Treinta y nueve; ¿Te vendrías conmigo?

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—¡Justin! —La voz de Rachel me sobresaltó.

—¿Qué? —Parpadeé varias veces mirando la pantalla que tenía delante y a través de la cual la veía.

—¿Estás aquí o en Marte? —bromeó.

—Lo siento —Pasé una mano por mi frente mientras soltaba un suspiro—. Es solo que estoy bastante cansado. —Me excusé mintiendo.

A pesar de que era cierto de que estaba algo cansado, aquel no era el motivo por el que apenas estaba atento a lo que Rachel me estaba diciendo.

Las dos semanas en Seattle ya habían casi terminado y no había habido ni un solo día en el que no hubiese pensado en la conversación que tuvimos durante la cena el primer día después de volver de la empresa. Debía admitir que había llegado a volverme algo paranoico y que cada comentario que nos hacían sobre el lugar yo me lo tomaba como un intento por su parte de vendernos que aquel lugar era la mejor opción. No es que fuese un asunto que me quitase el sueño, pero sí era algo que tenía bastante presente.

—Bueno, piensa que mañana es ya el último día y que pasado vuelves. —Me animó ella.

Una pequeña sonrisa tiró de mis labios.

—Tengo ganas de volver —admití.

—Y yo de que vuelvas —Sonrió antes de desviar la vista un segundo—. Bueno, las dos tenemos ganas.

Desapareció un segundo de la pantalla y cuando volvió llevaba a nuestra perra en brazos.

—Hola Bailey. —La saludé.

Ella se removió nerviosa sobre el regazo de Rae e intentó acercarse a la pantalla.

—¡No chupes el ordenador! —Le reprendió ella haciéndome reír.

—Oye, tú has sido la que la ha traído. Lleva dos semanas sin verme, no la culpes por emocionarse.

Rachel me miró alzando una ceja.

—Vaya, vaya... ¿qué tenemos por aquí? —dijo divertida—. ¿Don estricto se está ablandando?

—No soy don estricto. —Rodé los ojos.

—"Rachel, no podemos consentirla" —Puso una voz grave en un intento de imitarme y yo reí con fuerza—. Ese eres tú. —Me señaló.

—Perdona, pero yo no hablo así. —Agité la cabeza aún con una sonrisa dibujada en el rostro.

—Claro que sí, por eso te he imitado así. —Rodó los ojos como si fuese la cosa más obvia del mundo.

—Pues si yo hablo así, tú lo haces así. —En la última parte de la frase cambié mi voz por una muy aguda.

Rachel arrugó su nariz en un gesto de desagrado y negó enérgicamente con la cabeza.

—Mi voz no suena así.

—Oh... y tanto que lo hace.

—Ni hablar, esa voz sería irritante y se te metería en la cabeza.

—¿Quién te ha dicho que tu voz no es irritante? —Alcé una ceja, intentando parecer lo más serio posible.

Ella abrió y cerró la boca varias veces, realmente quedándose sin palabras.

—Mi voz no es irritante. —Insistió.

—Muy bien, cariño —Alcé mis manos en señal de rendición—, si tú piensas que no lo es no voy a ser yo quien te lleve la contraria.

Flatline • jbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora