CAPÍTULO XV (parte 1)

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Tobías no espero para ver el resultado de su ataque, sino que subió aprisa las escaleras, pasó con tensión el cuerpo de Ángela con una leve mirada, y se agachó ante los dos niños que temblaban al otro lado.

El pequeño Daniel tenía la mirada de un guerrero listo para atacar; sus manitas cubiertas de la sangre de su madre, apretadas en puños; y un sonido que mezclaba un rugido con sollozos se escapaba de vez en cuando de su garganta. Ni siquiera pareció reconocer al hombre que veía como su padre, pues en cuanto intentó tocarlos se echó hacia atrás llevando consigo a Violeta, quien lloraba apretando su peluche.

-¡Daniel!-. Lo llamó con fuerza, obligándolo finalmente a que le mirara. -A esconderse...-. Rugió de nuevo, con la mano a medio camino en su intento por acariciarlos

El niño dio un pequeño brinco, y sus pupilas se dilataron con terror hacia el frente, dejándole saber a Tobías que su enemigo ya estaba en pie.

Arial estaba a su espalda intentando sostener el vuelo con el ala que aún tenía, ayudándose con un sello bajo sus pies que la estabilizaba precariamente. La furia había distorsionado sus angelicales facciones en una máscara que ponía en evidencia al monstruo que realmente era; y la conmoción por no poder hacer aquello para lo que había sido creada, se exteriorizaba en alaridos de palabras en lenguas antiguas.

Entonces un jarrón metálico la alcanzó, y la ángel tuvo que usar sus manos para defenderse perdiendo por completo el equilibrio, lo que la obligó a bajar de nuevo al suelo.

La responsable de la distracción había sido Alicia, quien en ese instante subía corriendo las escaleras. El hermoso vestido que portaba al salir, ahora mostraba una abertura mal hecha entre sus piernas, para que de esa forma ella pudiera sujetarlo y moverse con mayor agilidad; y los tacones habían desaparecido tanto de sus pies como de sus manos.

Sus pasos se detuvieron al llegar a Ángela, e inmediatamente las lágrimas fluyeron por sus mejillas. Le habían arrancado el corazón, no había nada que hacer.

-Los sellos están rotos...-. Dijo con el dolor quebrándole la voz, y la rabia manteniéndola firme. -He puesto algo para que los vecinos no vean nada, pero tenemos que llevarnos a los niños...-. Levantó la mirada hacia su esposo

Una risa melodiosa le heló la piel, al tiempo que le calentaba las venas en furia. Arial caminaba hacia ellos usando las escaleras; su única ala arrastrándose por el piso como nunca antes lo había hecho, y la sangre que manchaba sus manos y ropa, solo ayudaba al brillo de locura en el rojos parpadeante de su mirada celestial.

-Puedes largarte de una vez si quieres bruja, pero tu hija nunca saldrá de aquí...-. Se recargó un poco sobre la protección y miró sobre Tobías para centrarse en sus verdaderos objetivos. -Ni el mocoso...-. Él había sido la causa de su pérdida. Si no la hubiese distraído, si no lo hubiese estado viendo, se habría dado cuenta del ataque a tiempo, y su ala...

Alicia se enderezó dispuesta a darle una respuesta, pero no pudo contestar porque la ventana que estaba a su lado estalló con tal fuerza, que su cuerpo y el de Ángela salieron disparados por el aire, para luego caer de lleno contra el suelo de la primera planta. La madre de Violeta hizo un gesto lleno de dolor al escuchar el crujir de sus huesos, y por un instante sus ojos se cerraron llamados por la inconsciencia; la altura y el impulso habían elevado los daños que pudo recibir en una caída normal.

Por su parte, Tobías apenas y pudo lanzarse contra los niños para protegerlos de la ráfaga de vidrios que se desplazaba peligrosamente hasta ellos; pero no pudo levantar un escudo a tiempo, por lo que el impacto se azotó contra su espalda ocasionándole cortes profundos. Tuvo que poner todo de su parte para contener el grito de dolor y no asustar más a sus hijos. Porque los dos eran sus hijos.

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