Cuarenta; Niñeros

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Desperté solo en la cama y cuando miré la hora en mi móvil me di cuenta de que eran casi las doce y media. Ayer ambos nos habíamos acostado bastante pronto, pero yo no había conseguido conciliar el sueño hasta varias horas después.

Giré mi cabeza y observé el lado vacío de la cama en el que Rae había estado durmiendo, ahora solo quedaban las sábanas revueltas.

Solté un largo suspiro y me incorporé, sentándome en la cama y estirándome un poco. Tras unos segundos al fin me levanté y me dirigí al baño para remojarme la cara y, así quizás, despejarme un poco.

Una vez hecho eso bajé hasta la planta baja y miré a un lado y otro, la casa estaba en completo silencio, ni siquiera se escuchaba a Bailey correteando o ladrando. Al principio creí que quizás seguía durmiendo, pero asomarme al salón, donde tenía su cama, no había ni rastro de ella o de Rachel.

Finalmente me dirigí hacia la cocina, donde me encontré con la cafetera medio llena con café frío ya y una taza y un bol dentro del fregadero que, probablemente, Rachel había utilizado para desayunar.

Fui directo hacia la cafetera y tras sacar una taza de uno de los armaritos que había sobre mi cabeza la rellené con café y un poco de leche antes de meterlo en el microondas para calentarlo un poco. Decidí no prepararme nada más porque seguramente cuando Rachel regresase empezaríamos a preparar la comida.

Salí de la cocina y me senté en el sofá, con el mando del televisor en la mano y la encendí, dejando el primer canal que vi, en el que resultaba que estaban dando las noticias. Mi vista estaba fija en la mujer que aparecía en la pantalla, pero realmente no estaba atendiendo a nada de lo que decía, solo podía pensar en la forma en que había terminado la noche ayer. Solo tenía ganas de que Rachel llegase ya de donde fuese que se había ido —aunque viendo que Bailey tampoco estaba aquí suponía que la había sacado de paseo— para poder arreglar las cosas; habían pasado ya varias horas y ambos habíamos descansado, por lo que ahora estaríamos más calmados y tendríamos las cosas más claras.

Por suerte, o hacía mucho rato que había salido o el paseo no duró demasiado, pero para cuando estaba terminando de limpiar lo que había dejado Rachel en el fregadero escuché como la puerta de la entrada se abría y Bailey no tardó demasiado en aparecer por la cocina, directa hacia sus boles de agua y comida que yo mismo acababa de rellenar.

Poco después fue Rachel quien apareció por la puerta y nuestras miradas coincidieron cuando se quedó parada allí delante.

—Vaya, ya estás despierto... —murmuró.

—Sí, desde hace un rato ya. —Me apoyé de brazos cruzados contra la encimera.

Como única respuesta asintió, se adentró al fin en la estancia y pasó frente a mí para dirigirse hacia la nevera, de la que sacó una botella de agua.

—¿Has ido a correr? —pregunté al ver su atuendo.

Llevaba una sudadera roja junto a unas mallas negras y unas deportivas blancas. Su largo pelo rubio estaba recogido en una coleta en lo más alto de su cabeza.

—Sí —Asintió tras beber un poco de agua—. Me apetecía y a Bailey le ha encantado —Miró a la perra a mis espaldas—. Hemos ido hasta el puerto.

—¿Hasta el puerto? —Abrí los ojos sorprendido—. ¿Cuánto hace que os habéis ido?

El puerto quedaba algo alejado de la zona en que nosotros vivíamos y si ya se tardaba un poco en coche no quería ni imaginarme lo que se tardaría a pie, aunque fuese corriendo.

Ella se limitó a encogerse de hombros.

—Me he levantado temprano y necesitaba que me diese un poco el aire. —Volvió a dejar la botella en su sitio.

Flatline • jbDonde viven las historias. Descúbrelo ahora