CAPÍTULO XXIII (parte 5)

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Luego de que Gabriel le diera sus memorias, y que muriera protegiéndolos de Leo, el caos en su cabeza había hecho imposible que distinguiera recuerdos en específico, por lo que Violeta ni siquiera intentó profundizar en ellos como un mecanismo de auto preservación a su cordura; no obstante, el nombre que acababa de gritar como su aliento de vida, había sido un arrullo entre lo más profundo de sus pensamientos, meciendo sigilosamente el fluir de sus sentimientos.

El miedo había sido el más predominante, volviéndose una constante cambiante en cada mirada compartida con el demonio, que se moldeaba de acuerdo al desarrollo de su relación.

Al principio fue puro instinto, después algo natural, luego fue por precaución, entonces se convirtió en un medio de defensa a su confusión; y finalmente, cuando había visto como la tierra se lo tragaba, se convirtió en un terror visceral a estar sin él, cual ácido en su sangre destruyendo toda su lógica, y rompiendo las cadenas de sus inhibiciones.

Así que a pesar de saber en dónde se encontraba, peor aún, hacia dónde se dirigía, abrió los ojos impulsada por la misma razón que la había hecho lanzarse a sí misma a un pozo de lava: Buscar a Damon. Porque ahora que se había dado cuenta de lo que sentía, ni siquiera el infierno iba a poder ponerse en su camino.

El túnel por el cual caía, era un espiral de fuego mezclado con oscuridad absoluta que parecía no tener final; mientras esqueletos y cuerpos medio derretidos se sacudían por entre las lenguas de lumbre, dejando que sus lamentos fueran un segundo coro para las almas que caían incorpóreas a su lado, cual vaho de invierno sin opción para desafiar su destino.

La piel de Violeta parecía estar ardiendo a la par que la hoguera; el aire que alcanzaba a inhalar era como cenizas que quemaban sus pulmones, con un olor que provocaba estragos a su estómago; sus ojos lloraban por el dolor que sentía y el tormento al que eran sometidos; y su garganta se había vuelto un desierto bajo el sol. No obstante, en su mente había un solo pensamiento zumbando a la par que los latidos de su corazón: Asmodeo.

¿Dónde estaba? ¿Por qué no alcanzaba a verlo si había entrado justo tras él? ¿No lo había invocado correctamente? ¿Acaso su vida no era suficiente pago? Las preguntas giraban en su cabeza a la par que el torbellino, diluyendo las gotas de esperanza en desesperación, pero más que nada, en esa emoción que parecía no querer apartarse de su lado: Miedo.

No podía terminar de quitarse ese temor que opacaba el brillo sobrenatural en su mirada, solo que esta vez su pánico era violento y desesperado, igual que el de un animal herido luchado por su sobrevivencia, porque no estaba dispuesta a perderlo.

Con su resolución pesando más que el plomo, rápidamente los sellos que marcaban los pactos en su piel resplandecieron, emanando de sí, de toda ella, una bruma que se sentía como una segunda piel. Si bien sus ideas estaban mayormente concentradas en repetir cual mantra el nombre del demonio, sus neuronas doblaron las apuestas de trabajo dictando órdenes; porque sí llamarlo no era suficiente, buscaría otra manera por sus propios medios.

Entonces, sin previo aviso y con la devoción de un amante fiel, desde el fondo del abismo olas de llamaradas azules comenzaron a deslizarse a través del rojo ordinario, fundiéndolo en un eléctrico tono marino que acalló los sollozos, se envolvió en ella como un caricia que sanó sus lesiones, detuvo su caída y la despertó a la vida.

Los colores se volvieron más intensos, el aire comenzó a circular de nuevo por sus pulmones, el nudo en su garganta se deshizo; y el latido de su corazón, por imposible que pareciera, se volvió todavía más estridente haciendo bailar todos sus músculos con su compás. Todas sus terminaciones nerviosas vibrando en resonancia al poder que la invadía, rendidas a la seducción que ese toque representaba.

ALMA MIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora