CAPITULO VIII (parte 1)

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David estabilizó su vuelo y se detuvo en medio de todas aquellas nubes, permitiendo que los rayos del sol se reflejaran en la plata de sus alas, haciendo que su aura de divinidad se extendiera por ellas en un espectáculo de chispas iridiscentes. Parecían estar en llamas, un fuego puro y celestial que habría cautivado incluso a un ciego por su brillo; pero que nadie salvo aquellos de su misma naturaleza podían ver.

No obstante, nada de lo que reflejaba su apariencia, estaba en empatía con las sensaciones que albergaba su interior.

Debía llegar al cielo. No ese en el que estaba ahora, tratando de controlar los sentimientos negativos que lo jalaban como tentáculos de oscuridad en el abismo que tenía dentro; sino a aquel que difería del plano mortal, y del cual provenía.

El problema es que sin Gabriel, necesitaba encontrar otro Guardián de Puertas Astrales que le permitiera el acceso; cosa nada simple, ya que las identidades de tales portadores de ese poder, eran arduamente resguardadas para que no se vieran comprometidos en su trabajo. Razonable sí, pero malditamente impráctico.

Así que había intentado ponerse en contacto con las Dominaciones para que la búsqueda fuese más rápida, dado que era una emergencia; sin embargo, nadie respondió a su llamado. Lo que ni de lejos era una buena señal, ya que de forma indirecta, alentó lo que sospechaba.

Entonces había volado, y volado y volado tratando de despejar su mente, sacudiéndose con el cansancio esa rabia que se suponía, los de su clase jamás sentían. Un error humano. Un ángel era perfectamente capaz de crear sentimientos negativos... eran guerreros después de todo... pero, también se suponía que poseían las mejores habilidades para manejarlos. Bien, a él no le estaba resultando fácil en esos momentos.

Finalmente, y luego de barajear sus opciones en el espejismo azul que los mortales observaban desde la tierra, había llegado a dos opciones. La primera, esperar a que Luc se convirtiera en Guardián, para de esa forma pedirle que le abriera el camino; no obstante, hacer eso significaría tener que entregar una explicación, sin contar que eso probablemente tomaría un par de días, y sumarle otros más en lo que se acostumbraba a su poder. Por lo tanto, imposible, ya que no tenía tanto tiempo.

Pero su segunda opción, bueno, esa podía funcionar y era la razón de que estuviese justo donde estaba. En lo más alto del cielo, donde su cuerpo físico podía sentirse más cerca del sol; el astro que ella representaba con su luz; y cuya presencia era afín al plano mortal. Era, después de todo, los ojos del creador en su mundo.

-Sé que puedes verme...-. Exhaló con seriedad, levantando la mano izquierda, haciendo aparecer su arco. -Nada se escapa a tu mirada...-. Esta vez fue la derecha, posicionando una flecha que apuntaba a su deslumbrante objetivo. -Acepta mi humilde petición, y deja que esta flecha guíe tu camino hasta mí, Arcángel Uriel...-. Terminó soltando el agarre

Un camino resplandeciente se abrió paso hacia el infinito, para perderse entre la intensidad de la radiante estrella. Luego pequeñas partículas de ceniza volaron con el vaivén del viento, hasta llegar de regreso; cuando finalmente habían desaparecido, un rayo de distintas tonalidades cálidas atravesó el espacio frente a él.

Las majestuosas alas que se contrajeron a la espalda de la esbelta figura, se perdían en la luz que emanaba del sol como si fuesen uno mismo; algo que hacía un hermoso contraste entre el tono caoba de su piel, el celeste sobrenatural de sus ojos, el negro de su cabello, y el crema delicado de su ropa.

-Llamar mi nombre con tu poder, ha sido arriesgado...-. La mirada severa fue un recordatorio de las posiciones que tenían en la cadena de mando. -¿Qué necesitas?

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