Treinta y cinco; Año nuevo

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Poco a poco fui despertando y cuando quise moverme no pude hacerlo porque sentí un cuerpo sobre el mío.

Abrí los ojos con algo de dificultad, ya que la luz que entraba por la ventana era algo molesta, pero conforme me fui acostumbrando no me costó demasiado abrirlos finalmente. Lo primero que vi fue una melena rubia apoyada contra mi pecho y automáticamente una sonrisa se instauró en mi rostro.

Recuerdos de lo sucedido la noche anterior regresaron a mi mente y sentí mi estómago dar un vuelco. De verdad había sucedido.

De manera instintiva dirigí la mirada hacia la mano izquierda de Rachel que reposaba sobre mi pecho, ahí se encontraba el anillo que anoche le había entregado.

Suspiré satisfecho y sonreí aún más mirando hacia el techo.

Rachel se movió un poco y la miré, preocupado de haberla despertado, pero simplemente se acomodó mejor, permitiéndome ahora ver su rostro. Impulsivamente llevé mi mano hasta éste y acaricié delicadamente su mejilla. La observé durante unos minutos más antes de, con mucho cuidado, salir de la cama para darme una ducha rápida.

Al salir envolví una toalla a mi cintura y regresé a la habitación, encontrándome a una Rachel algo adormilada sentada en la cama con la espalda apoyada contra el cabezal y la sábana cubriendo su pecho.

—Buenos días. —Sonreí acercándome a ella.

—Buenos días. —Frotó sus ojos con fuerza.

Al llegar a su lado tomé su mentón y uní sus labios con los míos en un beso corto. Al separarnos una sonrisa se instauró en su rostro.

—¿Qué tal?

—Genial. ¿Tú?

—No podría estar mejor —admití antes de besarla de nuevo.

Esta vez ella llevó una de sus manos a mi cuello y me atrajo un poco hacia ella para profundizar el beso. Cuando nos apartamos soltó un pequeño suspiro antes de abrir los ojos. Su mano se deslizó hasta mi pecho y su mirada se desvió hacia ésta.

—Así que lo de anoche fue real —murmuró observando el anillo.

—Me he preguntado lo mismo cuando me he despertado. —Sonreí tomando su mano y dejando un beso sobre el dorso.

—¿Sabes qué?

—¿Qué? —Me incorporé.

—Me apetece salir a desayunar fuera. —Miró por la ventana.

A decir verdad el día era soleado y apetecía salir.

—Como tú quieras. —Me encogí de hombros.

—Podríamos ir a un sitio que me recomendó Bea en el que admiten perros en la terraza —sugirió—. Así también paseamos a Bailey.

—¿No hará frío? —Fruncí el ceño.

Ella agitó la cabeza.

—En invierno lo protegen un poco y ponen estufas según me ha dicho. Se ve que ella va mucho con sus perros y la comida está bastante buena. —Colocó un mechón de pelo tras su oreja.

—Por mi está bien. —Sonreí acariciando su mejilla.

—Bien, pues iré a ducharme.

Se deshizo de la sábana que la cubría y se levantó para dirigirse hacia el baño, dejándome admirar su espectacular cuerpo desnudo.

—Date prisa no sea que cambie de opinión. —La miré de arriba abajo.

—Si hubieses esperado un poco podrías haberte duchado conmigo. —Me miró sonriente por encima del hombro.

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