunas se emocionan y otras se enjuagan las lágrimas, y yo bajo la cabeza avergonzada, todavía no me creo que esto esté sucediendo. Firmo los libros de ambas mujeres y unos cuantos más, cuando otro se posa firmemente sobre la mesa.

— ¿Para quién va dedicado? — Pregunto, cogiendo el bolígrafo.

— Para un psiquiatra loco enamorado — Al escuchar su voz, levanto la cabeza enseguida para encontrarme los preciosos ojos azules de Eduardo. — ¿Cómo va tu firma, preciosa?

— Bastante bien — Estiro una mano para coger la suya y acariciarla — ¿Me esperas para irnos a casa?

— Estaré por ahí — Señala la biblioteca y asiento. Apenas me quedan unos veinte minutos.

Observo durante unos segundos a ese perfecto hombre que tanto me cuida y que cada mañana puedo ver nada más abrir los ojos. Al que puedo revolver su melena oscura y acariciar su barba de dos días, y con el que he aprendido lo que es el desorden, pero con el que hasta el máximo defecto lo veo una tontería. Todo con Eduardo es simplemente mágico.

Cuando es hora de que la biblioteca cierre, charlo con unas cuantas personas deseando salir de una vez. Llevo aquí unas cuatro horas y tengo la mano dormida.

— ¿Tienes ganas de ir a casa? — Como si Eduardo lo supiera, coge mi mano para darme unos cuantos besos en ella y sin soltarla salimos.

— No te imaginas... — Pongo los ojos en blanco y con la otra mano me aferro a su brazo.

— Tengo que contarte algo — Frunce el ceño, mirándome cuando llegamos a su coche. Se apoya en él. — Finalmente Héctor no volverá al hospital.

— Oh, vaya... — No se si me alegra o me disgusta la noticia. Supongo que ambas cosas.

Al final, cuando todo el hospital se enteró por parte de Ana, la recepcionista, que Edu y yo manteníamos una relación seria y que incluso vivía con él en su casa, Héctor confesó que solo había contado todo por nuestro bien, ¿no suena estúpido? Ahora, cinco meses después, sigo sin creérmelo del todo. Al igual que Eduardo, pienso que debió tener otra razón.

El diario secreto de Sara.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora