Cuarenta y cinco; Decisiones

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—¡Ya estoy aquí! —dije antes de cerrar la puerta de casa.

—¡Estoy en la cocina! —Escuché a Rachel.

Colgué mi chaqueta en el perchero y dejé mi maletín sobre el pequeño mueble que había allí antes de dirigirme hacia allí. En el camino me encontré a Bailey que me recibió dando pequeño saltos.

—Hola chica —Le acaricié la cabeza justo antes de entrar a la cocina, donde me encontré a Rachel de espaldas a mí—. Hola, cariño. —La abracé por la cintura y besé su mejilla.

Ella volvió la cabeza hacia mí sonriendo y unió nuestros labios en un beso corto.

—¿Qué tal la vuelta a la rutina?

—Normal, supongo —Me encogí de hombros y centré mi atención en el bol que había frente a ella—. ¿Qué estás haciendo?

Cupcakes. —Me sonrió.

—¿Cupackaes? —pregunté curioso.

—Una compañera trajo el otro día y estaban buenísimos, así que le he pedido la receta —Me explicó—. A ver qué tal salen... —murmuró centrándose de nuevo en la mezcla que estaba haciendo.

—Seguro que estarán muy buenos, cielo. —La animé con una sonrisa.

Rachel tenía mano para todo lo relacionado con la cocina así que no tenía ninguna duda de que le quedarían buenísimos.

—Bueno, eso ya se verá cuando estén hechos.

—Que sí, ya verás —Besé de nuevo su mejilla—. Iré a darme una ducha, ¿vale? Estoy algo cansado.

—¿Te encuentras bien? —Frunció el ceño, mirándome algo preocupada y se volvió para poder encararme.

—Sí, es solo cansancio acumulado. —Agité la cabeza, queriendo restarle importancia.

—Está bien —Asintió aún algo preocupada—. Sube a ducharte que seguro que eso te sentará bien. —Sonrió acariciando mi pecho.

—No tardo. —Le aseguré antes de darle un beso y salir de allí.

Rápidamente me dirigí hacia nuestra habitación y saqué algo de ropa de la cómoda para poder vestirme tras la ducha.

Tal como había supuesto, en cuanto el agua caliente chocó contra mi piel sentí como mis músculos empezaban a destensarse, aunque por muy relajante que pudiese resultar aquello ni una ducha de dos horas habría conseguido que mi conversación con el señor Miller de aquella mañana desapareciese de mi mente. Era un asunto al que le había estado dando vueltas a lo largo del día y que me había mantenido algo distraído de mi trabajo; hecho que no habían pasado por alto mis compañeros pero que yo había achacado a la medicación que tomaba.

Tras aclarar todo mi cuerpo y mi pelo para eliminar cualquier rastro de jabón salí de la ducha y envolví una toalla a mi cintura. Me miré en el espejo tras limpiar el vaho de éste y dirigí mi vista hacia mi lateral, la zona aún seguía algo amoratada, pero ya tenía mejor aspecto.

Finalmente me vestí y sequé un poco mi pelo con la toalla antes de regresar a la cocina, donde Rachel estaba metiendo ya la masa en el horno.

—¿Has terminado? —Le pregunté.

Quería hablar con ella sobre lo que el jefe me había dicho, pero quería que lo hiciésemos con tranquilidad.

—Bueno, me falta hacer la crema de mantequilla para ponerla por encima —Me explicó cogiendo un nuevo bol—. ¿Por qué? —Se giró hacia mí.

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