CAPITULO IV

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Violeta salió de la casa seguida por su pilar. Se las había ingeniado para convencer a Daniel que no era necesario que la acompañara, luego de explicarle que no solo se llevaría a Luc, sino que pretendía invocar a Mirza, y ya de paso, aceptaba gustosa la vigilancia que el detective Morgan les había puesto.

El Profeta desconfío por completo de la facilidad con la que accedió a tanto control; pero luego de ver la manera en la que se comunicaba con el semidemonio, y la seguridad con la que se movía, se dio cuenta que no se trataba de ceder, sino más bien cubrir sus propias debilidades demostrando que no planeaba caer en el mismo error dos veces.

Como él necesitaba hacer lo mismo, no tuvo más opción que dejarla marchar.

Desde el día anterior, se había comunicado con uno de sus maestros en el dojo (y también dueño del lugar) para explicarle que no podría atender las clases. Afortunadamente, con su hermana despierta, tenía la posibilidad de seguir su rutina diaria.

No es que le hiciera gracia simplemente ir a trabajar, con todo lo que estaba pasando; pero si tomaba en cuenta que se le tenía como sospechoso en un caso de asesinatos, que unos inquisidores habían intentado atraparlo, que había un ángel que si bien no estaba del todo interesado en su existencia, deshacerse de él tampoco le molestaba, y que constantemente escuchaba los parloteos de los Serafines; bueno, hacer algo normal para variar, era como tomarse un respiro de la locura.

Por otra parte, las artes marciales siempre le habían ayudado a equilibrar su mente; y ahora lo necesitaba más que nunca.

No había estado haciendo al tonto y flojo todo el fin de semana; si bien se había quedado en casa para vigilar que Violeta estuviera a salvo, aprovechó para investigar todo lo que pudo respecto a la única cosa que acaparaba tanta atención como su pequeña hermana. "Hija de los hombres" Esas palabras no dejaban de hacer eco en su mente.

Cuando encontró lo que buscaba, respondió su duda, pero creó cientos de preguntas más.

Los Grigori o Vigilantes, era como se les conocía a un grupo de 200 ángeles que se enamoraron de la las hijas de los hombres, con las cuales mantuvieron relaciones, de las que más tarde nacerían los nefilim; gigantes que vivían para la destrucción. Así que Dios envió a sus ángeles y el diluvio para castigarlos y deshacerse de ellos.

Cosas más, cosas menos, ese podía ser el resumen de la historia que hacía alusión al término que le mortificaba; pero tenía tantos puntos a favor como en contra.

Por un lado, el escuadrón angelical que atacara la noche del viernes, bien podía referirse a ellos. No era el número, pero si se trataba de soldados entrenados, era simple cuestión de táctica que no atacaran todos al mismo tiempo... igual, esa duda podría resolverla hablando con Damon, o David; que aunque no le hacía gracia, tampoco podía esperar a poder descifrar todo lo que decían los Serafines. Aunque si era así, se suponía que ninguno de ellos debería estar libre, ya que entendía que ciertos arcángeles se encargaron de imponerles su condena.

Luego estaba el punto de los nefilim. De acuerdo, Gabriel era alto, pero joder no tanto, si a lo sumo era unos centímetros más alto que él; así que llamarlo gigante era un poco exagerado, sin contar que, definitivamente, mal tipo no era; en realidad, era de los mejores que había conocido en su vida...

Entonces estaba la cosa del "enamoramiento". No pudo evitar arremeter con más fuerza contra el muñeco de madera mientras lo pensaba. Una vez, Pandora le había dicho que perdió su alma por un ángel, y si a eso le sumaba que había adoptado a Gabriel... tal vez, solo tal vez, la historia era real. Además, centrándose en ello, el mismo nefilim le explicó tiempo atrás, que solo si el amor entre ángeles y humanos era verdadero, se evitaba que estos se transformaran en demonios; así que eso, daba la posibilidad de que aquello hubiese sido algo superfluo, que terminó volviéndola vampiro.

ALMA MIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora