No estaba seguro de cómo lo distinguía, de cómo sabía que esa imagen no era algo que hubiese pasado ya, sino que más bien estaba por venir. Daniel suponía que era una parte esencial de sus poderes, entender el tiempo en que se situaban las escenas que le mostraban las sombras del destino. Pero de momento, lo único que atinaba a decir, es que eso que veía era una Profecía.
Las paredes maltrechas estaban teñidas de rojo, en un modo dramático de manos que dejaban huellas en un fallido intento de escape; el piso era resbaladizo a causa de la cantidad ridícula de sangre; el viento llevaba de un lado a otro las cacofonías de miedo y desesperación; mientras que el olor metálico del plasma vital sofocaba el oxígeno.
Podía notar la luz filtrarse por los huecos en la estructura, porque hacían eco de los mismos rayos del sol que entraban por las ventanas del hotel. Sin embargo, eso no ayudaba a hacer menos oscura aquella imagen; no con Pandora en el centro de aquel pandemónium, sosteniendo un cuerpo a través de su médula espinal como un títere mal hecho.
Al Profeta se le secó la garganta, y el corazón se le detuvo de la impresión. Solía creerse valiente, pero allí, delante de tal masacre y el hermoso monstruo que la llevaba a cabo, el miedo era más un medio de sobrevivencia y cordura, ya que solo un idiota no temería en esa situación. No obstante, a pesar de que su instinto más primitivo lo alentaba a escapar, se mantuvo justo en su sitio.
Una sola vez había visto ya el futuro de esta manera, y por su inexperiencia, Gabriel pagó por su vida dando la propia para salvarlo. Daniel no pretendía cometer el mismo error dos veces, por eso, en lugar de cerrar los ojos ante la muerte, la estudió con frío detenimiento.
Una constante gota de sangre marcaba el ritmo en lugar de las agujas del reloj. Tic tac, plum plas... segundo a segundo el tiempo corría.
Había al menos unos ocho cuerpos en el suelo. No podía decirlo con certeza porque los muebles reales se mezclaban con los proyectados, y era difícil distinguir los bultos entre las camillas, cortinas corredizas, o sillas esparcidas sin orden, como si un tornado hubiese iniciado en aquel lugar. Pero si eso no hubiera sido pista suficiente para delatar la localización, las jeringas e instrumentos oxidados y olvidados sin pudor, fueron bastante claros.
Era un hospital. Mejor dicho, lo que un día fue un hospital, del cual ahora solo quedaban ruinas. El Profeta hizo la anotación mental, y continuó observando atento lo que le rodeaba mientras volvía a caminar entre tiempos distintos.
Pandora arrojó el cadáver con un brillo frenético en los ojos, y al igual que él, miró a su alrededor pasando el dorso de su mano por su cara, en un vago intento de limpiar la sangre de su boca. Una cuestión imposible ya que estaba bañada en ella, aun cuando el blanco en sus colmillos seguía perfecto.
Resultaba casi imposible ignorar la belleza tortuosa de aquella criatura. Sus movimientos diferentes a los que había visto hasta ahora; tan elegantes y delicados como mortales y despiadados; la eternidad mezclada con su propia existencia humana... con la muerte que tuvo que superar para desafiar el paso del tiempo.
Entonces una sonrisa se elevó por entre los lamentos. Daniel apretó la mandíbula al notar como su piel se erizaba en respuesta, pues ya antes había escuchado aquella suntuosa melodía, cuando sufrió el ataque en la comisaría al lado de Susan... la misma tarde que Gabriel murió; pero no se detuvo, y continuó caminando a la sombra de la vampiresa, hasta que ambos encontraron a la dueña de tan hipnótica voz.
Lo sospechaba, ahora lo confirmaba. El ángel pelirrojo, cuyo cabello se deslizaba como sangre sobre su espalda.
El pasado, el presente y el futuro colisionaron en ella. La advertencia implícita de lo que estaba por venir, y los recuerdos de antiguos crímenes que se encontraban alineados en ese mismo momento, delatados por la mirada de los Serafines. "Ya viene..." decían entre susurros "Hija de los hombres..." aclamaban con dolor.